Os propongo un entretenimiento literario. A continuación tenéis una imagen : es un cuadro de Johannes Vermeer ( 1632 – 1675 ), un gran pintor holandés del Barroco, y muy famoso por otro cuadro, La joven de la perla, cuyo autor y pintura inspiraron la película del mismo título, dirigida por Peter Webber, y protagonizada por Colin Firth y Scarlett Johansson.
Este cuadro se llama Mujer leyendo una carta, y muestra la figura solitaria de una mujer inmersa y abstraída en la lectura de la carta. Es un rasgo característico en la obra de Vermeer mostrar a una mujer en un espacio propio e íntimo, en el que nosotros somos simples mirones. No sabemos qué dice la carta, ni quién la envía, no conocemos sus sentimientos o pensamientos.
Y es aquí donde entráis vosotros. Escribid un relato breve inventando una historia alrededor de la situación que vemos en el cuadro. Dejad volar la imaginación, pero observadla bien, pues aunque parezca simple, en la pintura podéis encontrar motivos inspiradores.
El mejor cuento tendrá premio, además de que ayudará a subir nota para el tercer trimestre.
Enviad vuestro cuento como comentario al blog, procurad no hacer muchas faltas y sed creativos !

Érase una vez, una mujer del pueblo que hacía una vida normal, pero un día le llegó una carta; se quedó sorprendida, cuando leyó la carta, no se lo podía creer, la volvió a leer y se lo creía menos. Aun así, fue a ver al cartero preguntándole quién había enviado la carta, y le dijeron que venía de un pueblo del norte, por tanto, como no tenía ni hijos ni nada que la retuviera allí se fue, no cogió ni comida ni bolsa, solo se llevó una botella que le había regalado de piel y puso agua, y se fue hacia el pueblo del norte para conocer la persona que le había escrito y preguntarle el porqué de lo que había escrito. Yendo hacía el pueblo, iba durmiendo donde podía o donde le dejaban, en el suelo, en el establo de un pastor o con familias a las que les sobraba una cama. . Comía lo que el bosque le ofrecía, frutas silvestres, pero en la boca siempre llevaba algo, como si estuviera en Perú comiendo la hoja de coca, hojas de plantas con buen gusto, o una pequeña ramita de romero Siempre anduvo cerca del río para ir rellenando el saco de agua. Al cabo de once días andando, al fin llego al pueblo, encontró que era un sitio muy grande, pero eso no la detuvo. ¿ Cómo buscar al hombre ?, se pregunto; entonces, fue a buscar el cartero de la ciudad y al recordar la carta, le informó de donde vivía la persona. Fue a verla y al fin le dijo el porqué de la carta.
Entonces el hombre dijo:
La razón de haberte escrito esta carta es…
La mujer sorprendida por lo que le dijo se quedo en silencio, pensativa.
Continuará ?
MUJER LEYENDO UNA CARTA
Algún lugar perdido en los Alpes Suizos
22 de septiembre de 1864
Hace ya cinco meses de mi apresurada “desaparición”, cinco meses en los que deduzco no has tenido noticias sobre mí… Aquí en las intransigentes crestas alpinas carezco de reloj, abundo en tiempo, eludo a mi cita con las horas, no funciono bajo ningún impuesto compás, ni tal es mi pretensión. Únicamente el sol ejerce autoritario sobre mis quehaceres. Sin duda su carismática carcasa astral resulta infinitamente más cadenciosa que cualquier otra que revista una aguja horaria. Es curioso que en la urbe no me percatara de la absurda e irracional aceleración que impulsaba irrefrenablemente mi singular inercia, una inercia compartida contigo en el hogar y derrochada por las espesas avenidas plagadas de hormigas unidireccionales y autómatas. Entes que alardean sobre su condición de libre albedrío, pero que cargan a la espalda un plomo que emana pusilanimidad. Una sociedad dicha libre por sus propios integrantes y de la que con un tupido velo en los ojos formaba parte junto a ti. En fin, cualquier enumeración descalificativa en contra de la burbuja desoxigenada en la que mis pulmones se veían incapaces de trabajar sería insuficiente para describir el sinsentido del transcurso de mis días, instantes vacíos en los que un motor antinatural no se decidía a arrancar. No espero que comprendas mis motivos, en definitiva genuinos, y de ninguna manera extrapolables a tu consciencia. Ni siquiera deseo tu clemencia, anteponiendo mi duda a que me merezca dicho perdón. Mi intención en esta breve, pero a mi modo de ver, explícita carta, no es otra que transmitirte una merecida explicación a mi huida, porque no tiene otro calificativo, sin previo aviso, de casa y, la consecuente ruptura de nuestro idilio amoroso y abandono del pequeño Sam. No me juzgues fríamente por la indiferencia que parezco mostrar por todo aquello que dejé atrás y que sentenciosamente te puedo decir, no intentaré recuperar. Aunque no lo creas, aquel trece de mayo en que Max Rockefeller decidió no aparecer en la mesa para cenar con su esposa e hijo después de su asidua jornada laboral de doce horas en la fábrica, no fue un acto espontáneo y alocado sino la culminación de unas ansias premeditadas de encontrar una libertad real.
