
A partir de esta foto intenta crear una historia. Imagínate que vas en esa góndola. Puedes estar buscando a alguien o simplemente disfrutando de un paseo; o quizás estás huyendo porque te persiguen o eres tú el que intentas dar alcance a alguien. Tú decides. La historia comienza a las 15.30 y se desarrolla en Venecia.
Robo en Venecia
Las sirenas de la policía sonaban ahora lejos y mi góndola se adentraba cada vez más en un laberinto de canales. Todo había sucedido demasiado rápido para que mi atropellado cerebro hubiera tenido tiempo de asimilarlo al completo.
Todo había empezado con esa llamada, a las 15.30 cuando estaba en mi apartamento en Praga; informándome que tenían una gran recompensa para mí si les hacía un trabajito. Si, les, una banda de mafiosos traficantes de obras de arte robadas; aunque en ese momento yo no estaba en condiciones de negarme, sobre todo si había una gran suma de dinero en juego. Por que en esos momentos estaba en bancarrota y necesitaba urgentemente un trabajo que realizar. Normalmente mi trabajo consistía en robar pequeños objetos y venderlos a pequeños comerciantes o anticuarios, que a su vez los vendían a otros comerciantes o coleccionistas. Sin embargo nunca había estado en Venecia y menos para un trabajo. Este imprevisto recado consistía en hacerme con una antigua figura de un rey de la Antigüedad, echa de oro y adornada con piedras preciosas, apenas tenía unos 20 centímetros de altura.
Al aceptar el trabajo me enviaron rápidamente toda la información necesaria para el robo, todo planeado. La vivienda donde se encontraba la pieza se hallaba en Campo Santa Margherita en Dorsoduro. Los primeros días me limité a investigar y tomar nota de todos los movimientos alrededor de la casa, esperando a saber cuando era le momento oportuno para el robo. Hacia el quinto día tan solo hice eso, luego intenté sonsacar información a la ama de llaves que a menudo veía con bolsas de compra. Poca fue la que pude obtener pero era suficiente.
Me encerré en mi habitación en el hotel donde me hospedaba y estudié a fondo toda la información. Acabé agotada por el esfuerzo pero valió la pena. Solo quedaba por decidir la noche en que entraría en la casa de la cual me conocía hasta el último rincón.
La tarde antes del robo me preparé a fondo: el traje negro de neopreno; zapatos con la suela como la de un gato, que no emitía ningún sonido; unos aparatos en los oídos que me permitían oír el triple; la linterna frontal; y otros que muchos aparatos guardados en mi mochila negra. Cuando estuve preparada salí en dirección de Campo Santa Margherita donde me esperaban los obstáculos para conseguir mi recompensa.
Llegué y silenciosamente me acerqué al muro de la casa. Trepé por él como un mono y me dejé caer al interior, escuché el gruñido de unos enormes perros que se me acercaban con las mandíbulas entreabiertas mostrando así una enorme hilera de dientes. Tal como había planeado, saque de mi bolsillo un bote y me tape la boca y la nariz con una mascarilla. Rocié a los perros con el spray y estos se durmieron al acto. Tardaran en despertar, pensé mientras me acercaba a la puerta trasero del edificio. Extraje de mi mochila una botella con aceite con la que rocié las bisagras de la puerta y con un rápido movimiento abrí la puerta. Apenas se oyó nada, como un suave murmullo. Entré rápidamente y encendí la linterna. Alumbré toda la habitación, la cocina. Solo tenía que subir por las escaleras y coger la figurita tan despacio como pudiera, ya que ésta estaba protegida por rayos infrarrojos y alarmas. Les eché un gas que me mostró los rayos, y los sorteé y al llegar donde la estatua me quedé paralizada. Me habían mostrado una foto de ella, pero jamás había pensado en que sería tan bella en realidad. Enteramente de oro menos la túnica del rey de un color rojo como la sangre, la corona adornada con piedras preciosas, igual que los ojos y los adornos de la túnica y capa. Me parecía increíble que nadie en el mundo supiera de su existencia, más que un grupo de mafiosos y el propietario.
Con mucho cuidado saqué la estatua de su altillo y la guardé en una bolsa que tenía preparada. Lentamente inicié el camino de retirada cuando al llegar al a cocina, mi suerte hiciera que al girarme sin darme cuenta arrojara al suelo una cacerola de la cual el mango sobresalía maliciosamente. El ruido retumbó en mis oídos aumentados por los dichosos amplificadores. Tardé unos segundos en reaccionar lo suficiente para que saltaran las alarmas y saliera corriendo.
Solo recuerdo que salté por encima de los perros dormidos y el muro y corrí cuanto pude con el peso de la figurilla, que a pesar de su escaso tamaño pesaba toneladas. Corrí y corrí hasta que llegué sin aliento al canal grande donde vi una góndola que paseaba a unos enamorados. Los eché y indiqué al conductor que saliera disparado. Este entendió lo que le pedía y de la parte trasera oculta por una lona apareció un motor de última generación, lo puso en el agua y la góndola salió despedida hacia delante.
Intenté tranquilizarme, y decirme a mi misma que todo al final había salido bien, pero no era así.
De un canal lateral oí como salían varias lanchas de la policía, en total tres, y seguro que iban a por mí. Mi conductor parecía tener experiencia en este tipo de casos, por que me sonreía sin parar. Acto seguido me introdujo en el laberinto de canales y escogió uno en particular, de repente pasamos debajo de un puente y mi conductor se levanto y tiró de un cuerda que había colgando. Eso hizo que en el momento que pasaba una lancha policía le cayera encima un montón de trastos inservibles. Uno menos, quedaban dos. El conductor sabía lo que hacía porque en pocos minutos dejamos de oír las sirenas que por momentos nos habían, eso creía yo, roto los tímpanos. Disminuyó la velocidad, pero manteniendo el ritmo.
