El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad, 1902, y Apolicapse now, Francis Ford Coppola, 1979.

4. ANÁLISIS

Sería una obviedad afirmar que el filme Apocalypse now es una adaptación de la novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas,

ya que es lo que pretendió su director. Sin embargo, Coppola hizo algo más al trasladar el fondo de la historia desde las junglas del Congo Belga hasta las selvas de Vietnam y Camboya. En los años siguientes a la finalización de la guerra de Vietnam, Estados Unidos vivió una época de catarsis, de antimilitarismo y antiimperialismo, de la que Apocalypse Now es heredera.   Así pues, desde una perspectiva global, estamos ante una crítica al propio sistema estadounidense, a su ejército y a su política. Ya el hecho de transmutar la Compañía belga de importación por el ejército norteamericano con todo su poder bélico nos hace identificar el colonialismo de una y otro.
La lucha del hombre contra la máquina de exterminio y el poder de la naturaleza ya han sido expuestos en otros trabajos.
Pero hay otros elementos que, siendo comunes, son comunicados de forma diferente.
En primer lugar, los protagonistas se encaran a su misión desde posiciones diferentes: mientras Marlow es un aventurero desconocedor del África, enamorado de la navegación y sediento de conocer nuevas tierras, Willard se nos presenta como un oficial desarraigado, fracasado en su matrimonio y absorbido por la jungla, de la que depende su existencia y a la que quiere volver. Es decir, mientras Marlow parte “virgen” hacia el Congo, Willard es un veterano que conoce la miseria humana.
El camino hacia su destino es, para ambos, un río, el río, con todas sus connotaciones de viaje de expiación, de “regreso a las fuentes”
o de “remontar la corriente”. Pero, mientras que para el protagonista de El corazón, “remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes”, Willard lo define como el “cable de un circuito principal”; sin duda una visión más prosaica y falta de sensibilidad, dada la diferencia psicológica de ambos protagonistas.
Coppola da otra “vuelta de tuerca” al cambiar la misión de recuperar a Kurtz para devolverlo a la civilización por la de eliminarle. Nuevamente la perspectiva se transforma: ahora ya no cabe la compasión ante quien se sale del sistema. La muerte es la única salida y esta vez Kurtz (el coronel rebelde que, a pesar de todo, conserva su uniforme y condecoraciones) es consciente de ello y espera su final.
Kurtz, y su voz, nos alcanzan de forma diferente. En Apocalypse la oímos desde el comienzo, percibimos su efecto en quienes la escuchan durante la comida en la que se le encarga la misión a Willard. Marlow no la oye hasta el final de la novela, y, aun siendo una voz enferma, revela todo su poder.
La tripulación de los barcos también difiere. La de Marlow está compuesta, entre otros, por un grupo de caníbales, con un protagonismo secundario en la narración. La de Willard la componen en su totalidad norteamericanos típicos (dos negros y dos blancos) que asumen un papel destacado. Parece como si en la película se nos quisiera hacer ver que el país entero estuvo involucrado
en el desastre de Vietnam, que todos los norteamericanos acompañan a Willard, aunque sea contra su voluntad, que todos colaboran en la muerte de Kurtz y que todos alcanzan su propia muerte en este viaje al corazón del horror.
Y aún hay otro detalle, si bien menor. El director de la Compañía acompaña a Marlow río arriba; el General que encarga a Willard el asesinato del coronel Kurtz permanece en Saigón.
La escena del registro del sampán no tiene paralelismo en la novela. Es la plasmación del desequilibrio que provoca la guerra en las personalidades de los hombres. Mientras la tripulación es presa del pánico y actúa sin control disparando sin motivo, Willard mata a sangre fría a la joven vietnamita.
Francis Ford Coppola arranca un final distinto de la historia narrada en El corazón de las tinieblas. Aunque el reinado de Kurtz se derrumba igualmente, Apocalypse Now nos sugiere un nuevo dios capaz de reemplazar al que muere; y ese no es otro que el mismo Willard.
La tentación del poder es uno de los pilares sobre los que Conrad ha construido su novela. Un europeo de clase media verá su mundo destruido al trasladarlo al interior de la selva africana, poco a poco olvidará el racionalismo que antes guiaba su vida, y en algún momento comprenderá todo el poder que posee. Esta es la forma que cobra la tentación en África
No obstante, en Apocalipse Now la tentación cobra una nueva dimensión. Muerto Kurtz, Willar sale de su cabaña ensangrentado, machete en mano, y contempla ante sí todo
el pueblo reunido. Los nativos, desconcertados por el nuevo “enviado” que ha llegado hasta ellos y ha sido capaz de matar a su dios, se arrodillan ante Willard cómo lo hicieron ante Kurtz, en un acto de absoluta sumisión ante quien creen que es un ser superior en fuerza y sabiduría. Para ellos el mundo también ha cambiado, todo en lo que antes habían creído, que, de hecho, se reducía a la voz del coronel Kurtz, ha desaparecido. Ahora, desamparados, buscan un nuevo guía que les pueda dirigir en lo sucesivo. De hecho, Kurtz constituía su religión, y resulta difícil que una sociedad primitiva pueda subsistir sin unas creencias religiosas que rijan sus vidas. En El corazón de las tinieblas el encuentro con Kurtz es diferente, pero el proceso psicológico que sufre Marlow es similar al que debe sentir Willar ante el pueblo arrodillado.
Ambos trabajos tienen en común la manifestación del Horror (mediante la deificación de Kurtz, mediante la guerra absurda, la exterminación…) pero mientras en la novela el horror es combatible después de comprenderlo, en la película forma parte de la naturaleza humana y es, como en una tragedia griega, cíclico