Marge, mi nueva condición de anacoreta es tan placentera para mí como una sucesión ilimitada de inyecciones de morfina, algo inexplicable recorre mi espíritu aquí, en las llanuras alpinas, rodeado de fértiles vacas y embriagadora brisa. Lo único realmente cierto que se puede afirmar sobre mi nueva forma de vivir es la naturalidad en su sentido más limpio, más puro y más polisémico. Y entiendo por naturalidad el hecho de no forzar los actos, siento como el transcurso de los sucesos cotidianos fluyen por un recorrido diario tal que no necesitan llamar a la puerta, no interrumpen, no se presentan arrolladoramente cual apisonadora errante. No me busques, es lo único que te puedo pedir, un nuevo yo ha surgido en la montaña, únicamente te diré y, me gustaría que se lo hicieras saber así a Sam cuando sea lo suficientemente mayor para comprender, que su padre fue alguien que se liberó de las cadenas de la vorágine social y fue realmente feliz.
Te quiere y te recordará siempre,
M. Rockefeller
Hace mucho tiempo, pero no demasiado, había un pareja que vivía en una pueblo que estaba desapareciendo a causa de la fundación de una ciudad muy cerca de este pueblo.
Muchos de los vecinos que se mudaban en la ciudad vendían parte de sus objetos que tenían por casa. Cuando la familia Castillos Bien Aventurados se mudaba y vendían objetos suyos, una pareja decidió comprar un cuadro, ya que querían algo para decorar y ese era el objeto más barato en proporción al espacio que ocupaba.
Al llegar a casa los compradores lo colgaron en una pared blanca llena de humedades. Al levantarse el día siguiente el cuadro estaba muy húmedo. La humedad dejaba ver líneas que antes no se veían, al ver el cuadro de lejos, se convertía en un mapa, y en el había una X marcada.
Ya que no tenían nada mejor que hacer y tenían intriga para saber qué indica el mapa fueron a ver a un cartógrafo, para ver si les podía ayudar a descubrirlo. El cartógrafo les dijo que eso era de una zona en la isla de Jamaica.
Al volver a casa la pareja discutió sobre si tenían que ir dónde el mapa indicaba, ya que quizás indicaba la posición de un tesoro o algo de valor. Tras un rato de discusión decidieron hacer ese viaje. Solo tenían dinero para que fuese uno de los dos, y como era propio de la época fue el hombre. La mujer se quedo a dos velas, ya que se habían gastado casi todo su dinero en ese viaje, pero aun así estaba contenta porque tenía la fe de que el marido volvería con un tesoro .Al cabo de 2 semanas recibió una carta donde el marido le decía que ya había llegado y que iba a buscar el tesoro. A la semana siguiente recibió una segunda y última carta de su marido, en esta explicaba que había encontrado el tesoro, en ese momento se puso una gran sonrisa en la cara de la mujer.
La carta continuaba diciendo que la gente allí era muy simpática, y que a él le encantaría vivir allí, pero sin ella, ya que allí era muy rico y famoso, y además había conocido a una jamaicana que era más guapa y joven que ella, que él se quedaba allí con la buena vida y que ella como mujer que era, que se apañase, ya que el tesoro se lo quedaba para él y la jamaicana.
(El cuadro se hizo mientras ella leía la segunda carta)
Érase una vez un chico joven lleno de esperanzas y alegría, con un talento impresionante para hacer manualidades.
Vivía en un edificio en medio de una gran ciudad bien poblada y llena de tiendas de ropa. Lo que menos le gustaba era empezar a estudiar, pero una vez empezado ya no le era tan difícil ni le costaba mucho, aunque siempre se lo dejaba para el último momento y llegado el día del examen se le olvidaba o se ponía muy nervioso. Los profesores pensaban que el chico no podría pasar de curso puesto que las notas no eran muy altas y vieron que se equivocaban, ya que el chico sacaba esas notas porque le costaba ponerse a estudiar y no porque le costaba entender los conceptos.
Llegado el día de las notas el chico no tenía ni la menor duda de las notas que sacaría, pero según él le había ido mejor que el trimestre anterior. Le dieron las notas y el chico se sorprendió, ya que algunas no se las esperaba.
Desde aquel momento el chico empezó a tomárselo en serio y logró sacar mejores notas, y por otra parte para callar las bocas de aquellas personas que no confiaban en él. Aquel año el chico se dio cuenta de que si estudiaba luego se sentiría mejor consigo mismo y además sacaba buenas notas.