Eso lo que había sucedido, ahora estábamos navegando tranquilamente cerca de mi hotel, donde me dejaba el conductor sin nada de pago a cambio. Tan solo dijo que le había pagado haciéndole recordar los viejos tiempos. Sospeché que ese hombre en realidad era un aliado de mis contactos mafiosos.
Al llegar a mi habitación les llamé para informarles que lo había logrado. Ellos me dijeron que abandonara enseguida la ciudad y que reunirían conmigo para el intercambio a las afueras de Venecia. Aquella noche había sido muy agitada y necesitaba un baño para relajarme y pensar e lo que había pasado.
Al día siguiente fui temprano al lugar señalado y vi cuatro hombres de negro. Con un acento italiano me dijeron que les entregara la figurita y que a cambio me daban un maletín con el dinero que me habían ofrecido. Les entregué la estatuilla y a continuación abrí el maletín para comprobar si estaba todo el dinero. Así era. Me sentí aliviada y agradecida. Volví a la ciudad y decidí quedarme un poco más y disfrutar, y recorrer Venecia de día y no de noche.
Una amiga y yo nos encontramos en Venecia, en un día soleado visitando la Basílica de San Marco, de repente tenemos una idea, queremos ir en góndola! Cuando salimos de la basílica estamos dando vueltas por la plaza y compramos unos recuerdos, nos vamos a hablar con un gondolero para que nos de un viaje, vamos por toda la ciudad en góndola.
Las vistas que tenemos son magnificas y además el gondolero nos está cantando una canciones en italiano, estamos muy relajados, mi amiga esta dibujando algunos de los paisajes que vemos a nuestro alrededor.
Al cabo de un rato bajamos de la góndola y nos vamos a dar una vuelta por Venecia, vamos a las tiendas, a los mercados… y de repente vemos un anuncio de dibujos, mi amiga decidió presentar el suyo, el premio que ganaría lo sabríamos al día siguiente. Por la noche fuimos al hotel a cenar, a cambiarnos de ropa y arreglarnos para ir a ver los fuegos artificiales, son preciosos. Cuando terminaron fuimos a dar una vuelta y al hotel, por la mañana nos dirigimos al museo para saber el premio del dibujo, ganó el primer premio, un viaje a Londres para dos personas y ella me invitó a ir con ella, decidimos ir dentro de un tiempo. Durante el día nos divertimos mucho, conocimos a unas parejas muy majas, con las que nos comunicamos en español, ya que ellos hablaban un poco de éste. Por la noche tenemos que ir al aeropuerto y volver a casa.
Es un viaje muy bonito, con el que me lo he pasado genial con mi amiga. Al avión miramos las fotos y al llegar aquí decidimos hacer un álbum con cada viaje que aremos para que siempre lo podamos recordar, sólo abriendo el álbum.
Próxima parada… Londres!
EJERCICIO DE CREACIÓN LITERÁRIA
Ya eran las 15:30 de la tarde, llevábamos toda la mañana visitando las zonas más bonitas de Venecia con mi familia, nos paramos para comer algo y recuperar nuestras fuerzas aunque un poco tarde. Teníamos una hora y media para comer ya que luego teníamos que estar con nuestro guía, que nos explicaba todo acerca de lo que estábamos visitando.
Llegó la hora de volver con el guía. Nos aconsejó que fuéramos a dar una vuelta en góndola porque resultaba muy gratificante proseguir la visita con góndola por Venecia. El guía nos advirtió que los gondoleros regateaban los precios.
Subimos a una góndola, la más bonita que encontramos. Nos costó un poco caro, pero no nos importó demasiado.
Fue una experiencia alucinante y muy bonita, pasábamos por debajo de puentes preciosos y por callejones muy estrechos. Me gustó que el gondolero se pusiera a cantar mientras remaba.
Terminó la visita en góndola. Mis padres y yo nos pusimos a hablar sobre la experiencia, mi madre tenía un poco de mareo y mi padre dijo que había hecho muchas fotografías, una de ellas es esta.
En fin, una experiencia para repetir.
Ya son las 15:30 de la tarde. Acabo de comer. Mientas estaba en el restaurante, he decidido darme una vuelta con una góndola, por
Venecia. Por mucho que sea mi ciudad, necesito dar una vuelta, relajarme, pensar en mis cosas…
Llevo mucho tiempo viviendo sola. Hace dos años y medio que me separe de mi marido. Desde que lo dejamos, no he tenido ninguna
relación seria. Y el tiempo pasa. Necesito tener una relación estable, con una persona que me sepa entender.
Imaginarios que ahora se me planta mi principe azul aquí delante, con otra góndola, ¿No sería bonito? Además hoy hace un
día super bonito. Los rayos de sol atraviesan el cielo iluminando toda la ciudad, hasta los rincones más pequeños y escondidos.
Y el clima es meravelloso, no hace ni frío ni calor.
Mientras la góndola sigue su camino por el río de Venecia, voy observando poco a poco la gente que anda por esas calles, que todas
parecen iguales.
Para que el camino no me sea tan aburrido, el conductor me va hablando. Parece muy simpático, me ha dicho que lleva mucho
tiempo dedicándose a esto. Dice que se ha convertido en una afición para él.
Al cabo de un momento, otra góndola para por nuestro lado, los dos conductores se saludan y siguen su camino. Ahora, nos toca
pasar por debajo de un puente. Es un poco pequeño y estrecho, pero es muy mono. Destaca un poco, porque todo su entorno es
gris y negro, pero el puente para dar un poco de vida a éste barrio, es de color marrón claro.
