Un modelo gráfico muy sencillo puede ayudar a explicar la forma en que actuaban los dos principales mecanismos de ajuste de la población en la era preindustrial. La acción discurre en el sentido de las flechas, y el signo que lleva cada una de éstas significa lo siguiente: el signo +, que la relación existente entre el factor de donde arranca la flecha y aquél al que se dirige es directa (cuando aumenta el primero, aumenta también el segundo, y cuando disminuye el primero, lo hace igualmente el otro); y signo -, que la relación es inversa (cuando aumenta el primero, disminuye el segundo, y cuando disminuye aquél, aumenta éste). De los dos circuitos, el más importante es el que actúa a través de la mortalidad. Su acción puede explicarse brevemente así: cuando la población aumenta, hay que roturar nuevas tierras para alimentar las nuevas bocas. Esta ampliación del cultivo significa que hay que utilizar tierras de inferior calidad, puesto que se supone que las mejores son las que se han roturado en primer lugar. Sembrar estas tierras marginales es aumentar el riesgo de que cualquier circunstancia adversa (y ante todo una meteorología desfavorable) arruine las cosechas, con lo cual aumenta paralelamente el peligro de que, perdida parte de la cosecha, se desencadene la sucesión de hambre y epidemia que conduce a una mayor mortalidad y a disminuir la población a un nivel que permita prescindir de las peligrosas tierras marginales.
Existe un segundo circuito, menos espectacular y visible, que contribuye a producir los mismos efectos de regulación al actuar sobre la natalidad. Si la población aumenta sin un incremento paralelo de los recursos disponibles, los ingresos medios que obtenga cada habitante disminuirán: son más a repartir el mismo caudal. Esta reducción de recursos desanima a las parejas que van a contraer matrimonio y las hace retrasar la fecha en que lo harán. Cuanto más tarden en casarse menos hijos tendrán, por imperativos de la edad, lo que ocasionará un descenso de la natalidad y contribuirá a limitar de nuevo la población.
J. Fontana, La historia, Ed. Salvat