Logró sacarse el titulo que tanto deseaba y actualmente está trabajando de lo que él mas deseaba desde que era un niño, ser mecánico de formula uno.
Querida mama:
Te escribo desde Barcelona, solo quería decirte que te quiero, sé que la carta te la van a entregar junto con mis objetos personales, eso si no me queman a modo de advertencia a aquellos que no están a favor de Felipe. Estoy envuelto de enemigos y no sé dónde están papa ni Miguel, me han dicho que cayeron en la batalla del cuello de Balaguer. Me alegro por ellos, no han sufrido todo lo que han sufrido los que están aquí junto a mi: no dormimos, no comemos, vamos sucios y estamos heridos. He visto caer a mis amigos, los he visto morir en mis brazos mientras me suplicaban que les pegase un tiro para no sufrir , y lo peor es que no puedo ni darles su merecido entierro. Javier dice que seremos héroes, pero no merece la pena morir como ratas para ser héroes. Se me están acabando las bala, pero la última bala ya tiene un nombre, el mío.
Mujer leyendo una carta
Hacía meses y meses que ya nada sabía de ella…
Madre Teresa acababa de leer la carta enviada desde Roma, ciudad donde supuestamente vivía su hermana Catalina. Tras haber acabado de leer la carta, las primeras lágrimas hicieron acto de presencia bajando por los párpados hasta caer en el suelo.
Los padres de Teresa murieron cuando ella y Catalina tenían 15 y 12 años respectivamente. No tenían más familia más que la una con la otra, así pues, decidieron entrar en un convento de monjas quienes las recibieron con mucho apoyo y amabilidad.
Los años transcurrieron por un igual para todos, sin embargo, no lo hicieron de la misma forma. El amor de las monjas, el culto a Dios y la tranquilidad parecieron converger en la hermana Teresa mientras que a Catalina le costó mucho tiempo asimilar la muerte de sus padres, provocando en su interior un espíritu rebelde, pues a sus dieciocho años decidió abandonar el convento y escaparse con su novio (Ninguna de las monjas sabía que tenía una relación a excepción de Teresa quien, para proteger a su hermana y que no la echaran, no lo contó a las demás). El día que escapó, le dejó una carta contando que se iba hacia Roma, ciudad natal de su prometido.
La carta que sostenía entre sus manos no era una carta como la otra: no era de su hermana. Sin embargo, cuando acabó de leerla supo que en el lugar donde se encontraría ahora, sería un lugar más perfecto y brillante que el lugar más hermoso en que pudiera haber estado jamás.
Albert de Bobes Coll 1o de Bachillerato A
Nos situamos en una de las innumerables guerras holandesas, los hombres mayores de quince y menores de sesenta están luchando en ella y estos se envían cartas con sus respectivas amantes y esposas. Aquí tenemos el caso de Pedro y Carmen, quién sale en el cuadro leyendo una de las cartas de Pedro, o al menos eso parece.
Carmen al empezar a leer se asusta, ya que se da cuenta que la carta proviene del ejército, pero escrita por un desconocido. Al llegar a la mitad empieza a temblar y a acariciarse la barriga, con ello pretende contactar y tranquilizar a su hijo aún en su placenta, lógicamente pertenece a Pedro, su padre. Finalmente, al terminar de leer, le cae la carta de sus finas manos y se pone a llorar de manera desesperada de cara al suelo, su hermana mayor y dueña de la casa intenta tranquilizarla. Por lo que le dice a su hermana se ve que después de una pequeña batalla nocturna de unos días atras, Pedro desapareció junto a su pelotón y nadie los ha vuelto a ver desde entonces, no saben que les puede haber pasado, pero el transcurso de tantos días sin noticias suyas les lleva a considerarlos muertos. Las hermanas se encuentran llorando desplomadas en el suelo, cuando de repente Carmen para en seco, su hermana, extrañada, mira hacia el suelo y lo ve empapado : Carmen acababa de romper aguas. Como ya habían practicado millones de veces se fueron al baño, Carmen se sentó en el váter, pero de manera que su niño no cayera dentro de la taza, empezó a hacer fuerza y en escasos minutos el crio salió disparado, era un precioso macho a quien indudablemente Carmen llamó Pedro. El crio mantenía a las hermanas ocupadas de modo que tenían poco tiempo para pensar en el desaparecido esposo, de modo que pasaron semanas y después llegaron los meses hasta que Pedrito cumplió un año. Carmen y su hijo pasaron ese maravilloso día con los amiguitos del parque, y unos cinco minutos después de haber vuelto a casa sonó el timbre. Carmen curiosa por saber quién era, fue a abrir y se encontró a un vagabundo con una barba de metro y medio, ropa destrozada y muerto de frío que le dijo: -Hola Carmen soy Pedro ( y este se desplomó). Pasaron un par de días y el supuesto Pedro se despertó en una gran y confortable cama lavado, vestido y gracias a Dios afeitado. Nada más despertarse Carmen entró y se abalanzó sobre él, era el día más feliz de todas sus vidas, Pedro explicó que todo era un plan común junto con otros soldados: en medio de la noche de batalla se fueron bosque a través, un helicóptero les esperaba en las afueras y se pasó un año en su tierra natal, España, ahí estuvo ahorrando para poder comprar un vuelo de ida y tres de vuelta, solo comía no tenía casa ni ropa, quería conseguir el dinero lo antes posible, por eso apareció de ese modo. Carmen más decidida que nunca hizo sus pequeñas maletas y se fueron a buscar el primer vuelo posible dirección a España. Ahí vivieron felizmente ellos tres juntos el resto de sus vidas, Pedrito se convirtió en un importante periodista de una popular emisora española, tuvo varios nietos con una preciosa española y así Pedro y Carmen pasaron el resto de sus felices y aventuradas vidas.
