Una tarde, a finales de la primavera, se oyó, a una hora desacostumbrada, el tañido de la campana que había en lo más alto del castillo de Tunstall. Desde los lugares más lejanos y desde los más cercanos, y en el bosque y en los campos que bordeaban el río, la gente abandonó sus trabajos para acercarse corriendo hacia donde se oía la campana; y en la aldea de Tunstall, unos cuantos campesinos se quedaron escuchando, perplejos, aquella extraña llamada.