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MENTIRAS, POR ROSA MONTERO EN “EL PAÍS”, 24 DE FEBRERO DE 2015

“Hoy voy a hacer algo que siempre he condenado: criticar un libro que no he leído y una película que no he visto. Pero así son las cosas: la contradicción es consustancial al ser humano. Se trata de Las cincuenta sombras de Grey.

Dice gente de la que me fío que la obra es muy mala, por eso me he abstenido (quizá erróneamente). Lo cierto es que han vendido 40 millones de ejemplares en el mundo y 180.000 entradas anticipadamente tan sólo en España.

¿Y qué es lo que ofrece? La historia de una jovencita panoli virginal y pobre que se enamora de un millonario guapo de corazón duro, al cual ella termina salvando de sí mismo; el millonario, que en el fondo era buenísimo, se rinde a los pies de la pureza y se casa con la chica pobre, que se transmuta en rica y come perdices.

Mientras tanto, eso sí, el joven la maltrata un poco, la controla un poco, la asusta un poco. Nada importante, nena: si te maltrata y te asusta es porque te quiere. Puro amor recóndito; aguanta y llegará la boda, la conversión en ángel. En fin, es muy cierto que, por un lado, las relaciones pueden ser tóxicas, y, por otro, que el sadomasoquismo consentido es una opción sexual.

El problema de Las cincuenta sombras de Grey no está en nada de eso, sino en su mentira. Lo verdaderamente obsceno no es que el rico le pegue, sino que convierta eso en un bobalicón, reaccionario cuento de hadas que fomenta la sumisión, el abuso, la dañina y arraigada creencia de que podemos cambiar al amado.

El otro día, la hija de 18 años de una amiga se topó con un jovenzuelo en una disco que intentó ligar con ella maltratándola a lo Grey. Se creen que mola. Según una reciente encuesta del CIS, el 32% de las chicas españolas entre 15 y 29 años considera aceptable que su pareja las controle.

Lo peor que tiene el arte malo, es decir, el embustero, es que es peligroso.

1. ¿Por qué creéis que Rosa Montero escribe este artículo?

2. ¿Os parece indignada?

3. Si es así,  ¿cuáles crees que son sus motivos?

4. ¿Habéis percibido esos síntomas en las relaciones entre los jóvenes?

5. Si es así, ¿estáis de acuerdo? ¿Se puede evitar esas relaciones de dominación?

6. Una pregunta para propiciar el debate: ¿Sois, en general, una generación más machistas que la de vuestros padres?

UN PUÑADO DE CHISTES por Rosa MONTERO

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Por segunda o tercera vez hago una entrada con textos de Rosa MONTERO porque sus artículos semanales convidan a pensar. En este caso, el publicado el pasado 8 de diciembre de 2013, habla de NUESTROS PREJUICIOS y NUESTRA FORMA DE VER EL MUNDO:

“Nunca he sido una buena narradora de chistes; se me olvidan, los digo al revés y, sobre todo, a medida que avanzo me voy desinflando: mientras los cuento pierdo la convicción en la historia y la confianza en mí misma… Y el resultado, claro está, suele resultar penoso: la típica sonrisita de circunstancias del oyente amable a quien el chiste no le ha hecho la menor gracia.

Sin embargo, me encanta escucharlos. Me maravilla el ingenio de los buenos chistes, la sabiduría que encierran en su modesta apariencia, la elegancia de su brevedad. Con pocas palabras pueden decir mucho. Recuerdo, por ejemplo, un chiste ejemplar que me contó un amigo. Un periodista va a hacer una entrevista a un escritor judío en Moscú y se lo encuentra haciendo las maletas apresuradamente; el escritor, muy agitado, le explica al periodista que va a salir del país esa misma noche, porque se ha enterado de que están a punto de promulgarse unas terribles leyes discriminatorias y que van a encarcelar a los judíos y a los arquitectos. ¿Por qué a los arquitectos?, pregunta el periodista. ¿Por qué a los judíos?, contesta el escritor. Y digo que se trata de un relato ejemplar porque, mientras me lo contaba mi amigo, yo también me pregunté mentalmente la misma cuestión: ¿por qué a los arquitectos? Digamos que el chiste me pilló en falta: es un chascarrillo interactivo.

En las últimas semanas me he enterado de un par de chistes que considero muy reveladores de la monumental subjetividad con la que todos traducimos el mundo. Teniendo en cuenta los vientos de sectarismo e intolerancia que vivimos, aprender a desconfiar de la propia visión no me parece mal entrenamiento. El primer chiste me lo contó mi amigo Nicolás Belmonte, quien a su vez se lo había escuchado al historiador Paul Preston, y dice así: El entrenador del Liverpool CF viaja a Kabul para ver jugar a un futbolista afgano; impresionado por sus dotes, le ofrece un contrato y se lo lleva a Gran Bretaña. Dos semanas más tarde, el joven afgano juega su primer partido en Liverpool; cuando sale al campo, el equipo está perdiendo por 2 a 0. En veinte minutos, el muchacho mete tres goles y le da la vuelta al marcador. Cuando termina el partido, el afgano corre a llamar por teléfono a su madre y le dice: “Mamá, ¿sabes qué? ¡Jugué hoy veinte minutos, metí tres goles y gracias a eso ganamos, todo el mundo me adora, los fans, los periodistas, los compañeros del equipo, todos!”. “Estupendo”, le contesta la madre, “déjame que te cuente yo mi día: a tu padre le han pegado un tiro en la calle; tu hermana y yo fuimos asaltadas y a ella estuvieron a punto de violarla, menos mal que pasó un coche de policía; tu hermano se ha unido a una banda de saqueadores y ha incendiado unos edificios, ¡y mientras tanto tú me cuentas que te lo estás pasando en grande!”. El chico se queda estupefacto y acongojado: “¿Qué puedo decir, mamá? Lo siento mucho”. “¿Que lo sientes? ¿Que lo sientes?”, vocifera la madre: “¡Es por tu culpa por lo que nos hemos venido a vivir a Liverpool!”. Ah, ahí está todo o casi todo, está nuestro prejuicio y nuestro paternalismo ante los países que no son del Primer Mundo; está nuestro vago y desinformado horror ante esas zonas del planeta atrapadas por la violencia, de las que lo ignoramos casi todo; y, por añadidura, está la debacle actual, la decadencia social, cívica y política de la vieja Europa.

Pero mi chiste preferido llegó por las redes, enviado por Héctor Ibarra. Es un fotomontaje muy sencillo pero muy bien hecho y obviamente viene de un país francófono. Una ratita, parada sobre sus cuartos traseros, alza la cabeza al cielo y contempla el paso majestuoso de un murciélago con las alas extendidas. Y exclama con arrobada admiración: “¡Oh, mon Dieu! ¡Un ange!”. Me conmueve, me enternece esa rata vulgar, aborrecida por casi todo el mundo, que, sin embargo, tiene sueños sublimes en la cabeza y confunde con un ángel a otro bicho parecido a ella, a un pariente cercano, también detestado por la mayoría de la gente, que simplemente posee un par de alas membranosas. Pero ese vuelo, del que la pobre rata ignora todo, sirve de base para un espejismo milagroso. Qué parecidos somos los humanos a esa rata crédula e ignorante, a esa pobre rata que se maravilla ante lo que no entiende y que inventa fantasías teológicas, portentos, seres mágicos, una realidad superior a la que adorar. El humor, ese maravilloso antídoto contra la ceguera de la autoimportancia, nos permite enfrentarnos a la medida de nuestra menudencia.”