ANTOLOGÍA DE LA POESÍA DE LOS SIGLOS DE ORO

1. Garcilaso de la Vega, “Escrito está en mi alma vuestro gesto”
2. Garcilaso de la Vega, “¡Oh dulces prendas por mi mal halladas”
3. Garcilaso de la Vega, “En tanto que de rosa y azucena”
4. Garcilaso de la Vega, “Si de mi baja lira
5. Fray Luis de León, “¡Qué descansada vida…
6. Fray Luis de León, “Recoge ya en el seno
7. Fray Luis de León, “Alma región luciente”
8. San Juan de la Cruz, “Noche oscura”
9. San Juan de la Cruz, “Llama de amor viva”
10. San Juan de la Cruz, “Tras de un amoroso lance”
11. Luis de Góngora, “La más bella niña / de nuestro lugar”
12. Luis de Góngora, “Ándeme yo caliente y ríase la gente”
13. Luis de Góngora, “Amarrado al duro banco de una galera turquesca”
14. Luis de Góngora, “Soledad primera”, 1-61.
15. Luis de Góngora, “Prisión del nácar era articulado”
16. Lope de Vega, “Mira, Zaide, que te aviso”
17. Lope de Vega, “Suelta mi manso, mayoral extraño”
18. Lope de Vega, “Ir y quedarse y, con quedar, partirse”
19. Lope de Vega, “¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?”
20. Lope de Vega, “Un soneto me manda hacer Violante”
21. Francisco de Quevedo, “Érase un hombre a una nariz pegado”
22. Francisco de Quevedo, “¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!”
23. Francisco de Quevedo, “Madre, yo al oro me humillo”
24. Francisco de Quevedo, “Si eres campana, ¿dónde está el badajo?”
25. Francisco de Quevedo, “Miré los muros de la patria mía”

GARCILASO DE LA VEGA

V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.

Cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

X

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería,
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas!

¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas que en tanto bien por vos me vía,
que me habiáis de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?

Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;

si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.

SONETO XXIII

En tanto que de rosa y de azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

Oda ad florem gnido

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento;

y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese,

no pienses que cantado
sería de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido;

ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes,
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;

mas solamente aquella
fuerza de tu beldad sería cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada:

y cómo por ti sola,
y por tu gran valor y hermosura
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.

Hablo de aquel cativo,
de quien tener se debe más cuidado,
que está muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.

Por ti, como solía,
del áspero caballero no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya le aflige.

Por ti, con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa.

Por ti, su blanda musa,
en lugar de la cítara sonante,
tristes querellas usa,
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante.

Por ti, el mayor amigo
le es importuno, grave y enojoso;
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo.

Y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida,
que pozoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.
Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.
Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
cuando, abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
Los ojos s’enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huesos se tornaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;
las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,
hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas
den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
d’algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.

FRAY LUIS DE LEÓN

ODA A LA VIDA RETIRADA

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera;
no cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas, y mortal cuidado?
¡Oh, campo! ¡Oh, monte! ¡Oh, río!
¡Oh, secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo resposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
del que la sangre sube o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar süave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo;
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura;
y luego, sosegada,
el paso entre los arboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea,
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo,
que del oro y del cetro pone olvido.
Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cieno y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna; al cielo
suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me baste; y la vajilla,
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado.

ODA AL LICENCIADO JUAN DE GRIAL

Recoge ya en el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.
Ya Febo inclina el paso
al resplandor egeo; ya del día
las horas corta escaso;
ya el malo mediodía
soplando, espesas nubes nos envía.
Ya el ave vengadora
del Íbico navega los nublados,
y con voz ronca llora;
y el yugo al cuello, atados
los bueyes, van rompiendo los sembrados.
El tiempo nos convida
a los estudios nobles; y la fama,
Grial, a la subida
del sacro monte llama,
do no podrá subir la postrer llama.
Alarga el bien guiado
paso, y la cuesta vence, y solo gana
la cumbre del collado;
y do más pura mana
la fuente, satisfaz tu ardiente gana.
No cures si el perdido
error admira el oro, y va sediento
tras un nombre fingido;
que no ansí vuela el viento,
cuanto es fugaz y vano aquel contento.
Escribe lo que Febo
te dicta favorable, que lo antiguo
iguala y vence el nuevo
estilo; y, caro amigo,
no esperes que podré atener contigo.
Que yo, de un torbellino
traidor acometido y derrocado
de en medio del camino
al hondo, el plectro amado
y del vuelo las alas he quebrado.