En 1642 Abel Janszoon Taman fue enviado a Australia como viaje para explorar mejor la isla. En su viaje dejo atrás en Holanda, su tierra natal, a su mujer, una joven morena. Se comunicaban por correo, tardaba en llegar así que no tenían noticias a menudo. Cuando le llegaba a la joven un papel, se pasaba toda la mañana pegado a él, no pensaba en nada más.
Un papel, un escrito, dos personas unido a él. Nada más levantarse ahí lo vio en la mesa, un sobre que le traía una noticia que llevaba tiempo. Estaba ansiosa por abrirla y saber qué ponía, así que no lo dudó, cogió el sobre y lo abrió. En su interior había un relato de la aventura de su marido, Abel Janszoon Tasman, que le explicaba con pelos y señales la apasionante experiencia que estaba viviendo al avistar un territorio desconocido al sudeste de Australia en ese viaje que estaba realizando al territorio ingles.
No podía apartar la vista de esa carta. Llevaba mucho tiempo lejos de él y esa carta era lo que más la acercaba a él. La leyó una y otra vez hasta que casi se la aprendió de memoria, pero no quería dejar de leer, en ese momento ella estaba ida, aislada en su mundo.
La carta le explicaba lo que él creía que había en ese territorio, hablaba de largas praderas con un césped verde, montañas blancas, grandes lagos y bosques con árboles enormes y muy frondosos, parecidos a los de Holanda. Con un clima de eterna primavera, una brisa suave y agradable y un sol brillante que debía transmitir un calor agradable. Creía que en esas enormes praderas habrían preciosos caballos corriendo libremente y por los enormes bosques una fauna parecida a la de su querida Holanda. Continuó explicando lo mucho que la echaba de menos y las ganas que tenía de verla, algo que yendo en contra de su voluntad no podría ser. Por último le pedía que cuidara del hijo que iban a traer, y que le sabía mal no poder estar ahí pero que le dejaba ese poema para el niño.
La pobre mujer estaba entristecida por el hecho de que su marido no pudiera volver pronto y muy asustada por tener que enfrentarse al mundo con su hijo, sola, hasta que volviera su marido, pero utilizó ese poema para animarse y echar para adelante. Ella sabe que es fuerte y podrá hacerlo, solo que todo será más fácil cuando los dos estén juntos.
Hace tiempo que me paro a pensar sobre nuestra corta vida,una vida que desde que nacemos sabemos con certeza que nos llegará la muerte. Es algo que me inquieta en esta etapa de mi vida.
-Cariño! ¿cómo estás?-Dijo Evan con voz dudosa.
-Bien!-le aseguré yo.
-Ya estás preguntándote y ruborizándote otra vez sobre el tema de la muerte?
Asentí con la cabeza.
-Sabes,mi padre va a menudo con su mujer, Cecilia, al cementerio,para pensar.
-Para pensar!-dije yo sobresaltada, mientras un escalofrío recorría todo mi cuerpo.
-Sí, para pensar-aseguró él-Es un lugar como cualquier otro, además hay mucha tranquilidad.
-No es un lugar donde me sentiría cómoda, no quiero ir- aseguré con voz firme.
-¿ Qué te ocurre? No lo entiendo, si al fin y al cabo todos acabaremos allí,no?
No le respondí, y entonces aprecié como al instante mis lágrimas habían comenzado a desbordarse por mis ojos.
Vi el asombro de su rostro cansado, sigilosamente y con cariño se estiró conmigo en la cama para darme cobijo con su abrazo. De repente empecé a sentir de nuevo, por un instante me había evadido del mundo y solo sentía un terror que se apoderaba de todos mis sentidos, incapacitándome para hacer cualquier cosa. Todo el caos de mi mente siempre e inevitablemente, se transformaba anulándome completamente, y solo él lograba sacarme de nuevo a la luz. Él me otorgaba felicidad con su presencia, pero en su ausencia, los pensamientos me aislaban del mundo y estaba siempre sola, en la penumbra.
