Como cada verano, fui a casa de mis abuelos. Ellos vivían en Lloret de mar, un pueblo de la Costa Brava.
Su piso era muy pequeño; pero, a la vez, muy acogedor. Lo que más me gustaba de ese piso era que tenía vistas directas al mar. Cada vez que miraba esa inmensa extensión de agua, tan clara, de un azul tan intenso, siempre me relajaba y me inspiraba una gran tranquilidad.
Cada vez que veía las gaviotas revolotear sobre el mar en busca de alimento, soñaba con poder convertirme en una de ellas, para poder ver ese magnífico mar desde una perspectiva desde la que poder apreciar toda su belleza, y para poder ser libre y volar hacia otro lugar, donde poder contemplar otros mares que roben mi corazón, como ya robó en su momento el mar de Lloret.
Hasta cuando el mar está revuelto, me parece algo maravilloso. Mis abuelos siempre me dicen que no me acerque a la playa los días que haya temporal marítimo, pero yo no les hago mucho caso, ya que, a mí, no me gustaría desperdiciar una oportunidad para ver la naturaleza en su máximo esplendor.
Cada día, espero impaciente que llegue el alba, para poder ver ese magnífico momento, cuando el sol se esconde a través de un horizonte, el cual nadie puede alcanzar.
Disfruto de todos estos momentos, hasta que llega el trágico día en que tengo que volver a mi casa, la cual, comparada con el piso de mis abuelos, no vale para nada.
El piso de mis abuelos podrá ser pequeño; pero, cada año, espero impaciente volver a ver ese hermoso mar, el cual nunca olvidaré.
Miguel Sances, 4A1
Soñé que nadaba en el mar, un mar tan azul y cristalino que reflejaba los rayos del sol. Desde allí se veía el castillo en lo alto de un acantilado y las palmeras a lo largo del paseo. Yo estaba feliz y todo lo que sentía era paz y tranquilidad. Llegué hasta la orilla y allí estabas tú, abuelo, esperándome con una sonrisa en la cara. Me acerqué a ti y me diste un abrazo. Tu presencia me transmitía confianza y me hacía sentir mejor. Pero, de pronto, el cielo se volvió gris y el agua más fría y oscura. Las olas chocaban contra las rocas y el viento arrastraba todo lo que encontraba. El miedo se empezó a apoderar de mí. Una gota cayó en mi mejilla. Me giré y ya no estabas tú. Intenté con todas mis fuerzas abrir los ojos hasta que pude ver mi habitación. Me levanté como pude y me dirigí hacia el salón. Mamá estaba llorando. Entonces entendí que te habías ido de verdad. Solo espero que algún día, cuando vaya al mar, allí estés tú, esperándome en la orilla, para darme un último abrazo.
Avui li havia tocat cuidar els nets, feia moltíssim temps que no els veia i això li molestava, un avi no té dret a veure seguit als seus nets i divertir-se una estona? En fi. Van trigar bastant a arribar, ja sabia que la seva filla era impuntal, tot fos per estar amb els seus estimadíssims nets. Quan els joves van entrar corrents a casa seva semblà com una finestra oberta que renovava l’aire dens i avorrit de sa casa i l’emplenava de vitalitat i alegria. “Quin parell de trastos són aquests dos”. Pensava l’avi mentre els mirava córrer pel seu voltant. En Jordi s’apropa a ell i diu: