26 de julio. Toda la región está muy agitada. En uno de los pueblecitos por los que pasé, me preguntaron por qué no llevaba la divisa del Tercer Estado. Me dijeron que el Tercer Estado lo había ordenado y que si no era un señor, debía obedecer. Pero supongamos que soy un señor, ¿ Entonces qué, amigos? ¿ Entonces qué?, me replicaron con dureza, la horca, porque es lo que os merecéis.
Es verdad que no era el momento de bromear, los muchachos y muchachas comenzaron a reunirse, señal inequívoca de los preliminares de una fechoría. No hubiese salido bien libredo si no hubiera declarado que era inglés y que desconocía la orden. Inmediatamente compré una divisa, pero la bribona que la sujetó lo hizo tan flojo que la perdí en el río, antes de llegar a la isla, y volví a correr el mismo peligro. Mi afirmación de que era inglés no tuvo ningún efecto. Quizá ere un señor disfrazado y, sin duda, un granuja enorme. en ese momento, vino un cura por la calle con una carta en la mano. el pueblo se arremolinó a su alrededor, inmediatamente. Leyó, entonces, en voz alta las noticias de Belfort, contando el paso del señor Necker, con algunos trazos generales de los sucesos de París y la seguridad de que la condinción del pueblo mejoraría. Cuando acabó, exhortó a los oyentes a abstenerse de toda violencia y afirmó que no deberían confiar en la idea de que los impuestos iban a ser abolidos. Hablaba del asunto como si supiera que ellos se habían creido lo de la abolición. Cuando se retiró, de nuevo me rodearon a mí, que al igual que los demás, había escuchado la carta. Sus formas eran muy amenazadoras y expresaban sus muchas sospechas. No me sentía totalmente seguro de mi situación, sobre todo cuando oí a uno de ellos que se me debía detener, hasta que alguien viniera a responder por mí […]
27 de julio. Besançon. Más arriba del río, la región es montañosa, roquedos, bosques, bellos paisajes. No hacía una hora que había llegado cuando vi pasar, junto al albergue, a un campesino a caballo, seguido de un oficial de la guardia burguesa, con un destamento, con divisa tricolor. Le seguía la infantería y la caballería. Pregunté por qué la milicia iba delante de las tropas del rey. Por una buena razón: las tropas serían atacadas y masacradas, sin embargo el populacho respeta a la milicia, me respondieron. Este campesino, que es un rico propietario, ha recurrido a la guardia para proteger su casa, en un pueblo donde el pillaje y los incendios son numerosos. Las fechorías que se han cometido en la región, por las montañas y hacia Vesoul, son horrendas y numerosas. Muchos castillos han sido incendiados, otros, saqueados. Los señores, perseguidos como fieras salvajes; sus mujeres e hijos, secuestrados; sus papeles y títulos, quemados; todas sus propiedades, destruidas. Y estas abominaciones no han sido infligidas a personas que por su conducta o principios se hayan vuelto odiosas; no. Es una rabia ciega que no distingue personas: es el amor del saqueo.
Ladrones, galeotes, bribones de todas clases han reunido a los campesinos y les han empujado a cometer toda suerte de ultrajes. Unos caballeros, en la mesadel hostal, me han contado que se han recibido castas del Maconnais, del Lionesado, de Auvernia, del Delfinado, etc., y que por todas partes se perpetraban desórdenes y delitos análogos. Se esperaba que ese movimiento ganase toda Francia…
30 de julio. Dijon. En este hotel, Ciudad de Lyón, hay un caballero, desgraciadamente noble, su mujer, su familia, tres criados y un niño de algunos meses, que se han escapado a medio vestir, de noche, de su castillo en llamas. Todas sus propidades se han perdido, excepto la propia tierra, no obstante ser una familia estimada y considerada por los vecinos. Por sus muchas virtudes, capaces de granjearse el amor de los pobres, y no habiendo realizado ningún acto de opresión susceptible de provocarles enemistades. Actos tan abominables deben hacer odiosa una causa que no necesitaba de ellos. Se puede dar al reino un sistema real de libertad, sin esta regeneración a base de fuego spada, de pillaje y de derramamiento de sangre. 300 burgueses montan guardia, todos los días, en Dijon, sin ser pagados a expensas de la ciudad. Tienen también seis piezas de artillería. La nobleza del lugar se ha unido a ellos como único medio de salvarse. También se ven cruces de San Luis en sus filas