En este momento, viene otra góndola. No se cómo vamos a pasar las dos góndolas a la vez, porque no cabemos. Pero los conductores
ya se las apañaran. De pronto, las dos góndolas nos hemos parado. Resulta que el otro conductor tiene que irse de prisa y tiene
un pasajere a bordo, y le a pedido al conductor de mi góndola si puede subir conmigo. Yo me he mirado al pasajero, que además
resulta que es un hombre, y parece un hombre de negocios, con mucho estrés encima y que quiere relajarse dando un paseo. Nos hemos
mirado y le he dicho que puede subir conmigo. Él es un hombre de media altura, rubio con unos ojazos marrones claros. No creo que
sea de aquí, porque aquí en Venecia no se ven muchos hombres así.
Era un día tranquilo y soleado, el suave viento acariciaba sus largos cabellos negros como el azabache y los mecía lentamente como las olas del mar. Estaba echado en la vieja góndola que le había regalado su padre antes de irse a vivir a Japón. Ya que él no soportaba más vivir en Italia y siempre estaba viajando a Japón por asuntos de negocios y al final tomó la decisión de irse a vivir allí, así se ahorraría hacer tantos viajes, de modo que se mudó y le dejó todas sus pertenencias, incluida la casa, a su único hijo.
Acababa de comer y le había entrado sueño, así que decidió tumbarse, ponerse cómodo y dormirse. Joey era un chico bastante guapo, moreno, alto, ojos marrones, bastante musculoso, sus principales habilidades eran las artes marciales y el kendo.
Mientras estaba dormido, y su góndola navegaba canal abajo lentamente, emergió del agua un buzo, dejó una gran bolsa muy pesada con cuidado, sin hacer ruido para que Joey no se despertara y se volvió a sumergir. El chico estaba soñando que buscaba un tesoro escondido debajo del mar y de pronto era engullido por un calamar gigante, el kraken. Así finalizó su sueño porque Joey despertó jadeando, lo único que recordaba de ese terrible sueño eran las fauces de un gran monstruo marino desgarrándole la piel con los dientes y tragándoselo.
Pero de pronto dejo de pensar en el sueño y se centro en una grandísima bolsa que estaba tirada en su góndola, era como si algo se moviera allí adentro. Temeroso se acercó, desató el cordel que cerraba herméticamente la bolsa y la abrió, dentro había una chica joven, debía de tener unos 17 años, como él aproximadamente, pero su sorpresa fue aún mayor cuando ella se incorporó hacia el y le vio rostro.
Era una especie de felino, medio humano.
No sabía que hacer, alguien le había dejado aquella extraña criatura a bordo de su góndola, se quedó un rato mirándola. Era bonita, delgada, en su cara se podían percibir con claridad los rasgos de un felino, tenía un pequeño hocico, parecido al de los leones aunque no tan desarrollado. Tenía la tez de color pardo, los ojos eran de color ambarino, tenía el iris ovalado, como el de los gatos. A lo largo de su columna vertebral, se extendía una larga cabellera oscura, y al final una cola, como la de los grandes félidos.
De pronto sus miradas se cruzaron, había despertado y estaba mirando a Joey con mucha curiosidad, él no sabía que decir, lo único que se le ocurrió fue decirle “Hola”. Ella le respondió con un bufido, signo de que estaba asustada y a la vez desorientada.
El chico no se lo tomó a pecho, entendía como se sentía, era un ser único en un mundo extraño, todo le debía resultar ajeno.
Intentó tranquilizarla mirándole directamente a los ojos y parpadeando muy lentamente, con los gatos ese pequeño truco daba resultado.
Parecía que iba funcionando, parpadeaban al unísono, acercó la mano pausadamente pero firme y le acarició la cara, ella se incorporó de un salto y le dijo:
– ¿Que haces aquí? ¿Quien eres? ¿Donde estoy?
– Como te lo podría explicar, yo estaba en mi góndola durmiendo, eran las 15:30 para ser exactos, y cuando me desperté estabas aquí tendida inconsciente dentro de una bolsa que por lo que deduzco a caído al agua. Me llamo Joey, tengo 17 años, vivo en Venecia, que es donde nos encontramos ahora y ahora si no te importa me gustaría saber más de ti.
La chica le dijo que se llamaba Jack y que la habían raptado unos salvajes que la querían sacrificar. Después de sacarla de su guarida, la metieron en una bolsa y se la llevaron, lo único que recordaba era que antes de desmayarse la habían tirado por un cráter de agua gélida.
A Joey le sorprendió lo que le dijo la felina después, el país donde vivía se llamaba “Hijitruo”. Tras meditarlo mucho, el chaval decidió ayudar a Jackye a regresar al lugar de donde procedía.
Lo primero que Joey hizo fue cubrir con una manta que tenía a bordo de su góndola “el holandés errante” a Jack, de manera que no se podía apreciar a simple vista lo que se ocultaba detrás de esa cobija. Luego empezaron a preguntar a la gente de los alrededores; sobre si habían visto algo fuera de lo normal.
No encontraron respuesta alguna, cuando se habían dado por vencidos, un mendigo se les acercó y les dijo que había visto como un submarinista había puesto un saco enorme encima de la barca.
Le preguntaron el lugar exacto donde había visto emerger al buceador, así que decidieron ponerse en marcha cuando recibieron los datos.
Ya se encontraban en el lugar exacto, amarraron la góndola en un poste que sobresalía del agua y Joey puso la cabeza dentro del agua, ya que a Jack le daba pánico aquella sustancia.
