Me encontraba tomando algo y relajándome en el restaurante Cala Banys, que le da el nombre a uno de los mejores lugares de todo el mundo, o al menos del mío, la Cala Banys, de Lloret de Mar.
Mientras pedía algo para acompañar los tragos, salí a la terraza para darle unas caladas a mi cigarro haciendo malabares con el mechero, el cigarro y mi sombrero negro de ante. Veía al camarero dirigiéndose a mi mesa y me apuré en acabar lo mismo que me había apurado en salir. La cálida sonrisa del camarero me acompañó a sentarme y empecé a comer aquel filete tan tierno que parecía de algodón. Levanté la vista de mi plato para coger una servilleta, me limpié la boca y otra servilleta manchada con mi pintalabios favorito.
Miré hacia la derecha y, a través de aquel espejo que me separaba del maravilloso paisaje, vi a una niña sentada en una roca rodeada de palmeras y otros tipos de plantas. Estaba de espaldas y vestía un conjunto verde parecido al verde de las hojas que empiezan a florecer con la llegada de la primavera. Lo pasé por alto y seguí degustando aquel delicioso plato, pero la niña seguía ahí, sola. Dejé lo que estaba haciendo para dirigirme a aquella chiquilla de pelo rubio peinado con una trenza.
-¿Qué te pasa, bonita? -le pregunté intrigada cuando me di cuenta de que estaba llorando pese a tener las manos tapando su rostro.
No recibí respuesta de su parte, y lo único que se me ocurrió hacer fue sentarme junto a ella.
-Aquella sirena ha cogido la botella donde le había escrito una carta a mamá -dijo medio sollozando, mientras retiraba las manos de su rostro lleno de pecas parecidas a los granitos de arena.
Llevaba unos anteojos con el marco azul, haciendo conjunto con sus ojos, aquellos ojos que, con sus lagrimas, parecía que hubiesen llenado el mar por si solos, acompañados de pestañas negras y largas como las púas de los erizos de mar. En realidad me pareció una locura lo de la sirena pero todos habíamos sido niños alguna vez.
-¿Y por qué no se la has dado a tu mamá directamente?
-Me han dicho que está en el cielo -me cambió la cara por completo -, pero no sé cómo llegar y mamá me decía que esta cala siempre sería nuestro trocito de cielo. Aunque siempre que vengo nunca está, y, como nunca está, pensé dejarle una carta, pero ya te he dicho que la sirena se la ha llevado…- y bajó la mirada.
Acabó de hablar, pero no de llorar, no sabía qué decirle ni cómo, así que supuse que sería mejor que el silencio se adueñara de la situación.
LUCIANA LÓPEZ, 4A2