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LA VERDAD SOBRE CÓMO LLEGÓ LA REPÚBLICA A ESPAÑA (1ªparte)

Tras la dimisión del dictador Primo de Rivera, Alfonso XIII de nuevo a cargo de la sala de máquinas del Estado, trató de recuperar poco a poco, desde arriba y de forma controlada, las libertades. Los antiguos partidos monárquicos se querían reorganizar y convocar a continuación elecciones normales a Cortes después del intervalo totalitario. Lo que Ortega y Gasset llamó “la política de aquí no ha pasado nada”. El gobierno de la dictablanda comenzó  a desmontar la obra de la dictadura.

El propio general encargado de pilotar la transición, Dámaso Berenguer, admitió que España era “una botella de champán a punto de estallar”. La cosa no iba a ser fácil. Después del escarceo dictatorial el prestigio del rey estaba bajo mínimos.

Célebres monárquicos fieles al liberalismo, renegaron del rey o anunciaron su conversión a la fe republicana. Sánchez Guerra, antiguo valedor de la monarquía, prometió no seguir más a “señores que en gusanos se convierten”. Rápidamente el republicanismo de tertulias y cafés, se organizó en partidos políticos. Se podía encontrar de todo:  conservadores, católicos, defensores del anticlericalismo, nacionalistas catalanes y bascos; por supuesto, todos con notables diferencias ideológicas y de principios. Se fundaron partidos nuevos con alegría y se refundaron los viejos. El exministro Niceto Alcalá-Zamora, fundó la Derecha Liberal Republicana junto a Miguel Maura, uno de los hijos menores de don Antonio. Manuel Azaña,  intelectual y asiduo del Ateneo de Madrid, fundó Acción Republicana y más a la izquierda Marcelino Domingo el partido Republicano Radical-Socialista. Al mismo tiempo, se reorganizaron los partidos republicanos del vetusto radicalismo de Alejandro Lerroux. Finalmente incluso los socialistas, gracias a la intermediación de Francisco Largo Caballero, se convencieron de que había que ayudar a los republicanos.

Juntos, formaron una amplia coalición plasmada en el pacto de San Sebastián, con el objetivo común de traer la República y encauzar las reivindicaciones autonómicas de los catalanes.

Todo ello con el apoyo del movimiento estudiantil e intelectuales varios, como Unamuno, vuelto del exilio como un héroe de la libertad y Ortega que contribuyó con su texto “Monarchia delenda est”, parafraseando lo que Catón dijo de Cartago.

En lo tocante a la estrategia, confiaron en los métodos tradicionales de asalto al poder, es decir, en una conspiración  de militares, siempre  ansiosos por dar un golpe de estado. Con el auxilio, eso sí, de una huelga general obrera como la de 1917, convocada por la UGT y con el beneplácito de la CNT, recientemente legalizada. Su plan consistía en una fusión del pueblo con el ejército.

Para ello contaban con una extensa red de contactos castrenses, oficiales jóvenes, el aviador Ramón Franco y el general Queipo de Llano. El primero debía lanzar desde el aire, una bomba casera sobre el Palacio Real y esparcir octavillas proclamando el triunfo de la república.

Primeramente se planeó el golpe para el 12 de diciembre de 1930, pero se aplazo al 15. El gallego Casares Quiroga era el encargado de avisar del cambio de fecha la los militares del cuartel de Jaca, al mando del capitán Fermín Galán. Casares llegó a Huesca hacia la medianoche del día 11 pero decidió que no era cuestión de despertar al capitán a esa hora tan tardía, además, “ya le habían enviado un telegrama”, se dijo,  cosa que no era cierta, y sin más cavilaciones, se fue a dormir. A la mañana siguiente, cuando fue a buscarlo, a las 11 a.m., Galán ya había salido con sus soldados, fue rápidamente detenido y ejecutado sumariamente.

El día 15 en Madrid, la UGT no convocó la huelga, según dicen, porque desconfiaba de los militares. En el aeródromo de Cuatro Vientos, Queipo de Llano no consiguió convencer a sus colegas militares para que lo secundaran en la sublevación  y Ramón Franco despegó con su avión pero al ver desde el aire normalidad en la calle y niños jugando en el parque cercano al Palacio Real, desistió de arrojar las bombas, aunque sí tiró las octavillas, que decían “la noche pasada a estallado [sic] en toda España el movimiento republicano”, escrito el verbo haber sin hache.

Después de ese fiasco mayúsculo, algunos miembros del comité republicano-socialista fueron arrestados y Berenguer, eufórico, dijo que era el momento de convocar elecciones generales para salvar la monarquía. Sin embargo, el dirigente monárquico, Romanones, que era quien mandaba, como cacique mayor, no lo vio claro y se negó. Prefirió ir sobre seguro y convocar unas elecciones municipales, confiando en el predominio del caciquismo rural y en el artículo 29 de la ley electoral, que daba por ganadores sin necesidad de votación las candidaturas que se presentaran sin oposición. Los dirigentes republicanos, desorganizados y en prisión, no podrían formar candidaturas con tanta celeridad.

Desengañado (y enfermo) Berenguer dimitó. La corona pendía de un hilo, aunque Alfonso XIII se jactara de que “ mientras yo viva, la monarquía no corre ningún peligro”, lo cierto es que resonaban las palabras de Besteiro, dirigente socialista, que había dicho  “algunos exploradores africanos cuentan haber visto, en las selvas, elefantes que permanecen en pie después de muertos, sostenidos por el enorme peso de su mole: la monarquía española es uno de esos elefantes”.CONTINUARÁ