Relato de la toma de la Bastilla según el relojero Humbert. 14 de julio de 1789

Me llamo J. B. Humbert, nativo de Langres, trabajo y vivo en París con M. Belliard, relojero del rey, […]

Me enteré de mañana que se entregaban armas para los distritos en los Inválidos; volví inmediatamente a decírselo a las milicias ciudadanas dl distrito de San Andrés […]

Llegamos a los Inválidos hacia las dos y nos encontramos un gran gentío […]

Me enteré por el camino de que se entregaba pólvora en el ayuntamento […]

Seguidamente partí para la Bastilla […] por el patio del Arsenal, eran alrededor de las tres y media. El primer puente estaba bajado, las cadenas rotas; pero el rastrillo cortaba el paso. Se ocupaban en hacer entrar un cañon a brazo, […]

Se apuntaron los cañones: el de bronce frente al gran puente levadizo, y otro pequeño de hierro, damasquinado en plata, frente al puente pequeño […]

Se decidió que comenzara el ataque […] disparamos, aproximadamente, seis tiros cada uno. Entonces aparició un mensaje por unagujero oval, de la anchura de una pulgada; dejamos de tirar: […] una personaavanzó sobre una plancha, pero en el momento en que iba a recoger el mensaje, le pegaron un tiro y cayó al foso.

En ese momento otra persona que llevaba una bandera, tirándola fue a recoger el mensaje que se leyó en voz alta e inteligible.

Como el contenido del mensaje no accedía a la petición de capitulación que se hacía, se pensó en disparar con el cañón y cada uno se colocó para dejar pasar el proyectil.

Cuando se iba a disparar bajaron el pequeño puente levadizo. En cuanto se bajó, se abarrotó de gente. Pasé en décimo lugar. Nos encontramos cerrada la puerta que estaba ante el puente levadizo: a los dos minutos, aproximadamente, un soldado de los inválidos vino a abrirla y nos preguntó lo que queríamos. Que se rinda la Bastilla, le respondí, al igual que todo el mundo. Entonces nos dejó entrar. Lo primero que hice después fue gritar que se bajara el puente y así se hizo. […] entré en el patio grande […] Los soldados de los inválidos estaban formados a la derecha y los suizos a la izquierda. Gritamos abajo las armas. Todos obedecieron, excepto un oficial suizo […] subí rápidamente hasta el torreón […]. En el torreón me encontré con un soldado suizo en cuclillas, dándome la espalda: le apunté, gritándole que tirara sus armas. Se giró y dejó sus armas diciéndome: Camarada, no me matéis, soy del Tercer Estamento y os defenderé hasta mi última gota de sangre. Sabéis que debo cumplir mi servicio, pero yo no he disparado. […] Al llegar al patio, no quisieron dejar al suizo; me tuve que ir solo […] Allá por donde pasaba recibía elogios: pero al llegar al Quai des Augustins la multitud nos sigúió, pensando que era un malhechor. Por dos veces propusieron matarme. como no me podía de todos y cuando ya iban a cogerm, un librero del muelle me reconoció y me refugió en su casa, salvándome del gentío. Allí dormí, y me atendió, cuidando de todo lo que necesitaba. Descansé hasta la medianoche en que me despertaron unos insistentes gritos de ¡ a las armas!, ¡ a las armas! Entonces no pude resistir las gans de seguir siendo útil. Me levanté, cogí mis armas y fui hasta el cuerpo de guardia donde encontré al señor Poirier, comandante, a cuyas órdenes me puse hasta la mañana siguiente.

Nosotros, los abajo firmantes, certificamos que los hechos relatados en estas páginas sobre la toma de la Bastilla son verdaderos.   

En París, a 12 de agosto de 1789.

Ducastel, cañonero, Maillard, Richard, Dupin, Georget.

Citado por Godechot, J., O. C., La Prise …., pp. 371-376.

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