Juan de Grial: Juan de Grial fue uno de los humanistas mejores del siglo XVI. A él se debe fundamentalmente la primera edición de las obras de san Isidoro de Sevilla, a la que quiso asociar a fray Luis, negándose éste por razones de tiempo y falta de preparación. Hizo también un Comentario a Virgilio, y tiene varias poesías en latín, una de ellas a la Exposición del Cantar de los Cantares de fray Luis de la que fue censor. Fue canónigo de Calahorra.
Recoge ya en el seno: El tono de esta Oda es triste y sombrío. Presiente ya inmediata la tormenta de la Inquisición, aunque se halla resignado y dispuesto. El otoño, la caída de la hoja, los nublados fríos, los días cortos: todo invita al recogimiento y estudio.
al resplandor egeo; ya del día: El resplandor egeo es la constelación de capricornio (en griego aigos), décimo signo del zodíaco, precursor del invierno triste y frío.
ya el malo mediodía: Aire del sur o africano, llamado ábrego, causador de lluvias y tormentas.
ya el ave vengadora: la grulla, por haber sido testigo de la muerte del poeta y cantor Íbico, y descubridora de los asesinos del mismo; porque estando éstos en la plaza de Corinto y viendo pasar una bandada de grullas, dijo uno en tono de burla: Ahí van las vengadoras de Ïbico. llevados al juez cantaron de plano su crimen y fueron castigados. Íbico, poeta griego, ha dejado algunas composiciones poéticas, de las que se conservan sólo fragmentos.
la postrer llama: Texto oscuro. La postrer llama no puede ser la última inspiración, sino la inferior, la más débil y baja.
la cumbre del collado: Alusión al monte de la fama, donde ésta tiene su templo y gloria. Y solo, esto es, solo tú.
por un nombre fingido: Está muy bien lo de nombre o renombre, hablando de la fama. Nombre fingido: como es la fama, bien tan frágil y caduco, además de engañoso, que está en manos de los demás y se disipa como el humo.
no esperes que podré atener contigo: Esto es, competir contigo. Fray Luis escribió algunas composiciones latinas, pero no pueden competir con las de Grial. En cuanto al nuevo estilo, es alusión a los nuevos modos y trovas italianas, introducidas por Garcilaso y Boscán.
Que yo de un torbellino: Parece Indicar esto, que ya tenía barruntos y avisos de su caída y prisión. Por tanto, habrá que colocar la composición de esta Oda poco antes de su prisión. El orden de la estrofa es: que yo de un torbellino derrocado, de en medio del camino al hondo, he quebrado el plectro amado y las alas del vuelo poético.

ODA MORADA DEL CIELO

Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece; fértil suelo,
producidor eterno de consuelo:
de púrpura y de nieve
florida, la cabeza coronado,
a dulces pastos mueve,
sin honda ni cayado,
el Buen Pastor en ti su hato amado.
Él va, y en pos dichosas
le siguen sus ovejas, do las pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace,
y cuanto más se goza más renace.
Ya dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las haña,
y les da mesa llena,
pastor y pasto él solo y suerte buena.
Y de su esfera, cuando
la cumbre toca altísimo subido
el sol, él sesteando,
de su hato ceñido,
con dulce son deleita el santo oído.
Toca el rabel sonoro,
y el inmortal dulzor al alma pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa
y lanza en aquel bien libre de tasa.
¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera
pequeña parte alguna decendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pusiese
y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese,
conocería dónde
sesteas, dulce Esposo; y desatada
de esta prisión adonde
padece, a tu manada
junta, no ya andara perdida, errada.

SAN JUAN DE LA CRUZ

CANCIÓN II

De el alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección,
que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.

En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada:

a escuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada;

en la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba;
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

CANCIÓN III

LLAMA DE AMOR VIVA

Del alma en la íntima comunicación de unión de amor de Dios

¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!,
pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres,
rompe la tela de este dulce encuentro.

¡Oh cauterio suave!,
¡Oh regalada llaga!,
¡oh mano blanda!, ¡oh toque delicado
que a vida eterna sabe,
v toda deuda paga!
Matando, muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámpara de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras.
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloría lleno,
cuán delicadamente me enamoras!

