Amélie Nothomb. Ácido sulfúrico. 2007.

Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo. No era necesaria ninguna cualificación para ser detenido. Las redadas se producían en
cualquier lugar: se llevaban a todo el mundo, sin derogación posible. El único criterio era ser humano.
Aquella mañana, Pannonique había salido a pasear por el Jardín Botánico. Los organizadores llegaron y peinaron minuciosamente el parque. De pronto, la joven se encontró dentro de un camión. Eso ocurrió antes del primer programa: la gente todavía
no sabía qué les iba a ocurrir. Se indignaban. En la estación, les amontonaron en vagones de ganado. Pannonique vio que les estaban filmando: varias cámaras los escoltaban, sin perder ni el más mínimo detalle de su angustia.
Entonces comprendió que rebelarse no sólo no serviría de nada sino que resultaría telegénico. Así pues, durante todo el viaje se mantuvo fría e inmóvil como el mármol. A su alrededor, lloraban niños, gruñían adultos y se sofocaban ancianos.
Les desembarcaron en un campo parecido a los no tan lejanos campos de deportación nazis, con una diferencia nada baladí: habían instalado cámaras por todas partes.
Para ser organizador tampoco era necesaria ninguna cualificación. Los jefes hacían desfilar a los candidatos y seleccionaban a aquellos que tenían «un rostro más significativo». Luego había que responder a cuestionarios de actitud.
Zdena, que en su vida había aprobado un examen, fue admitida. Experimentó un inmenso orgullo. En adelante, podría decir que trabajaba en televisión. Con veinte años, sin estudios, un primer empleo: inalmente su círculo íntimo iba a dejar de burlarse de ella.
Le explicaron los principios del programa. Los responsables le preguntaron si le resultaban chocantes. Page 1

– No. Es fuerte -respondió ella.
Pensativo, el cazatalentos le dijo que se trataba exactamente de eso.
– Es lo que la gente quiere -añadió-. El cuento y el tongo se han acabado.
Superó otros tests en los que demostró que era capaz de golpear a desconocidos, de vociferar insultos gratuitos, de imponer su autoridad, de no dejarse conmover por las lamentaciones.
– Lo que cuenta es el respeto del público -dijo uno de los responsables-. Ningún espectador se merece nuestro desprecio.
Zdena asintió.
Le atribuyeron el grado de kapo.
– Te llamaremos kapo Zdena -le dijeron.
El término militar le gustó.
– Menuda pinta, kapo Zdena -le lanzó a su propio reflejo en el espejo.
Ni siquiera se dio cuenta de que ya estaba siendo filmada.
Los periódicos no hablaban de otra cosa. Los editoriales estaban al rojo vivo, las
grandes conciencias pusieron el grito en el cielo.
El público, en cambio, pidió más desde la primera entrega. El programa, que llevaba la sobria denominación de Concentración, obtuvo un récord de audiencia. Nunca el horror había causado una impresión tan directa.
«Algo está ocurriendo», comentaba la gente.
A la cámara no le faltaban cosas que filmar. Paseaba sus múltiples ojos por los barracones en los que los prisioneros estaban encerrados: letrinas, amuebladas con jergones superpuestos. El comentarista destacaba el olor a orina y el húmedo frío que, por desgracia, la televisión no podía transmitir.
Cada kapo tuvo derecho a algunos minutos de presentación. Page 2