Lo que vio era un montón de túneles subterráneos, con el poco aire de que disponían sus pulmones no podrían investigarlos todos. Jack propuso que alquilaran unos trajes de buzo, con bombonas de gas, aletas…
A Joey la idea le pareció fabulosa, desapareció durante unos minutos y volvió cargado con todo el material, rápido como un relámpago. Se vistieron y se tiraron dentro del canal, Jack no se sentía muy cómoda, no le gustaba nada aquella sensación de flotabilidad. El la cogió de la mano y los dos se adentraron un laberinto de túneles submarinos, echaron una ojeada a todos, pero no vieron nada que les llamase la atención. Bajaron más al fondo, parecía que no se terminaba nunca, el canal era muy profundo, llevaban horas bajando hacia las profundidades marinas, vieron una luz, debían de haber llegado al final de su recorrido. De pronto, les invadió una especie de mareo, como si el mundo rotara sobre sí mismo, no se encontraban bien, al fin lograron llegar al final, se sorprendieron al ver que habían emergido del agua y se encontraban en una especie de mundo paral•lelo. Era “Hijitruo” ya que Jack se alegró muchísimo de ver algo familiar. Se encontraban en el cráter de volcán helado, se deshicieron de los trajes y empezaron a trepar por el saliente para salir del agujero de hielo.
Jackye fue la primera en salir, sus habilidades estaban más desarrolladas al compartir el ADN con un león; al ver el paisaje que los rodeaba le entró un ataque de pánico, se arrodilló y trató de calmarse, su cuerpo temblaba violentamente, tenía taquicardias.
Joey pudo averiguar que es lo que pasaba, se encontraban rodeados de una tribu de indígenas salvajes, mitad serpiente, mitad hombre. Esos debían de ser los que la raptaron para sacrificarla, a Jack le habían vuelto todos los recuerdos a la cabeza. La abrazó, la besó en la frente y la tranquilizó utilizando el truco de parpadear lentamente.
Estaba agazapada sobre si misma, poco a poco fue relajándose, su corazón palpitaba con más normalidad, y su cuerpo ya no emitía aquellos terribles temblores.
Jack se levantó y le señalo a Joey dónde se encontraba su casa. Tenían que pasar sin que los vieran, sino su destino podría tener un trágico final.
Bajaron la pendiente del volcán a duras penas, la gravilla era muy resbaladiza, Jackye era la que iba delante, sigilosa, se escondió tras una tienda caníbal, él la siguió, con cuidado de que no los vieran cruzaron el campamento raudos y veloces. A Joey le parecía extraño que no hubiera ni la más mínima vigilancia, no le hacía buena espina, el campamento se encontraba totalmente desierto. Llegaron a un estrecho, que en tiempos de lluvia era uno de los ríos más importantes de Hijitruo, y lo atravesaron, mientras caminaban, oyeron un ruido procedente del cielo, se incorporaron y miraron hacia donde les guiaban sus oídos y vieron que habían sido victimas de una emboscada. Joey cogió una rama seca que había en el suelo y se preparó para luchar, Jack sacó las uñas y empezó a rugir fieramente. Las serpientes se iban acercando.
La felina, le dio un fuerte golpe a un indígena, que quedó espatarrado en el suelo, y desgarró la piel a dos más que se acercaban, empezó a correr, eran muchos, no podían con ellos. Se abrió paso a bocados y a golpes, estaba llena de rabia. Joey con la rama que tenía sujeta entre sus manos, empezó a atacar como si fuera una katana, y dejó a unos cuantos engendros en estado de K.O.
Rápidamente se fue corriendo detrás de Jack, los dos consiguieron escapar por fin, dejando tras de sí un montón de caníbales tirados en el suelo.
Al fin, Jackye pudo ver su guarida, mientras se dirigían hacia ella, Jack paró en seco, miró a Joey a los ojos, se acercó a el y lo besó; el beso fue correspondido, los dos se fundieron el un mismo ser.
Acto seguido ella le entregó un collar hecho de un diente de león, era el tesoro más preciado de Jack, cuando el le iba a agradecer la ofrenda, resbaló, se cayó y se dio un fuerte golpe en la cabeza, fue tan brutal que perdió el conocimiento.
Joey se despertó, estaba echado en su góndola, ¿todo lo que le había pasado no había sido mas que un sueño? Nunca lo sabría; su mirada se centró en el collar que tenía en la mano izquierda y en una gran bolsa que permanecía inmóvil en el holandés.
Venecia. Plaza de San Marcos. Stephano cogió la maleta verde oscuro y empezó a correr. Pasaba por los callejones y puentes a toda velocidad, esquivando peatones y turistas. Cansado, se refugió en un portal. Parecía haber despistado a sus perseguidores. Al cabo de un rato asomó la cabeza. Allí estaban, los hombres de traje gris estaban de pie, mirando en todas direcciones. Se escondió otra vez y rezó lo poco que sabía. Cuando su inquietud amenazaba con volverle loco, salió otra vez como una flecha, con la maleta a cuestas. Maleta de la que desconocía su contenido. Aquella maleta que tantos disgustos y preocupaciones le había acarreado, pero que tenia que llevar hasta Giuseppo, el dueño de un restaurante veneciano.
Pasó por el lado de los hombres, que volvieron a iniciar la carrera, esta vez ya desenfundando disimuladamente las armas a causa de la proximidad del restaurante.
Stephano consiguió llegar y reclamó a un camarero ver al dueño. Le esperaban y le llevaron rápidamente hasta el hombre. Mientras, los otros camareros echaron a los clientes y formaron una barricada con los muebles, y todos los empleados se colocaron detrás con sus pistolas en la mano, a esperar a los hombres del traje gris.
Mientras, Stephano hablaba con Giuseppo:
-He traído la maleta…
-Muy bien, hijo. Ahora debemos abrirla. Dile a Carlo que venga.
Stephano fue a buscar al tal Carlo, que era un empleado del local y estaba abajo con los otros. Al volver encontraron a Giuseppo trajinando con instrumentos extraños.
-Ah, Carlo, hola. Aquí está. Ábrela.
-Muy bien.
Mientras el hombre trabajaba, Giuseppo continuó la historia que le estaba contando a Stephano:
-En esa maleta hay algo de tu padre, que por fuerza tiene que ser un objeto que robó a unos contrabandistas. Ahora sabremos qué es:
-¡Ya está! –Exclamó Carlo- ¡Abierta!