5. CONCLUSIONES

Las raíces ideológicas del fenómeno imperialista decimonónico, entendido como movimiento “expansionista”, deben buscarse en el propio nacionalismo, y, de él, en el liberalismo conservador. La experiencia histórica de constituir Estados nacionales utilizando la fuerza y sobre bases políticas conservadoras, unida a las inevitables

tendencias expansionistas en lo económico y en lo político de las burguesías nacionales, constituyen el binomio fatal del imperialismo. Esta derivación del nacionalismo expansionista al imperialismo es una constante en la evolución de la política exterior de los principales Estados Occidentales a partir de 1870 (Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Alemania).
La ideología imperialista del siglo XIX se sustenta sobre una serie de mitos que giran alrededor de una supuesta supremacía del hombre blanco (“responsabilidad” en palabras de Rudyard Kipling) sobre el resto de las razas y pueblos “inferiores”. El hombre blanco tiene la “misión” histórica de extender al “civilización” (occidental) al resto de los pueblos que aún se hallan en estado “primitivo”. Esta labor civilizadora recae no pocas veces en los misioneros católicos y protestantes que durante estos años multiplican su actividad misionera.
Pero no siempre el imperialismo se reviste de este carácter mesiánico; con frecuencia se recurre abiertamente al racismo, especialmente en Inglaterra (Pearson, Kidd, H. Chamberlain, Lord Rosebery), donde la expansión colonial sería entendida como una necesidad para salvaguardar la raza anglosajona; la raza mejor dotada para la “lucha por la existencia” a escala mundial habría de sobrevivir mediante su predominio sobre las menos capacitadas, en una especie de ”darwinismo colonialista” (socialdarwinismo). En este planteamiento el poderío militar, fundamentalmente naval (“navalismo”) como
resalta ya en 1890 Mahan, el rearme, la “carrera colonial” y, finalmente, la guerra, quedan plenamente justificados por la autodefensa de la raza y el establecimiento de la llamada “pax britannica”.
Este modelo fue ampliamente imitado por el resto de las naciones europeas hasta comienzos del siglo XX, cuando las revoluciones sociales y el nuevo orden que supuso el final de la Primera Guerra Mundial acabaron con él.
Sin embargo, la victoria comunista en Rusia y China rescató, transformada, la idea de un nuevo imperialismo expansionista al que hizo frente, con desigual fortuna, un Estados Unidos no menos impregnado de ese mismo imperialismo.
Tras la Segunda Guerra Mundial ya no se trataba de llevar la civilización a los pueblos “primitivos”, sino el reparto de las áreas de influencia de cada bloque, con todos los componentes políticos, económicos, sociales y humanos que esto arrastra.

En definitiva, ambas obras son una dura crítica a la ineptitud de la civilización occidental para trascender la naturaleza humana, cruel e incivil, tal como se manifiesta en los funcionarios que la Compañía tiene instalados en el corazón de África o de los soldados enviados a combatir a Vietnam.

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