Soñé que nadaba en el mar, un mar tan azul y cristalino que reflejaba los rayos del sol. Desde allí se veía el castillo en lo alto de un acantilado y las palmeras a lo largo del paseo. Yo estaba feliz y todo lo que sentía era paz y tranquilidad. Llegué hasta la orilla y allí estabas tú, abuelo, esperándome con una sonrisa en la cara. Me acerqué a ti y me diste un abrazo. Tu presencia me transmitía confianza y me hacía sentir mejor. Pero, de pronto, el cielo se volvió gris y el agua más fría y oscura. Las olas chocaban contra las rocas y el viento arrastraba todo lo que encontraba. El miedo se empezó a apoderar de mí. Una gota cayó en mi mejilla. Me giré y ya no estabas tú. Intenté con todas mis fuerzas abrir los ojos hasta que pude ver mi habitación. Me levanté como pude y me dirigí hacia el salón. Mamá estaba llorando. Entonces entendí que te habías ido de verdad. Solo espero que algún día, cuando vaya al mar, allí estés tú, esperándome en la orilla, para darme un último abrazo.
CLARA LIMERES, 4A1