Me miraba, tocó mi hombro para colocarlo en la posición correcta.
-Así no te harás daño-añadió. Fijó sus ojos tiernos y endulzados en dirección a los míos.
-Que labios tan bonitos- y me besó. En ese momento sentí que estaba en un sueño.
-Que labios tan tiernos-le dije con un susurro.
Me incorporé y me senté a su lado. Desde mi angulo podía apreciar su preciosa silueta de perfil, perfecta, observaba su brillante ojo humedecido clavado hacia el frente,la silueta de sus carnosos labios rojos, en la que resaltaban sus afilados colmillos y su dentadura, de un brillante blanco intenso. Sus abundantes cejas negras, resaltaban el verde prado que yacía en sus ojos, inseguro,tensaba la mandíbula al mirarme de reojo,y su respingona nariz de príncipe resaltaba con delicadeza. Se distraía admirando pequeños detalles de mi habitación con una ternura en su aura que me elevaba hasta el mismo cielo.-Es una habitación de princesa-dijo mientras con su mano recorría mi rostro delicadamente.
Entonces se incorporó,dejando una carta encima de mi escritorio y me pidió que la leyera al marcharse.
Así lo hice, nos despedimos con un tierno abrazo y un beso apasionado.
Mi habitación se torno más oscura y vacía, el blanco de las paredes pasó a desprender un color ocre claro,los cuadros fueron envejeciendo, y allí me encontraba yo, de pie, sola y con una vida dentro de mí por llegar, leyendo la carta que él me dejó antes de partir a la guerra, y recordando los últimos instantes que compartimos juntos de su vida.
Patricia Gálvez
La guerra ha estallado, el pánico se ha apoderado de todo el mundo y la gente desconfía de, incluso, su propia sombra. Los cañones y las escopetas suenan sin descaso entre los gritos y los llantos. Pero en medio de la muerte y el horror, una pareja de enamorados están creando esperanza y vida. Esta pareja yace recostada en una cama en una casa no muy alejada de la zona de combates. El hombre, un joven apuesto y de un aspecto muy saludable, de cabellos rubios, protege entre sus brazos a una tierna jovencilla aparentemente un poco más joven que él.
¡Pum!, un cañonazo ha impactado no muy lejos de aquel lugar. Al oír el estruendo la mujer se echa a llorar y el hombre se levanta, coge el fusil y sin mirarle a la cara se despide. Ella, consciente de que puede ser el último recuerdo que le puede quedar de su amado, le da un beso, tocándose el vientre. Después de que su enamorado se hubiera ido, ella corre lo más rápido posible hasta el pueblo donde su padre la está esperando intranquilo. Con los ojos rojos de haber llorado, abraza desesperadamente a su hija. Los dos huyen apresuradamente de aquel lugar en dirección a la ciudad vecina, donde encontrarán cobijo en casa de un gran marqués que goza de inmunidad diplomática y se mantiene al margen de los altercados. Una vez allí el marqués pide la mano de la chica, pero ella la rechaza. Debido al rechazo de la joven, son tratados como esclavos por el marqués. Al final la chica acepta la proposición del marqués, porque ha perdido toda esperanza de ver a su amado con vida.
La guerra se ha acabado. Ella goza de una vida monótona, pero llena de lujo, hasta que cierto día una sirvienta le entrega una carta, sin remite, sin sello, solo pone su nombre. Ella intrigada la abre y dentro solo pone: ¿Eres feliz?
A Brian, que sufría de una grave enfermedad, se le había predicho que no le quedaban muchos días de vida, y que a medida que pasase el tiempo iría empeorando su estado, con lo cual sufriría más. Una noche, decidió que esa misma madrugada se iba a ir de su casa para siempre, a morir allá donde nadie lo conociese para que así su madre Angie no sufriese por su hijo. Antes de irse, escribió una carta en la que expresaba su amor a su madre y abuela,a la que también le quedaba poco tiempo; les deseaba mucha salud y prosperidad. Seguidamente, cogió lo justo y necesario para ir a morir, y salió por la puerta por última vez.Iba dejando la casa atrás mientras no podía evitar dejar caer lágrimas, ya que sabía que aún le quedaba mucho por vivir, era joven, pero como su enfermedad no tenía solución, debía resignarse a su destino.
A las nueve y media de la mañana, Angie se despertó, y como de costumbre, fue a la cocina para preparar el desayuno; en la mesa encontró una carta, efectivamente, era la carta que había dejado Brian. Angie, se dejó llevar por la desesperación momentáneamente, pero después, tomó la decisión de encontrar a su hijo, no estaba dispuesta a dejarlo ir, no podría seguir adelante sin él. Salió de casa, y sin saber dónde ir, se fue.
Cristina, ese es el nombre de la mujer de Leopoldo. Un hombre que ama profundamente a su mujer, y que cada vez que la ve triste, su corazón no lo soporta. El motivo de su tristeza es que Cristina no puede tener hijos y han hecho todo lo posible para adoptar un bebé, pero sienten que el destino no quiere cumplirles ese deseo tan anhelado. Un día, Cristina caminaba por el parque y escuchó un llanto que venía de entre los arbustos, ella se acercó muy cuidadosamente y se llevó una gran sorpresa: era un bebé recién nacido. Ella, conmovida por el llanto y la hermosura del bebé, le sacó de allí y se lo llevó a su casa. Estando en casa, ella tomó la decisión de quedárselo y reconocerlo como suyo. Esperaba ansiosa a que su marido llegara y decirle que por fin tenían un hijo, que Dios había escuchado sus súplicas. Para sorpresa suya, aquella noche su marido no llegó. Toda la noche se la pasó en vela, con la esperanza de que llegara, pero fue inútil.
A primera hora de la mañana, Cristina se encaminó rumbo a la policía a denunciar la desaparición de su marido. Ellos le dijeron que fuera paciente y que esperara cualquier noticia en casa. Pero ella no podía quedarse tranquila, porque sentía que algo muy malo le había pasado a su marido; pero tenía que regresar a casa porque un bebé la estaba esperando.
Dos días después, ella recibió una carta, era de la policía. Se fue a su habitación y comenzó a leerla. No podía creer lo que estaba leyendo: su marido está muerto, lo sentimos mucho señora, en unas horas le estará llegando el cuerpo. En ese instante ella se quería morir y no entendía como su marido podía estar muerto.
Después de tantas lagrimas y tanto sufrimiento, se quedó profundamente dormida y tuvo un sueño. En su sueño se presentó su marido y le dijo: no llores amor mío, me has perdido pero has ganado lo que tanto deseábamos, un hijo. Lucha por él y cuídalo como lo hubiéramos hecho juntos.
Ella despertó y fue directamente a abrazar al bebé.
Años habían pasado ya de aquella mañana gris. Aquel día el cielo mismo parecía ir a juego con los pensamientos y emociones de María, como si de alguna manera los dos compartieran el mismo sentimiento que consumía sus vidas. Sí, los dos se levantaron con las mismas dudas que impedían a la luz de la esperanza cruzar sus cuerpos, tangibles o no, a la espera de alguna señal. No importaba de qué se tratara; desde el más pequeño sonido de una nube hasta el más imperceptible tacto de los pájaros hubiese sido suficiente para impedir lo que les esperaba. Pero no fue así. Mientras observaba el paisaje oscuro con el que se levantó, y comparando su vida con la de aquel cielo triste, María, escribió su última voluntad. En esa carta, de reducidas dimensiones para su gusto, lo dejó todo bien claro. Desde el momento en que cogió la pluma, supo muy bien lo que iba a inmortalizar en ese papel, y así lo hizo.
“Querido lector, lamento que en este momento estés leyendo esta carta, los motivos por los que estoy aquí hoy deseo explicártelos a continuación…”. Pero pensó que era una forma demasiado educada para el tipo de mensaje que quería dejar. No, no, ella no deseaba nada a nadie. En esta carta ella sería la única protagonista, pues por algo quería suicidarse “Estoy hasta los cojones!” Sí, ese principio le resultaba mucho más atractivo. Además captaría de inmediato la atención de algún futuro lector. ¿Y por qué tenía que ser educada? De hecho, si estaba en esa situación era precisamente por eso, porque estaba “hasta los cojones” de tanta educación y tanta farsa. Llevaba tiempo queriendo decírselo a alguien, y a quien mejor que a la propia Muerte. Ella si era la única capaz de entenderla. Y más aún, estaba obligada a hacerlo, puesto ese es su trabajo, soportar las quejas de los incomprendidos, que a falta de alguien que les escuchara, tenían que decírselo a ella. Y entonces pensó, ¿pobre Muerte no? ¿No estaría ya cansada de escuchar las penas de los que tan habitualmente se suicidan? En cierto modo comprendió que era un poco egoísta al no tener en cuenta sus sentimientos, que su trabajo ya era bastante duro como para tener que soportar un viaje prematuro con María al infierno… ¿Porque eso le esperaba, no? Al menos eso le dijeron, que la vida era un regalo divino. Pues parece que la suya tenía un defecto de fabricación, así que decidió devolverla a la tienda de donde salió y pedir una hoja de reclamaciones a Dios o a quien fuese que estuviese al mando. Y si le sobraba tiempo, buscaría un buen abogado celestial y pondría una denuncia a quien pensó que sería una buena idea regalarle una vida. Gracias pero no, gracias. Eso le recordó a la vez que de pequeña le regalaron un libro por su cumpleaños…
Y cuando quiso darse cuenta, había escrito toda la página entera, con una letra que casi ni reconocía. Pero lo más extraño fue que nada de lo que estuvo pensando fue escrito. La carta se escribió sola. Empezó a leer las primeras líneas y comprobó que esa era su escritura, reconocía sus palabras, pero no tuvo valor para seguir leyendo. En ese momento no quiso saber lo que decía, no lo quería saber, porque ya no sentía ese impulso que le llevó a escribir la carta. Lo del suicidio le pareció una tontería, algo totalmente impropio de ella. ¿Para qué iba a suicidarse? Entonces comprendió que lo que esa letra contenía era precisamente lo que algún día la conduciría a la muerte. Eran los motivos por los que alguien como ella llegaría a tal extremo. Supo que si decidía leer la carta, sería lo último que haría, ya que de algún modo la escribió su propia Muerte. Era su propia sentencia. Levantó la cabeza y vio que el cielo estaba despejado, y el sol le mandaba una sonrisa. Hubo una profunda conexión entre el cielo y ella, que la quitó de tanta locura y le hizo guardar la carta bajo llave para no leerla jamás.
