Monthly Archives: febrero 2009

FILOSOFIA PARA BUFONES

 ¿Es compatible la filosofía con el humor? ¿Es posible aprender filosofía a carcajadas? En este desternillante libro el lector en invitado a un delicioso viaje por la historia de la filosofía y las vidas de los filósofos, en el que se encontrará con el malhumor de la esposa de Sócrates, los sueños de Maquiavelo, las opiniones de Kant sobre el matrimonio, las despiadadas mordacidades de Nietzsche, la deducción lógico de Russell de que él y el Papa son la misma persona, la agresividad de Wittgenstein atizador en mano…

Alguna anécdota curiosa…sobre Descartes:

LOS RELOJES NO TIENEN CRÍAS

 

    En 1649 Des­car­tes acep­tó la in­vi­ta­ci­ón de la re­ina Cris­ti­na y se tras­la­dó a Su­ecia pa­ra tra­ba­j­ar co­mo tu­tor de la so­be­ra­na. Co­mo la re­ina se em­pe­ña­ba en re­ci­bir sus lec­ci­ones de fi­lo­so­fía de mad­ru­ga­da (na­da me­nos que a las cin­co de la ma­ña­na), Des­car­tes, que es­ta­ba acos­tumb­ra­do a dor­mir has­ta el me­di­odía, tu­vo que cam­bi­ar sus há­bi­tos de vi­da y en uno de esos mad­ru­go­nes en­fer­mó y aca­bó mu­ri­en­do de pul­mo­nía a los cu­at­ro me­ses de ha­ber lle­ga­do a aqu­el «pa­ís de osos, ro­cas y hi­elo» (aun­que, se­gún ot­ras fu­en­tes, hab­ría mu­er­to en­ve­ne­na­do por los lu­te­ra­nos, te­me­ro­sos de la po­sib­le inf­lu­en­cia de un fi­ló­so­fo ca­tó­li­co sob­re la so­be­ra­na su­eca). Pe­ro an­tes de que eso ocur­ri­era, la re­ina tu­vo oca­si­ón de de­most­rar su in­ge­nio an­te el sa­bio fran­cés. Fue cu­an­do Des­car­tes le ex­pu­so su te­oría me­ca­ni­cis­ta se­gún la cu­al el uni­ver­so es co­mo una má­qu­ina en la que to­dos los cu­er­pos fun­ci­onan igu­al que re­lo­j­es. Al oír es­to, la re­ina obj­etó:

    -Pues yo nun­ca he vis­to a un re­loj dar a luz a be­bés re­lo­j­es.

 

LA CENA DE LOS IDIOTAS

 

    Mucha gen­te aso­cia a los fi­ló­so­fos con gen­te fru­gal y más bi­en in­ca­pa­ci­ta­da pa­ra disf­ru­tar de los pla­ce­res de la vi­da. Así de­bía de cre­er­lo tam­bi­én el con­de de Lam­born, qu­i­en se en­cont­ró en uno de los me­j­ores me­so­nes de Pa­rís con Des­car­tes, el más fa­mo­so de los fi­ló­so­fos del sig­lo XVII, qu­i­en, con ges­to de sa­tis­fac­ci­ón, es­ta­ba dan­do bu­ena cu­en­ta de un ex­qu­isi­to fa­isán. Al ver­lo, el con­de se di­ri­gió a Des­car­tes con es­tas pa­lab­ras:

    -No sa­bía que los fi­ló­so­fos disf­ru­ta­ran con co­sas tan ma­te­ri­ales co­mo és­ta.

    Contrariado por la im­per­ti­nen­cia y la int­ro­mi­si­ón, Des­car­tes le rep­li­có:

    -¿Y qué pen­sa­ba­is, que Di­os hi­zo es­tas de­li­ci­as pa­ra que las co­mi­eran só­lo los idi­otas?