Mi jardincito, casi en las nubes… Veinte metros cuadrados te pueden cambiar la vida. Al salir a la terraza, me encuentro en el «jardín», lleno de plantas y de pequeños árboles: limoneros, olivos, camelias… Casi todas las macetas tienen ruedas, así que las puedo cambiar de sitio cuando me da la gana.
Un poco escondido, detrás de una cortina de bambús, está el «comedor»: una mesa antigua de color verde profundo donde se puede comer, bajo un parasol verde claro. En una de las paredes está mi «tesoro». Cuando mi nieta volvió de China —pasó la primavera allí, con su clase— me trajo una “judía de la buena suerte” que planté en una pequeña maceta. Rápidamente empezó a crecer, a crecer y a trepar por la pared. Aunque es bastante fea…¡ya mide cinco metros!
Para separar las dos partes de la terraza, coloqué un pequeño armario verde, alto y muy estrecho, con un techo puntiagudo. Cuando alguien me pregunta de dónde ha venido, contesto que lo he robado delante de Bickingham Palace, en Londres, pues sí, sí… ¡se parece a las garitas de los guardias!
El perro, que toma el sol en el suelo, se llama Fripoulle (golfo). Al principio, cuando vine a Barcelona, no sabía traducir su nombre. Veía muchas series de televisión para aprender la «lengua de la calle». ¡Y la aprendí! Un día, en el veterinario: «¿Cómo se llama?», me pregunta la recepcionista. «Gilipollas», contesto yo, orgullosa de conocer esa palabra; pero cuando veo que el veterinario y las asistentas se ponen a reír a carcajadas, comprendo que he dicho algo raro… Parece que es una palabra muy vulgar. ¡Lástima!, porque en francés suena bonito, un poco como «mariposas», lo único que echo de menos aquí en lo alto…
Marie Claire
¡Maravilloso!¡Muy bonita la terraza y su jardincito!