Y sí, años habían pasado desde aquella mañana gris. Y otra vez, la Muerte hizo una de las suyas. María no aguanto la intriga y leyó lo que sería su última carta.
Marti Ubeda 1r Batx
Un día de primavera, ella llegó a casa con la alegría reflejada en una sonrisa, porque sabía que solo faltaban unos pocos días para que su amado regresara de la guerra contra los franceses. Al entrar en su casa ella se puso a cantar y a bailar la canción que les gustaba a los dos (a ella y a su querido amado). Mientras ella cantaba llamaron a la puerta, se detuvo y, al ver que alguien estaba fuera, su cuerpo empezó a temblar y un nudo en la garganta la invadía. Aquel hombre la miraba con la tristeza en los ojos por la mala noticia que le iba a contar : que su querido amado había sido capturado. El hombre le dio una carta que su amor le había escrito antes de su captura. Ella, ante la mala noticia de aquel hombre extraño, se quedo inmóvil durante un segundo. Al darse cuenta que la persona que traía la carta le estaba mirando con la carta extendida, la recibió y dio las gracias. Al encontrarse dentro de sus aposentos, puso la carta encima de unos libros que estaban sobre la mesa, se giro y se puso a llorar recordando el rostro de su amado antes de irse a la guerra.
Después de un largo momento, se armó de valor, abrió la carta con una gran tristeza, al leer la carta se enteró de que lo estaba pasando muy mal por estar lejos de ella, también le explicaba que él había tenido un sueño donde los dos estaban juntos en una casita en el campo con muchos niños a su alrededor, donde nadie los molestaba y donde no les faltaba nada. Incluso él en su carta le hacía la promesa de matrimonio para así hacer su sueño realidad estando con la persona que ama.
P.D.: Bueno Laura espero que sea de tu agrado aunque sea una historia triste.
De repente, un ruido extraño me hizo levantar con el corazón a mil , cogí mi antiguo fusil de caza que me había dejado mi padre antes de su muerte y silenciosamente fui en busca de lo que yo creía un ladrón , abriendo casi todas las puertas de mi casa. Supuse que debía estar en el único sitio que me quedaba por revisar, mi despacho, abrí la puerta con cuidado y sin hacer el más mínimo ruido comprobé que estaba ahí, un joven aproximadamente de unos 17 años de edad con una vestimenta que aparentaba ser de pobre. Sin pensármelo dos veces, le disparé, pero increiblemente fallé el tiro, lo único que logré fue asustarlo, él muy nervioso salió por la ventana hasta que desapareció de mi vista. Al amanecer fui a poner la denuncia, él corrió con tan mala suerte que en menos de dos horas me habían avisado de que ya estaba en un reformatorio. Me alegré, por fin la justicia servía para algo. Lo que yo pensaba hacer era aplicarle el mayor tiempo posible que se pudiera estar allí, pero mi mujer se oponía, tenía el presentimiento de que él no era un ladrón de verdad y me pedía que lo dejara en libertad. Después de discutir un buen rato, decidí hacer lo que yo quería y así fue. Después de un tiempo mi mujer se comportaba un poco extraña, de su cuenta bancaria había extraído más dinero de lo normal y cuando le preguntaba el porqué de su comportamiento se ponía muy nerviosa y empezaba a llorar sin consuelo y se salía con la excusa de que nuestro hijo robado hace 17 años aún podría estar vivo , pero lo que realmente pasaba es que hacía unos días había ido a visitar al joven ladrón que le suplicó llorando que él no era así, que si había entrado a su casa a robar era porque su madre, la única persona que le importaba en este mundo, estaba muy enferma y necesitaba el dinero para comprarle sus medicinas. Ella, al escuchar su historia, comprobó que era verdad y sin dudarlo lo sacó de allí y corrió con todos los gastos del hospital y aparte les compró una casa nueva, porque la antigua no estaba en condiciones. Ella era tan solidaria que les ayudó con la mudanza y, en ese momento, se encontró con una foto de bebe, el mismo niño que salía en la foto que tenía ella guardada de su niño robado. Sin imaginarlo había encontrado a su hijo, pero no se lo quiso decir porque él estaba muy feliz con su supuesta madre y no quería hacerle daño. Lo único que hizo fue darle estudios y enviar dinero mensualmente para sus gastos. Él, muy agradecido por todo lo que había hecho por él, le escribía cada semana una carta donde siempre volvía a darle las gracias y le contaba cómo iba su vida con un gran cariño. Yo, al abrir una carta por la necesidad de saber lo que pasaba, lo comprendí todo.