COPLA III

Otras coplas a lo Divino

Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino,
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y con todo, en este trance,
en el vuelo quedó falto;
mas el amor fue tan alto
que le di a la caza alcance.
Cuando más alto subía,
deslumbróseme la vista,
y la más fuerte conquista
en escuro se hacía;
mas por ser de amor el lance,
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto tan alto,
que le di a la caza alcance.
Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba.
Dije: ¡No habrá quien alcance!
Y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera;
esperé sólo este lance,
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance

LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE

ROMANCILLO XLIX

La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola,
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
Dejadme llorar
orillas del mar.

Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad:
dejadme llorar
orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz:
dejadme llorar
orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar;
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar:
dejadme llorar
orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
Dejadme llorar
orillas del mar.

Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.
Dejadme llorar
orillas del mar.

[1580]

LETRILLA XLVIII

(burlesca)

Ándeme yo caliente
y ríase la gente.

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mí pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.

Busque muy en hora buena
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.

Pase a media noche el mar,
y arda en amorosa llama,
Leandro por ver su dama
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.

Gobiernan: alimentan.

Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
“¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!
“Pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras;
“porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
“Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua;
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado,
a nadie matarán penas.”
En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.

forzado: el condenado a servir como remero en las galeras.
Dragut: célebre almirante turco del siglo XVI, sucesor de Barbarroja.
Las perlas orientales, o del mar del Sur, Pacífico, son tópicas en la poesía de la Edad de Oro.
de la Relígión seis velas: seis naves o galeras de las que poseían los caballeros de Malta para luchar contra los piratas en el Mediterráneo.
cómitre: el que dirigía las maniobras de las galeras y castigaba a los remeros.

SOLEDAD PRIMERA (PARTE I)

Era del año la estación florida
En que el mentido robador de Europa
-Media luna las armas de su frente,
Y el Sol todos los rayos de su pelo-,
Luciente honor del cielo,
En campos de zafiro pace estrellas,
Cuando el que ministrar podía la copa
A Júpiter mejor que el garzón de Ida,
-Náufrago y desdeñado, sobre ausente-,
Lagrimosas de amor dulces querellas
Da al mar; que condolido,
Fue a las ondas, fue al viento
El mísero gemido,
Segundo de Arïón dulce instrumento.

Prosificación:
Era la estación florida del año en [la] que el mentido robador de Europa, media luna las armas de su frente y todo el sol los rayos de su pelo, luciente honor del cielo, pace estrellas en campos de zafiro, cuando el que podía ministrar la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida, náufrago y desdeñado, sobre ausente, da al mar lagrimosas, dulces querellas de amor, condolido el cual [el mar], el mísero gemido fue a las ondas, fue al viento, segundo dulce instrumento de Arión.
Notas:
Júpiter raptó a Europa disfrazado de toro. Para recordar su “hazaña” dejó en el cielo la imagen de un toro, la constelación de Tauro. Es a esta constelación a la que Góngora llama “el mentido robador de Europa”, es decir, el falso toro que raptó a Europa.
El garzón de Ida es Ganimedes, un joven al que Júpiter raptó cautivado por su belleza para que fuera su copero en el Olimpo.
Arión era un músico de la antigüedad. Sus parientes quisieron apropiarse de su fortuna y pagaron a unos marineros para que durante un viaje en barco lo arrojaran al agua. Cuando se vio perdido, Arión pidió permiso para tocar su lira y cantar por última vez antes de morir. Su canto atrajo a los delfines y, cuando Arión saltó al agua, uno de ellos lo llevó a tierra sano y salvo.
Observaciones:
Era la estación florida (la primavera) en la que el Sol está en la constelación de Tauro (del 21 de abril al 20 de mayo). El joven náufrago era más hermoso que Ganimedes, por lo que si Júpiter lo hubiera conocido lo habría preferido como copero. A la desgracia del naufragio el joven añade el haber sido desdeñado por su amada y el estar lejos de ella. Se queja al mar de sus desdichas y su gemido es tan conmovedor que tiene sobre el mar y sobre el viento el mismo efecto que la lira de Arión tuvo sobre los delfines.
Comentarios:
Para situar temporalmente la historia, el poema comienza con una hermosa descripción del Toro celeste situado tras del Sol. Las estrellas de la constelación de Tauro se ven al amanecer, pero desaparecen inmediatamente porque las oculta la luz del Sol. El toro, iluminado por el Sol (el Sol todo los rayos de su pelo) se come las estrellas sobre el cielo azul (en campos de zafiro pace estrellas). Sus cuernos son media Luna, su pelo brilla como todo el Sol. Notemos la elegante antítesis: media Luna / Sol todo.
Luego una primera pincelada sobre el que será el protagonista del poema: un joven refinado y hermoso, más hermoso que Ganimedes, el predilecto de Júpiter. Luego sus desgracias resumidas en un verso: náufrago y desdeñado, sobre ausente. Luego la más bella frase de este bloque: lagrimosas de amor dulces querellas da al mar. Por último una soberbia hipérbole: las desdichas de las que se queja el náufrago son tan tristes que son capaces de conmover hasta la furia del mar y del viento.
Las rimas de esta primera frase siguen el patrón más complicado de todo el poema: ABCDdEBACEfgfG. La separación de las rimas 1-8 (con seis versos intermedios) es completamente atípica. Sólo se repite en otra ocasión y sólo es superada en tres ocasiones.

