Author Archives: Profesor Soldevilla

Para empezar con Lope, el soneto de los sonetos

Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto:
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy entrando
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aún sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

Soledad primera

Este extenso y complejo poema gongorino sólo será leído y estudiado parcialmente. Para poder empezar a entender el texto es bueno ir a esta breve introducción y si queremos leerla en toda su complejidad, este enlace nos lo permitirá.

La primera estrofa reza así:

Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
—media luna las armas de su frente,
y el Sol todo los rayos de su pelo—,
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
—náufrago y desdeñado, sobre ausente—,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar; que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arïón dulce instrumento.

De una dama que, quitándose una sortija, se picó con un alfiler

 

Prisión del nácar era articulado
de mi firmeza un émulo luciente,
un dïamante, ingenïosamente
en oro también él aprisionado.

Clori, pues que a su dedo apremïado
de metal, aun precioso, no consiente,
gallarda un día, sobre impacïente,
lo redimió del vínculo dorado.

Mas ¡ay!, que insidïoso latón breve
en los cristales de su bella mano
sacrílego divina sangre bebe:

púrpura ilustró menos indïano
marfil, invidïosa sobre nieve
claveles deshojó la Aurora en vano.

Ándeme yo caliente y ríase la gente

Ándeme yo caliente,
y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañana de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de plata y nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
de Yepes a Madrigar
la regalada corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.

La más bella niña

La más bella niña

de nuestro lugar,

hoy viuda y sola

y ayer por casar,

viendo que sus ojos

a la guerra van,

a su madre dice,

que escucha su mal:

Dejadme llorar

Orillas del mar.

 

Pues me distes, madre,

en tan tierna edad

tan corto el placer,

tan largo el pesar,

y me cautivastes

de quien hoy se va

y lleva las llaves

de mi libertad,

Dejadme llorar

Orillas del mar.

 

En llorar conviertan

mis ojos, de hoy más,

el sabroso oficio

del dulce mirar,

pues que no se pueden

mejor ocupar,

yéndose a la guerra

quien era mi paz,

Dejadme llorar

Orillas del mar.

 

No me pongáis freno

ni queráis culpar,

Que lo uno es justo,

lo otro por demás.

Si me queréis bien,

no me hagáis mal;

harto peor fuera

morir y callar,

Dejadme llorar

Orillas del mar.

 

Dulce madre mía,

¿Quién no llorará,

aunque tenga el pecho

como un pedernal,

y no dará voces

viendo marchitar

los más verdes años

de mi mocedad?

Dejadme llorar

Orillas del mar.

 

Váyanse las noches,

pues ido se han

los ojos que hacían

los míos velar;

váyanse, y no vean

tanta soledad,

después que en mi lecho

sobra la mitad.

Dejadme llorar

Orillas del mar.

Romances, romances, romances…

El romance Amarrado al duro banco cobra un especial sentido cuando sabemos de la riqueza del romancero tradicional -el romancero viejo- y de su capacidad para fascinar a poetas posteriores que quisieron imitar su forma, estilo y atmósfera en el llamado romancero nuevo. Para realizar un breve recorrido por el mundo del romancero viejo, el blog que se organizó el año pasado puede ser una magnífica puerta de entrada a este singular universo literario.

Amarrado al duro banco…

Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,

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porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.

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un forzado de Dragut
en la playa de Marbella,
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:

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Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad,
que las aguas tienen lengua,

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“¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!,

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pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
porque vivo yo en su ausencia.

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pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,

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¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado,
a nadie matarán penas!

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tráeme nuevas de mi esposa
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras,

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En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.

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Góngora

El célebre retrato que Velázquez hizo de Góngora nos sirve para presentar al poeta más polémico y criticado durante los  Siglos de Oro. Su obra tuvo apasionados defensores y feroces críticos y sólo a partir del siglo XX se le empezó a considerar, sin paliativos, unos de los más grandes poetas de todos los tiempos. Como siempre, en la wikipedia y en la Biblioteca Virtual Cervantes podremos empezar a descubrir su compleja identidad.

Una espléndida despedida de San Juan de la Cruz

Tras de un amoroso lance, 
y no de esperanza falto, 
volé tan alto, tan alto, 
que le di a la caza alcance. 

1. Para que yo alcance diese 
a aqueste lance divino, 
tanto volar me convino 
que de vista me perdiese; 
y, con todo, en este trance 
en el vuelo quedé falto; 
mas el amor fue tan alto, 
que le di a la caza alcance. 

2. Cuanto más alto subía 
deslumbróseme la vista, 
y la más fuerte conquista 
en oscuro se hacía; 
mas, por ser de amor el lance 
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto, 
que le di a la caza alcance. 

3. Cuanto más alto llegaba 
de este lance tan subido, 
tanto más bajo y rendido 
y abatido me hallaba; 
dije: ¡No habrá quien alcance! 
y abatíme tanto, tanto, 
que fui tan alto, tan alto, 
que le di a la caza alcance. 

4. Por una extraña manera 
mil vuelos pasé de un vuelo, 
porque esperanza del cielo 
tanto alcanza cuanto espera; 
esperé solo este lance, 
y en esperar no fui falto, 
pues fui tan alto, tan alto, 
que le di a la caza alcance.