-Muy bien –le felicitó Giuseppo– ahora termina el trabajo.
-Ven, -le dijo a Stephano– te mostraré algo.
Le condujo a un balcón que quedaba por encima de un canal. Allá le tiró al agua.
-¡Socorro! ¡No se nadar!
Éstas fueron las últimas palabras de Stephano antes de ser silenciado por una bala.
En ese momento, los hombres de gris irrumpieron en el local, acompañados de una veintena de hombres armados hasta los dientes.
En esa tarde murieron veintitrés personas.
Giuseppo consiguió escapar, llevándose el objeto de la maleta consigo, pero fue emboscado en un callejón y asesinado. El que parecía el cabecilla de los hombres de gris cogió el objeto, una caja de madera. La abrió. Estaba lleno de papeles, dirigidos a Stephano.
-Por eso tanto revuelo, por unas cartas de un viejo a su hijo… Que maten a los informadores, se han vuelto a equivocar.
Dicho eso montó en un helicóptero y desapareció en el cielo.
VENECIA.
NO TE ACERQUES.
La comida no había sido de cinco estrellas ni de dos; detrás de la plaza de San Marco, en una de las mil barras iguales que hay en Venecia, habíamos cogido una porción de pizza cada uno y seguimos andando. Queríamos descubrir todos los rincones de las laberínticas calles y hacer fotos bonitas que no todo el mundo hubiera hecho. De jóvenes, no podíamos soportar perder el tiempo. Nos aferrábamos a cada momento y lo aprovechábamos tanto como nos era posible. Escurríamos todo lo que se nos venía por delante como si fuera una esponja a la que dejar seca. Quién me iba a decir que de tan poco me iba a servir. Desde aquel día, todo el tiempo que tengo me sobra.
Con la pizza en la mano, continuamos nuestro paseo por la ciudad. El sol apretaba cada vez más, y el mal olor del agua a veces molestaba. Íbamos los cinco hablando de nuestras cosas, riendo y callando de cuando en cuando para apreciar los canales, las calles, las góndolas lujosas donde se paseaban parejas recién casadas… Recuerdo que disfruté mucho haciendo fotos, aunque todavía hoy no he podido pasarlas al ordenador.
Sin darnos cuenta, nos habíamos adentrado demasiado en la ciudad. Estábamos lejos de la zona turística y no teníamos la menor idea de cómo volver. Todas las calles nos resultaban iguales, todas las tiendas ya vistas; lo único que las diferenciaba era que cada vez había menos gente por donde pasábamos; sólo algún viejo veneciano que nos saludaba con un bon giorno amargo, que vivía allí desde antes que la ciudad se llenara de miles y miles de turistas diarios. Venecia es atractiva y curiosa para visitantes, pero vivir allí nunca me hubiera gustado. La ciudad es triste, vieja, deprimente y gris.
Llevábamos ya horas andando sin dirección. Intentamos en vano no ponernos nerviosos. Juan nos hacía alguna broma y sustos para bajar la tensión, pero notábamos que él tampoco lo tenía nada claro. ¿Hacia dónde ir? ¿Qué calle escoger? Cruzábamos un puente medio destrozado cuando Elena dio tal grito que casi tropecé de cuanto me asustó. Me giré y la vi como nunca la había visto. Tenía los ojos aterrorizados. Mientras con una mano se tapaba la boca, con la otra, que le temblaba, señalaba el agua. Tumbé despacio la cabeza y en seguida lo vi. Era la cosa más desagradable que hasta entonces había visto. En el agua flotaba el cuerpo sin vida de una mujer. Bajo su bailarina melena rubia, que le tapaba casi todo el rostro, se le podía intuir los labios. En cuando lo vi, se me quedó la boca abierta, pero no conseguí reproducir ningún sonido. En un segundo, un escalofrío recorrió mi cuerpo desde la nuca hasta mis pies. Hasta después de unos minutos nadie pudo decir palabra. Ignacio dijo la primera, y mejor hubiera sido que no la dijese, porque con otro grito nos anunció que había otro cuerpo unos metros más lejos. Nos giramos. Al otro lado del puente había otro. Y otro. Y otro. Se veían cabellos rubios y morenos, cabezas de hombre, pedazos de vestidos y zapatos nadando por el canal.
Enfrente, siguiendo el callejón al que conducía el puente, iba acercándose un viejo con una panza enorme, mal vestido, y con pelos y barba de mucho tiempo. Caminaba cojeando y con la espalda torcida. Gruñía enfadado. El miedo nos había consumido. Ninguno de nosotros sabía qué hacer ni qué decir. Elena, al fin, reaccionó. “¡Vámonos de aquí!”, gritó. Empezamos a correr, sin saber hacia dónde. El hombre nos seguía, aunque no iba muy deprisa. Corríamos y corríamos, nuestras piernas no daban abasto a las órdenes que nuestro cerebro les daba. Cada vez había menos luz; las calles se iban estrechando y empezaba a oscurecer. Paredes y paredes y algún canal de aguas mal olientes. Todo era igual.
A la vuelta de una esquina, un joven nos sorprendió con una sonrisa sarcástica.
Recuerdo el golpe que le dieron a Juan como si me lo hubieran dado a mí. Demasiado valiente, era. Cuando todos aquellos hombres se llevaron a Sonia, la rabia se apoderó de él y gritó con todas sus fuerzas todos los insultos que le dio tiempo de decir, porque no tardaron más de veinte segundos a abalanzarse sobre él. Se retorció de dolor con aquella patada en el vientre.
A Sonia no la volvimos a ver, quizás ese mismo día acabó en el canal. A los demás nos separaron después de la primera semana. Si aun están vivos, no van a durar muchos días más. Se trata de una banda anti turística de Venecia que, sin escrúpulo alguno, matan a todos los turistas que sobrepasan aquel puente. Están en contra de la gran masa de turistas que pisan y deterioran cada día la ciudad y de los muchos problemas que para los habitantes supone.
Al acabar de escribir esta carta, hecha para que sea publicada y con la intención de que los turistas conozcan este hecho y se lo piensen dos veces antes de visitar la ciudad, yo, después de tres años encarcelada, también acabaré en el agua.
Hace ya mucho tiempo de esa maravillosa tarde, pero al fin y al cabo, aun recuerdo perfectamente lo que paso ese día. Era un precioso día de verano la gente paseaba por las calles, los niños perseguían las palomas, mientras sus padres les vigilaban, el sol iluminaba las calles dejando un reflejo en los cristales de las tiendas. Yo mientras paseaba por esas calles tan hermosas y tan llenas de alegría. Cuando ya eran casi las 15:30 me fui corriendo hacia uno de los grandes canales de Venecia, había quedado con un señor de media edad era alto, de pelo oscuro, moreno, sus ojos eran de miel solo de mirarlos se te hacia la boca aguas, iba vestido con un traje negro muy hermoso. En las manos escondía algo yo no sabia el que exactamente.
Al llegar allí me miro con alegría sin dejar de sonreír me dijo, que iba muy bien vestida, tanto que se le caía la baba. Yo estaba muy contenta pensaba que ese día lo iba a recordar toda la vida, estaba enamorada de ese chico tan bien plantado yo pensaba que el también lo estaba.
Más tarde después de saludarnos subimos a una de las góndolas a la mas bonita de todas, al menos eso es lo que me pareció a mi, estuvimos muchas horas hablando y hablando, todo iba muy bien por entonces.
El chico parecía muy enamorado, al menos es lo que pensaba, pero mientras íbamos por esa hermosura de canales me di cuenta de que algo salía mal, porque vi a mi chico demasiado nervioso. Le pregunte que le pasaba pero el no me contestaba y en el medio del canal paro la góndola y saco un arma, yo estaba muy asustada creía que me habían trastocada a mi chico, no era el mismo de antes, era como si le hubieran robado su parte buena y ahora saliera su verdadera cara la mala.
Él empezó a chillar, la gente rodeaba los puentes y miraban hacía donde yo estaba, creía que no volvería a pasear nunca mas por esa hermosa ciudad y que nunca mas volveria a subir a una de esas góndolas, yo tenía mucho miedo pero me hacía la baliente.
Él me apunto con su arma, me dijo que era demasiada lista para un chico como él, que odiaba que su chica fuera mas astuta y que no aguantaba mas que me iba a matar; pero el no sabia que yo tenía un gran titulo de nadadora olímpica, a si que toda decidida me tire a uno en el canal, él disparó y disparo pero no me alcanzaba me siguió canal arriba, canal abajo pero nunca consiguió alcanzarme era demasiado rápida para él, ya que no sabía nadar ni como mover una simple góndola.
Al final al ver que no podía hacer nada que estaba rodeado por todas bandas, los policías se encontraban a lado y lado del canal, otros iban en otras góndolas y otros estaban en los puentes. Él tenia mucho miedo de lo que le pudiera pasar después a si que al ver que no podía hacerme daño y que ahora lo detendrían, así que se suicido.
Desde ese día tengo mucho miedo de ir por esos canales, a pesar que son preciosos y que lo daría todo por volver a nadar en ellos como lo hice aquel día. Ahora se que no se puede confiar con todo el mundo, porque puede ser que cuando menos te lo esperes te traicione.
Ese “magnífico” viaje a la linda Venecia
Mi amigo Albert y yo, tras haber “tenido” que disfrutar de aquel diminuto trozo de pizza en la Piazza San Marcos de Venecia, y digo “tenido” ya que el precio que habíamos pagado por ella requería hacerlo. Tras haber estado rodeados de enormes bancos de palomas con las cuáles algún que otro niño se divertía dando de comer, tras haber observado miles de especies diferentes de personas y cada uno de ellos con una de esas hamburguesas que a todos parecía haberlos conquistado con su sabor y que poco a poco se iban acomodando en aquellos incómodos bancos de piedra tal y como iban llegando, tras haber vuelto a resaborear aquella pizza que con resignación habíamos engullido…
Tras haber hecho todas las cosas imaginables en tan solo 5 minutos, dado que llevábamos un horario muy apretado a pesar de que el principal objetivo de este viaje fuera averiguar nuevos ambientes, culturas, formas de vida, etc. y todo lo que esto repercute, pero por supuesto lo que realmente habíamos ido a hacer a Venecia era pasar unos días brillantes en un sitio que según muchos quien lo habían visitado les había quedado grabado en la memoria como algo inolvidable. En fin, a lo que iba, después de haber empezado a conocer aquella “bella” ciudad nos dirigimos a un lugar que desconocíamos por completo, pero que en el mapa que Albert y yo habíamos comprado en un pequeño chiringuito anteriormente parecía manifestarse de una manera muy significativa y que se hacia resaltar ante todos los demás iconos. El lugar del que os estoy hablando era el mismísimo teatro de la Fenice. Parece una auténtica aberración, pero tanto mi compañero como yo debemos confesar que lo desconocíamos por completo. Ahora, una vez adquiridos varios conocimientos acerca del famoso teatro, ambos reconocemos nuestro grave error, pero sino, ¿de qué serviría la visita?
¿Qué es lo que buscáis? ¿El Canal grande? Si miren, pasen de largo estas dos calles, seguidamente giren a la derecha y cuando vean en el horizonte una franja de agua diríjanse hacia allí, una vez hayáis llegado preguntar por los paseos en góndola, ¿sí?
Así nos lo había indicado aquel señor de avanzada edad que habíamos encontrado al lado del teatro, y que según nuestro punto de vista nos pareció conocedor de la ciudad.