Del siempre en la montaña opuesto pino
Al enemigo Noto
Piadoso miembro roto
-Breve tabla- delfín no fue pequeño
Al inconsiderado peregrino
Que a una Libia de ondas su camino
Fió, y su vida a un leño.

Prosificación:
[Una] breve tabla, piadoso miembro roto del pino siempre opuesto en la montaña al noto enemigo, fue [un] delfín no pequeño al inconsiderado peregrino que fió su camino a una Libia de ondas y su vida a un leño.
Observaciones:
El náufrago se agarraba a una tabla pequeña, pero de tamaño suficiente para salvarle la vida (fue para él como el delfín que salvó la vida a Arión). Libia es famosa por sus desiertos. El mar es un desierto de olas. Leño es sinécdoque por barco de madera.
Comentarios:
El náufrago valora la resistencia de la pequeña tabla a la que se aferra. La importancia que tiene para él esta resistencia justifica los tres versos con los que Góngora la describe, remontándose al robusto pino acostumbrado a resistir al viento en la montaña.
El poema alaba en todo momento la vida sencilla y desprecia, censura o condena la corte, la guerra, la navegación, etc. Aquí tenemos un primer ejemplo en el que el protagonista es tachado de insensato por aventurarse en el mar.
Describir el desierto como un mar de arena es una metáfora típica. Góngora la invierte al describir el mar como un desierto de agua.
En ningún momento del poema se da nombre a su protagonista, por lo que es usual llamarlo “el peregrino”, debido a que así es como Góngora se refiere a él por primera vez en el verso 19.

Del Océano, pues, antes sorbido,
Y luego vomitado
No lejos de un escollo coronado
De secos juncos, de calientes plumas
-Alga todo y espumas-
Halló hospitalidad donde halló nido
De Júplter el ave.

Prosificación:
[El peregrino,] pues, antes sorbido del [por el] Océano y luego vomitado no lejos de un escollo coronado de juncos secos y plumas calientes, [hecho] todo alga y espumas, halló hospitalidad donde el ave de Júpiter halló nido.
Observaciones: El ave de Júpiter es el águila real. El mar arrastra a la orilla al peregrino, cerca de un escollo sobre el que se encuentra un nido de águila abandonado.
Comentarios:
Notemos el contraste entre el plácido verso de secos juncos, de calientes plumas, que describe el nido con los versos restantes, de ritmo mucho más duro. También es destacable la concisión con la que Góngora describe el deplorable estado del náufrago: alga todo y espumas.

Besa la arena, y de la rota nave
Aquella parte poca
Que le expuso en la playa dio a la roca;
Que aun se dejan las peñas
Lisonjear de agradecidas señas.

Prosificación:
[El peregrino] besa la arena y dio a la roca aquella poca parte de la nave rota que lo expuso en la playa, que las peñas aún se dejan lisonjear de [con] señas agradecidas.
Observaciones:
Exponer es un cultismo: César usa frecuentemente este verbo con el sentido de desembarcar: Exponere ex nauibus milites (desembarcar los soldados de las naves). El náufrago, agradecido a la primera roca que alcanza en tierra firme, le ofrece lo más preciado que tiene en ese momento, la tabla que le ha salvado la vida. “Las peñas aún se dejan lisonjear con señales de agradecimiento” es una alusión a un dicho de la época: “dádivas quebrantan peñas”, es decir, con regalos a las personas adecuadas puede lograrse cualquier cosa. Una de las muchas censuras sutiles a la vida en la corte.

Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
Océano ha bebido
Restituir le hace a las arenas;
Y al Sol le extiende luego,
Que, lamiéndole apenas
Su dulce lengua de templado fuego,
Lento lo embiste, y con suave estilo
La menor onda chupa al menor hilo.

Prosificación:
Desnudo el joven, le hace al vestido restituir a las arenas cuanto Océano ha bebido, y luego lo extiende al Sol, que, lamiéndolo apenas su dulce lengua de fuego templado, lo embiste lento y, con suave estilo, chupa la menor onda al menor hilo.
Observaciones:
El joven escurre el vestido y luego lo extiende al Sol. En la época era frecuente representar al Sol con ojos y boca, e incluso sacando la lengua. Por ello no es sorprendente que Góngora pinte al Sol lamiendo el vestido con sus rayos. “Embestir” tiene aquí el mismo sentido figurado que tiene “atacar” cuando se habla de “atacar un problema”. Quiere decir que el Sol se pone “manos a la obra” lentamente y con delicadeza hasta chupar la menor gota de agua.

No bien, pues, de su luz los horizontes
-Que hacían desigual, confusamente,
Montes de agua y piélagos de montes-
Desdorados los siente,
Cuando -entregado el mísero extranjero
En lo que ya del mar redimió fiero-
Entre espinas crepúsculos pisando,
Riscos que aun igualara mal, volando,
Veloz, intrépida ala,
-Menos cansado que confuso- escala.

Prosificación:
No bien siente, pues, desdorados de su luz [del Sol nombrado antes] los horizontes que hacían desigual, confusamente montes de agua y piélagos de montes, cuando el mísero extranjero, entregado en lo que ya redimió del mar fiero, pisando crepúsculos entre espinas, escala, menos cansado que confuso, riscos que aún igualara mal volando [una] veloz [e] intrépida ala.
Observaciones:
Los horizontes, en la oscuridad de la noche, convertían (hacían parecer) montes a las enormes olas y mares a los montes, es decir, no se distinguía dónde acababa el mar y dónde empezaba la tierra.
Góngora llama crepúsculos a las tenues luces del crepúsculo, o a las rocas iluminadas por la luz crepuscular. Igualmente, “ala” es una sinécdoque por “ave”.
Comentarios:
Notemos la hipérbole sobre los riscos tan altos que a un ave le costaría llegar volando hasta esa altura. Es muy oportuna, pues no expresa la altura real del acantilado, sino la impresión que éste causa al débil náufrago que se ve obligado a escalarlo.

Vencida al fin la cumbre
-Del mar siempre sonante,
De la muda campaña
Árbitro igual e inexpugnable muro-,
Con pie ya más seguro
Declina al vacilante
Breve esplendor de mal distinta lumbre:
Farol de una cabaña
Que sobre el ferro está, en aquel incierto
Golfo de sombras anunciando el puerto. […]

Prosificación:
Vencida al fin la cumbre, árbitro igual e inexpugnable muro del mar siempre sonante [y] de la muda campaña, [el peregrino] con pie ya más seguro, declina a [hacia] el vacilante, breve esplendor de [una] lumbre mal distinguida, [un] farol de una cabaña que está sobre el ferro anunciando el puerto en aquel incierto golfo de sombras.
Observaciones:
Un árbitro es un mediador, en sentido figurado, pero aquí lo es literalmente: la cumbre del acantilado mediaba entre el mar y el campo, separaba el rugido del mar del silencio del campo.
Un barco está sobre el ferro cuando está anclado.
Comentarios:
Declinar es descender, pero también se dice de la orientación que toma la brújula al navegar. Es un término marinero, al igual que farol, ferro, golfo y puerto. Góngora describe con términos marineros el caminar del peregrino, dando a entender con ello que éste (todavía confuso, como se dice en el verso 51) no puede dejar de pensar en el naufragio. Es un buen ejemplo de la maestría de Góngora para expresar simultáneamente hechos distintos mediante distintos niveles del uso del lenguaje.

DE UNA DAMA QUE, QUITÁNDOSE
UNA SORTIJA, SE PICÓ CON UN ALFILER

Prisión del nácar era articulado
(de mi firmeza un émulo luciente)
un diamante, ingenïosamente
en oro también él aprisionado.

Clori, pues, que su dedo apremiado
de metal, aun precioso, no consiente,
gallarda un día, sobre impaciente,
lo redimió del vínculo dorado.