Como cada amanecer, Rousse deambulaba por el comedor de su hogar en busca del café que le estimularía las pupilas, y pasaba por delante de la misiva sin darse cuenta de que estaba allí.
Con el estimulante en mano, se sentaba en la mesilla para gozar del desconocido día que acababa de empezar, sin acordarse del anterior. Leía el periódico que minutos antes el botones le había depositado en el felpudo del porche; a Rousse, no le interesaban en absoluto los sucesos del mundo, meramente observaba ciertas fotografías curiosas.
Al levantar la vista reparó en la carta y justo cuando se alzaba para espiar lo que estaba escrito, sonó el timbre de la entrada. Casi corriendo abrió el portón con un efecto inesperado:
-¿Quién será?-pensó-
El recuerdo de lo vivido estaba allí pasmado ante su mirada, su hijo.
-¡Eliot! Que sorpresa verte, no te esperaba- expresó Rousse francamente-
– Conversamos ayer, te dije que te ayudaría a adecentar el jardín.- manifestó Eliot, sorprendido pero a la vez familiarizado por la falta de memoria de su madre.
Antes del mediodía, habían concluido sus labores y Eliot se fue orgulloso de su jornada en casa de Rousse, ya que no acostumbraba a verla muy a menudo.
Después de la comida, Rousse se volvió a sentar delante la mesilla y observó la inexplorada carta como si fuera la primera vez que la advertía; se levantó impaciente por leerla pero al cogerla, la tetera con la infusión hizo su peculiar silbido y Rousse la dejó para atender los fogones.
Después del té, su cuerpo le pedía estar en la azotea para deleitarse con el ocaso. Al alzarse para ir apresuradamente al aseo, volvió a tropezarse en el comedor con la carta, su mirada quedó fija en el folio, que parecía que la llamaba desde la mesilla. Esta vez nada le impidió cogerla, no obstante su prioridad era hacer aguas menores.
Volvió a la solana y abrió la carta.
“Amada Rousse, en mi corazón albergo el anhelo y suspiro para que te acuerdes de leer esta carta y deseo que lo hagas con cariño antes de que caiga la noche.”
Laura Tuduri Sanchis
11/02/1943 Leningrado
Querida Blanca,
Estamos en el frente, sitiando Leningrado, y cada vez somos menos. El frío en las trincheras es insoportable, hasta se me ha helado el agua de la cantimplora.
Añoro la costa y el calor, las tardes de verano y los paseos marítimos. Pero sobre todo te añoro a ti, me gustaría abrazarte de nuevo, oír tu voz, estar en la terraza tomando el sol mientras Pablo corretea en el jardín, iríamos a veranear a la playa y él vería el mar por primera vez.
Pero todo eso está muy lejos de aquí, y cada vez me cuesta más evocar esas imágenes, es lo que tiene este frío, se te mete dentro y te paraliza el cuerpo y la mente.
Mientras te escribo esta carta los soviéticos están disparando sin cesar su artillería sobre nuestra posición, llevan más de una hora y ojalá no paren nunca, porque cuando lo hagan querrá decir que se disponen a atacar. Son muchos, y mucho me temo que no viviremos para contarlo.
Si no sobrevivo quiero que sepas que he sido feliz a tu lado, me has dado más de lo que cualquier hombre pudiera desear.
Dile a Pablo que no llore, que su padre ha muerto como un valiente en el campo de batalla defendiendo sus convicciones, y no dejes que él renuncie a las suyas.
Y tú, sé fuerte, sé que conseguirás arreglártelas sin mí. Sé que te estoy pidiendo mucho y que por mi culpa lo vas a pasar mal, pero mi único deseo es que no me guardes rencor por no hacerte caso y alistarme de todas formas en la División Azul desoyendo tus súplicas.
Te quiere,
Jorge.
Creo que queda claro que la narración emula la carta que está leyendo la mujer con una expresión de concentración y preucupación en el rostro. Espero que esta vez, mis esfuerzos sirvan para aumentar mi nota de Literarura.