Sara Delcazo
3rC
Hace tan solo tres días que empezó la catástrofe que desencadenó el fin de toda vida en la Tierra. Un meteorito se salió de su órbita e impactó contra la Luna, haciendo que ésta también desorbitara y colisionara contra la Tierra. El impacto causó terremotos y tsunamis que destruyeron la mayoría de las ciudades. Una gruesa capa de polvo y rocas cubrieron la atmósfera impidiendo el paso de los rayos del Sol y haciendo que se congelaran ríos, lagos y enfriando los mares. La pérdida de la Luna y el deterioro de la atmósfera abrieron paso a pequeños meteoritos que cada pocas horas se precipitaban contra el suelo Terrestre ocasionando más destrucción. Tan solo 24h después, dos tercios de la población terrestre desaparecieron y el resto trataba de sobrevivir como podía.
Siento la arena, caliente y húmeda, bajo mi cuerpo. Se me mete debajo de la camiseta y en los zapatos, me molesta, pero no me importa. Ya nada me importa. Estoy cansada, cansada de intentar sobrevivir.
Abro los ojos y miro al cielo, iluminado por miles de luces rojas. Luces infernales.
No sé por qué corrí a la playa cuando empezó el fin de todo. Supongo que quería que la marea me llevara lejos de aquí. Pero ya no hay mareas, ya no hay luna, ya no hay nada.
A mi derecha oigo un fuerte ruido, algo ha caído cerca de mí, después solo escucho pitidos. Paso mi mano varias veces cerca de mi oreja. No escucho nada. Giro la cabeza hacía el sitio de donde procedía el ruido de antes y veo un amasijo de piedras y llamas. Podría haber caído sobre mí. Ojalá el próximo lo haga.
Cierro los ojos. No sé cuánto tiempo llevo así; cinco minutos, diez, veinte, una hora…
Siempre me habían dicho que la muerte, además de piadosa, era rápida haciendo su trabajo. En mi caso no estaba siendo así. La espera era una tortura y sentía que me estaba consumiendo lentamente. Me arrepentí de no haberme clavado ese puñal con él, cuando me pidió que lo acompañara. Hubiera sido más rápido, menos doloroso y al menos hubiera estado a su lado. Ojalá, si hay otra vida después de esta, vuelva a estar junto a él.
De repente escucho el ruido de algo cayendo. Parece que vuelvo a oír. Abro los ojos y veo una piedra ardiendo dirigiéndose hacia mí. Por fin va a acabar todo. Cierro los ojos, esta vez para siempre, y siento el peso de la piedra sobre mí, rompiéndome en pedazos. Me duele, pero no durará mucho. Siento como el calor del fuego me acoge y las llamas lamen mi cuerpo.
Lo último que veo es a él de pie delante mío, sonriéndome y ofreciéndome su mano, la cual acepto sabiendo que ya no la soltaré nunca.
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