Mas, ay, que insidioso latón breve
en los cristales de su bella mano
sacrílego divina sangre bebe:

púrpura ilustró menos indiano marfil;
invidiosa, sobre nieve claveles
deshojó la Aurora en vano.

LOPE DE VEGA

“Mira Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me aplacen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
lo corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentil hombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado por linaje,
el gallo de las bravatas,
la nata de los donaires,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo,
fuera posible adorarte;
y por este inconviniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades,
y habrá menester ponerte
quien quisiere sustentarte
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide.
Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque los quieren briosos,
que rompan y que desgarren;
mas tras esto, Zaide amigo,
si algún convite te hacen
al plato de sus favores
quieren que comas y calles.
Costoso fue el que te hice;
venturoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras
como supiste obligarme.
Apenas fuiste salido
de los jardines de Tarfe
cuando heciste de la tuya
y de mi desdicha alarde.
A un morito mal nacido
me dicen que le enseñaste
la trenza de los cabellos
que te puse en el turbante.
No quiero que me la vuelvas
ni quiero que me la guardes,
mas quiero que entiendas,
moro, que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo,
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río;
¡qué donoso disparate!
No guardas tu tu secreto
¿y quieres que otri le guarde?
No quiero admitir disculpa;
otra vez vuelvo a avisarte
que esta será la postrera
que me hables y te hable.”
Dijo la discreta Zaida
a un altivo bencerraje
y al despedirle repite:
“Quien tal hace, que tal pague.”

Zaide: uno de los nombres poéticos de Lope, como el de Belardo.
Zaida: Elena Osorio, la gran pasión juvenil de Lope.

Suelta mi manso, mayoral extraño,
pues otro tienes de tu igual decoro;
deja la prenda que en el alma adoro,
perdida por tu bien y por mi daño.

Ponle su esquila de labrado estaño,
y no le engañen tus collares de oro;
toma en albricias este blanco toro,
que a las primeras hierbas cumple un año.

Si pides señas, tiene el vellocino
pardo encrespado, y los ojuelos tiene
como durmiendo en regalado sueño.

Si piensas que no soy su dueño,
Alcino, suelta, y verásle si a mi choza viene:
que aun tienen sal las manos de su dueño.

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada, sobre fe, paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.

Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho

FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS

A UN HOMBRE DE GRAN NARIZ

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;

era un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
los doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.

SIGNIFÍCASE LA PROPIA BREVEDAD DE LA VIDA,
SIN PENSAR Y CON PADECER,
SALTEADA DE LA MUERTE

¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
En mi defensa soy peligro sumo;
Y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra

Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento,
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.

Recuerda el episodio de Ulises, que se hizo atar al palo de la nave, para no ceder al encanto de las sirenas.

LETRILLA SATÍRICA

Poderoso caballero es don Dinero.

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de contino anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.1
Y pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Es galán y es como un oro,
tiene quebrado el color,
persona de gran valor,
tan cristiano como moro.
Pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Son sus padres principales,
y es de nobles descendiente,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son reales;2
y pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,

poderoso caballero
es don Dinero.
Mas ¿a quién no maravilla
ver en su gloria sin tasa
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?3
Pero, pues da al bajo silla
y al cobarde hace guerrero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales,
que sin sus escudos reales
no hay escudos de armas dobles;
y pues a los mismos robles
da codicia su minero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,

poderoso caballero
es don Dinero.

Y es tanta su majestad
(aunque son sus duelos hartos),
que con haberle hecho cuartos,
no pierde su autoridad;
pero, pues da calidad
al noble y al pordiosero,

poderoso caballero
es don Dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición;
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y pues las hace bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(¡mirad si es harto sagaz!)
sus escudos en la paz
que rodelas en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
Y hace proprio al forastero,

poderoso caballero
es don Dinero.

MUJER PUNTIAGUDA CON ENAGUAS

Si eres campana ¿dónde está el badajo?
Si Pirámide andante vete a Egito,
Si Peonza al revés trae sobrescrito,
Si Pan de azúcar en Motril te encajo.

Si Capitel ¿qué haces acá abajo?
Si de disciplinante mal contrito
Eres el cucurucho y el delito,
Llámente los Cipreses arrendajo.

Si eres punzón, ¿por qué el estuche dejas?
Si cubilete saca el testimonio,
Si eres coroza encájate en las viejas.

Si büida visión de San Antonio,
Llámate Doña Embudo con guedejas,
Si mujer da esas faldas al demonio.

SALMO XVII

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

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