Quizás tengáis un poco de razón, íbamos un poco perdidos…
Tras haber caminado un largo tramo traveseando las preciosas calles de la ciudad y tras haber mantenido una larga conversación con mi amigo a cerca de diferentes temas, y la verdad, bastante variados ya que habíamos empezado hablando de bicicletas y habíamos acabado hablando de lo magnifico que estaba siendo el viaje, todo pasando por el cambio climático i demás tópicos, llegamos a aquel magnífico escenario que a los dos nos había dejado conmocionados.
Con que destreza se alzaban los edificios sobre los anchos y largos canales de Venecia, aquello estaba valiendo la pena, todo genial, como era de prever.
Un paseo en una de aquellas famosas góndolas podía acabar de redondear nuestra magnífica visita, y así fue. Nos subimos a una de aquellas barcas alargadas que permanecían estacionadas a un costado del canal y que iban balanceándose debido al suave vaivén del agua.
Se acercaba el atardecer, pero eso no impidió, ni mucho menos, nuestro paseo en barca. Todo iba sobre ruedas, perfecto hasta el momento.
Después de unos veinte minutos contemplando los escenarios de aquella ciudad que se empeñaba en mostrarnos su cara más bonita, unas frías y escasas gotas de agua empezaron a caer sobre la ciudad, el frío de una noche de otoño poco a poco se hacía notar en nuestras extremidades…Nos encontrábamos justamente en medio del trayecto y pensamos que hubiera sido un auténtico error el dejarlo como acabado en ese momento, que justamente pasábamos por el cruce con el Bacino di San Marco, el mejor tramo. Al conductor le transmití el gran interés que teníamos por seguir la ruta, el cuál lo motivo a seguir y no parar la barca. Mientras yo mantenía una pequeña discusión con el conductor, mi amigo, como de costumbre, iba lanzando un gran número de fotografías, diez por minuto sin exagerar, pero todas con diferentes puntos de vista; definitivamente, Albert había nacido para la fotografía.
Las cosas se complicaban, aquellas escasas gotas habían pasado a ser un auténtico diluvio, el conductor se estaba mosqueando debido a nuestra insistente insistencia por seguir con aquel viaje que habíamos empezado y miles de factores más que lentamente iban empeorando nuestra visita. El maldito tiempo meteorológico lo estaba mandando todo al garete, ¡qué rabia!. Pero todo eso no parecía detener la sesión fotográfica de Albert.
El agua empujaba la barca con más fuerza y nos hacia impactar brutalmente contra los costados del canal, la calle estaba cada vez más desierta. La idea de abandonar la barca y parar de pasear se había paseado varias veces por mi mente, pero yo seguía encaprichado con lo mismo.
Las cosas continuaban igual, o incluso peor, ya que el temporal había empeorado y la niebla había bajado a nuestra altura cosa que impidió aún más nuestra visibilidad.
De repente, al cruzar un puente como los muchos que hay a lo largo del canal, el agua nos enseñaba su cara más macabra. Tras el reflejo del agua podíamos apreciar figuras muy extrañas y difíciles de apreciar:
– ¡Oh dios mío! ¡Esta foto será única y exclusiva! – dijo entusiasmado Albert.
Entonces entendí el porqué de su exaltación. EL reflejo del agua nos mostraba una escena verdaderamente terrorífica, aquello que Albert había retratado eran personas colgadas por el cuello por una soga. Al ver aquella imagen mi carne se puso de gallina, y seguidamente miré hacia arriba, pero allí no había nadie colgado… Todo era muy extraño, estaba muy asustado, pero Albert consiguió tranquilizarme a pesar de que él estuviera muy enfadado, ya que el reflejo de aquella macabra imagen no había quedado retratado en su fotografía.
Seguíamos con la ruta cuando, sorprendentemente, ante nuestros propios ojos impacto en el agua un cuerpo de mujer procedente de un edificio. La mujer cayó desplomada en el agua después de haber impactado brutalmente contra ella. El cuerpo inconsciente flotaba en la superficie, aquella mujer de no más de 30 años parecía haber muerto tras haber sufrido una caída al vacío de unos 20 metros.
El destino nos había llevado a parar allí. Nuestro objetivo era conocer los caprichos de la famosa Venecia, y Venecia nos estaba enseñando aquello, era difícil de explicar y de vivir, pero completamente cierto lo que estábamos viviendo.
Al ver aquel escenario, volví a levantar la vista, como lo había hecho anteriormente y vi como alguien corría una cortina negra de una de las ventanas del edificio des de donde supuestamente había caído la mujer.
El agua se movía más furiosa, y ahora Albert también había perdido los nervios no como antes, el conductor no se giró ni un solo momento para consultar nuestro estado, no parecía importarle.
Tanto Albert como yo estábamos totalmente exaltados, nerviosos, asustados, no sabíamos realmente como reaccionar ante aquello que estaba sucediendo, y que parecía ser una pesadilla.
Finalmente y afortunadamente un golpe fuerte de agua nos estacionó a un costado del canal. La barca había quedado atrapada a escasos metros del borde del canal, y tras el fuerte golpe que sufrió la parte trasera de la embarcación se había roto. Poco a poco fue hundiéndose hasta dejar nuestras rodillas cubiertas de agua. Albert y yo nos miramos fijamente, nos encontrábamos ante una situación de suspense de película, pero aquello no era un filme. Sentía frío en mis piernas, el agua estaba congelada. Solo nos quedaba una alternativa si queríamos sobrevivir. Tras aquella mirada penetrante que mútuamente nos habíamos hecho con mi amigo, pensé que en aquel momento los dos estábamos pensando exactamente lo mismo, y así fue.