Zdena no daba crédito. Durante más de quinientos segundos, la cámara sólo tendría
ojos para ella. Y aquel ojo sintético presagiaba millones de ojos de verdad.
– No desaprovechéis esta oportunidad de mostraros simpáticos -les dijo un organizador
a los kapos-. El público os ve como unas bestias primarias: demostradles que sois
humanos.
– Tampoco olvidéis que la televisión puede ser una tribuna para aquellos de vosotros
que tengáis ideas, ideales -apuntó otro con una sonrisa perversa que era la viva
expresión de todas las atrocidades que esperaba oírles proferir.
Zdena se preguntó si tenía ideas. La confusión que bullía dentro de su cabeza y que
ella denominaba pomposamente su pensamiento no la aturdió hasta el punto de concluir
con una afirmación. Pero pensó que no tendría ninguna dificultad para inspirar
simpatía.
Es una ingenuidad corriente: la gente ignora hasta qué punto la televisión les afea.
Zdena preparó su discurso delante del espejo sin darse cuenta de que la cámara no
tendría con ella la indulgencia de su propio reflejo.
Los espectadores esperaban con impaciencia la secuencia de los kapos: sabían que
podrían odiarlos y que se lo habrían buscado, que incluso iban a proporcionarles un
excedente de argumentos para su execración.
No les decepcionaron. En su más abyecta mediocridad, las declaraciones de los kapos
superaron sus expectativas.
Sintieron una especial repulsión por una joven de rostro irregularmente anguloso
llamada Zdena.
– Tengo veinte años, intento acumular experiencias -dijo-. No hay que tener prejuicios
respecto a Concentración. De hecho, creo que nunca hay que juzgar, porque ¿quiénes
somos nosotros para juzgar a nadie? Cuando termine este programa, dentro de un año,
tendrá sentido sacar conclusiones. Ahora no. Sé que habrá quien opine que lo que aquí
se le hace a la gente no es normal. Pero yo les hago la siguiente pregunta: ¿qué es la
normalidad? ¿Qué es el bien y el mal? Algo cultural.
– Pero kapo Zdena -intervino el organizador-, ¿le gustaría sufrir lo que sufren los
prisioneros?
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– Es una pregunta deshonesta. En primer lugar, no sabemos lo que piensan los
detenidos, ya que los organizadores no se lo preguntan. Incluso puede que no piensen
nada.
– Cuando cortas un pez vivo tampoco grita. ¿Eso le lleva a concluir que no sufre, kapo
Zdena?
– Ésa sí que es buena, me la apunto -dijo con una carcajada que intentaba provocar
adhesiones-. ¿Sabe?, creo que si están en la cárcel es por algo. Digan lo que digan,
creo que no es una casualidad si uno acaba aterrizando con los débiles. Lo que
constato es que yo, que no soy ninguna blandengue, estoy del lado de los fuertes. En la
escuela ya era así. En el patio, había el lado de las niñitas y de los moninos, yo nunca
estuve con ellos, estaba con los duros. Nunca he buscado que nadie se apiade de mí.
– ¿Cree que los prisioneros intentan despertar la compasión de los demás?
– Está claro. Les ha tocado el papel de buenos.
– Muy bien, kapo Zdena. Gracias por su sinceridad.
La joven salió del campo de la cámara, encantada con lo que acababa de decir. Ni ella
misma sabía que tuviera tantos pensamientos. Disfrutó de la excelente impresión que
iba a producir.
Los periódicos no ahorraron invectivas contra el cinismo nihilista de los kapos y en
particular de la kapo Zdena, cuyas opiniones en tono de superioridad produjeron
consternación. Los editorialistas coincidieron varias veces sobre esa perla que atribuía
el papel de bueno a los prisioneros: las cartas al director hablaron de estupidez
autocomplaciente y de indulgencia humana.
Zdena no comprendió para nada el desprecio de que era objeto. En ningún momento
pensó haberse expresado mal. Llegó a la conclusión de que simplemente los
espectadores y los periodistas eran unos burgueses que le reprochaban sus pocos
estudios; atribuyó su reacción al odio hacia el proletariado lumpen. «¡Y pensar que yo
los respeto!», se dijo.
De hecho, dejó de respetarlos muy deprisa. Su estima se dirigió hacia los
organizadores, con exclusión del resto del mundo. «Ellos por lo menos no me juzgan.
La prueba es que me pagan. Y que me pagan bien.» Un error en cada frase: los jefes
despreciaban a Zdena. Le tomaban el pelo, y a base de bien.
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Al contrario, si hubiera existido la más remota posibilidad de que uno u otro detenido
saliera del campo con vida, lo cual no era el caso, habría sido recibido con honores de
héroe. El público admiraba a las víctimas. La habilidad del programa consistía en
mostrar su imagen más digna.
Los prisioneros ignoraban quiénes eran filmados y lo que veían los espectadores.
Aquello formaba parte de su suplicio. Los que se venían abajo tenían un miedo terrible
a resultar telegénicos: al dolor de la crisis nerviosa se añadía la vergüenza de ser una
atracción. Y, en efecto, la cámara no despreciaba los momentos de histeria.
Tampoco los estimulaba. Sabia que el interés de Concentración radicaba en mostrar,
cuanto más mejor, la belleza de aquella humanidad torturada. Así fue como muy
rápidamente eligió a Pannonique.
Pannonique lo ignoraba. Eso la salvó. Si hubiera sospechado que era el blanco
preferido de la cámara, no habría aguantado. Pero estaba convencida de que un
programa tan sádico sólo se interesaba por el sufrimiento.
Así pues, se dedicó a no expresar ningún dolor. Cada mañana, cuando los
seleccionadores pasaban revista a los contingentes para decretar cuáles de ellos se
habían convertido en ineptos para el trabajo y serían condenados a muerte, Pannonique
disimulaba su angustia y su repugnancia tras una máscara de altanería. Luego, cuando
pasaba toda la jornada quitando escombros del túnel inútil que les obligaban a construir
bajo la baqueta de castigo de los kapos, su rostro carecía de expresión. Finalmente,
cuando les servían a esos hambrientos la inmunda sopa de la noche, se la tragaba sin
expresión.
Pannonique tenía veinte años y el rostro más sublime que uno pueda imaginar. Antes
de la redada, era estudiante de paleontología. La pasión por los diplodocus no le había
dejado demasiado tiempo para mirarse en los espejos ni para dedicar al amor una
juventud tan radiante. Su inteligencia hacía que su esplendor resultara todavía más
aterrador.
Los organizadores no tardaron en fijarse en ella y en considerarla, con razón, una de
las grandes bazas de Concentración. Que una chica tan guapa y tan encantadora
estuviera prometida a una muerte a la que se asistiría en directo creaba una tensión
insostenible e irresistible.
Mientras tanto, no había que privar al público de los deleites a los que invitaba su
magnificencia: los golpes se ensañaban con su espléndido cuerpo, no demasiado fPuaegrtee 5,
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con el objetivo de no estropearla en exceso, pero lo bastante para despertar el horror
puro y duro. Los kapos también tenían derecho a insultar y no se privaban de injuriar
con las mayores bajezas a Pannonique, para mayor emoción de los espectadores.
La primera vez que Zdena vio a Pannonique, hizo una mueca.
Nunca había visto nada parecido. ¿Qué era? A lo largo de su vida se había cruzado
con mucha gente pero nunca había visto nada igual a lo que había sobre el rostro de
aquella joven. En realidad, no sabía si era sobre su rostro o en el interior de su rostro.
«Puede que las dos cosas», pensó con una mezcla de miedo y de repugnancia. Zdena
odió aquella cosa que tanto la incomodaba. Le oprimía el corazón como cuando comes
algo indigesto.
De noche, la kapo Zdena volvió a pensar en ello. Poco a poco, se dio cuenta de que no
pensaba en otra cosa. Si le hubieran preguntado lo que eso significaba, habría sido
incapaz de responder.
Durante el día, se las apañaba para estar lo más a menudo posible cerca de
Pannonique, con el objetivo de observarla de reojo y de comprender por qué aquella
apariencia la obsesionaba.

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