Albert fue el primero en saltar des de la punta de la barca a la acera, y una vez el ya estaba a bordo y me había gritado reiteradamente que saltará, yo me dispuse a hacer lo mismo que él. Cuando solo me quedaba flexionar las rodillas y impulsarme para estar a salvo, una mano procedente de atrás cogió mi brazo muy fuerte. En aquel instante mi corazón había parado de bombear y sentía pánico, mucho pánico. Me giré y reconocí los rasgos de la cara del conductor que era quien me tenía sujeto por el brazo. Él tenía la mayor parte del cuerpo sumergido bajo el agua y fue entonces cuando dijo:
-¿ Te ha gustado el viaje chiquillo? ¡La idea de seguir con el viaje fue tuya, así que si yo muero, tú mueres conmigo!
Me impactaron sus palabras, pero aquel hombre estaba loco, tenía que deshacerme de él, pero poco a poco nos íbamos hundiendo los dos y como era de suponer la diferencia de fuerzas era abismal, y yo no podía separarme de su mano que me tenía agarrado con mucha fuerza.
Al fin tras haber vivido unos segundos eternos conseguí alzarme y saltar al arcén.
Me encontraba en estado de “shock” y el miedo se había apoderado de mi cuerpo.
Después de haber cogido el primer avión que encontramos con dirección a casa y de haber pasado nuevos estragos en el aeropuerto que no pienso explicar, ya que podrían alterar la sensibilidad de muchos de los lectores, llegamos a casa, nuestra preciosa casa, lugar que apreciábamos más que nunca.
Creíamos que todo había acabado bien, los dos sanos y salvos, con la ropa sucia y pocas cosas más como fatídicas consecuencias del viaje…
Mi amigo y yo nos pusimos a reflexionar sobre la aventura vivida pocas horas antes, y nos quedamos fascinados de todo aquello que habíamos vivido.
Unas palabras pronunciadas por mi padre des de la cocina a un tono elevado nos exaltaron a Albert y a mí:
– Si es que des de luego, ¡En este mundo cada día pasan cosas más alucinantes!
Parecía como si Albert y yo tuviéramos telepatía, pero por enorme casualidad los dos fuimos corriendo a la cocina para ver que pasaba.
En la parte superior de la última página del periódico constaba un anuncio acompañado de dos imágenes que decía:
“ Ayer, 24 de Octubre de 2007, desaparecieron sin dejar ni rastro estas tres personas de las imágenes en la misma ciudad, Venecia. El hombre y la mujer del margen izquierdo eran pareja y el otro hombre vivía con su madre. Si encontráis nueva información contactar con el 699654812. Gracias por su colaboración…”
Nos quedamos alucinados al ver que aquellos individuos del anuncio del periódico aparecían en una de nuestras fotografías que Albert había tomado justo al principio del trayecto cuando todo estaba en calma y tranquilo.
– ¿ Niños sabías algo de esto? ¿ Se informó en Venecia de lo sucedido?- preguntó mi padre muy interesado.
Y tras mirarnos fijamente unos segundos, respondí:
– Eh… no papá, no, no teníamos ni idea, me parece muy fuerte.
No tenía ganas ni ímpetu para explicarle todo lo que nos había pasado aquel día, que sin duda será imposible de borrar de nuestra cabeza.
Pero al fin y al cabo, no todas las experiencias del viaje habían sido terroríficas. Finalmente aprendí el porque de aquella frase que mi padre siempre repetía cuando lo encontraba tumbado en su cálido sofá; En ningún sitio se está mejor que en casa.
– ¡Es ella!
Eso era lo último que recordaba y lo que inundaba ahora mi cabeza era un intenso dolor, e intentar recordar algo más solo hacía que aumentarlo. Así que lo dejé para más tarde.
En un intento desesperado de comprender aquella situación, abrí los ojos. A consecuencia del golpe en la cabeza también me dolían los ojos, pero necesitaba saber que estaba pasando.
Lo primero que vi fue mi reloj, marcaba las tres y media del mediodía, una hora más tarde de mi llegada en el aeropuerto. Levanté la cabeza y me encontré debajo de un puente, dentro de una góndola veneciana en medio de un canal de la propia ciudad.
Estaba sola con el gondolero, le pregunté que qué pasaba, donde iba, el porque de mi estancia allí. Él me contestó que no podía explicarme nada, estaba amenazado de muerte y solo podía hacer su trabajo. Yo estaba muy asustada , me explicó que debía llevarme a un lugar, dónde allí me explicarían todo. Intentaba calmarme pero no podía lograrlo, no podía hacer nada al respecto, estaba incomunicada solo tenia una manta encima mío que no era ni mía. Tenia miedo, tenia mucho miedo, no recordaba nada más que aquel grito en el aeropuerto. Me pasaban muchas cosas por la cabeza, pero solo podía esperar.
El viaje se me hacía muy largo, todo aquello era muy extraño y de repente caí en el sueño.
Desperté otra vez pero en un lugar diferente, no se como explicar aquel lugar, estaba todo oscuro y solo veía luces enfocándome y alguien me dijo: “Dinos el código de una vez.” Yo no sabía de que me hablaban, sólo podía notar que estaban muy nerviosos, no les veía la cara, me iluminaban con una luz tan fuerte que no veía nada.
Perdí el control, cada vez más voces me pedían aquel código que no entendía, intentaba explicarles que no sabía nada, intentaba preguntar el porque estaba allí. No entendía nada, alguien me había secuestrado. Pensé que había sido una equivocación y intenté explicarlo. No me creían, así que me amenazaron de muerte si no cumplía con lo que me decían. No podía aguantar aquella situación, empecé a llorar y perder el control cuando de repente me pusieron una mano encima del hombro.
Me encontré estirada en la cama de mi habitación, sudando y muy asustada. Mi madre había venido a despertarme, había oído que hablaba, subió y me encontró nerviosa en la cama.
Todo había sido un sueño, pero un sueño muy extraño.