El valor de la escenografía en Los verdes campos del Edén

gala-200.jpgEl valor de la escenografía en Los verdes campos del Edén de Antonio Gala.

En el invierno de 1963, se estrenaba en el María Guerrero de Madrid la primera obra dramática de Antonio Gala: Los verdes campos del Edén. La pieza fue acogida con enorme expectación por un público y una crítica cada vez más conscientes de que el teatro español necesitaba urgentemente renovar su escena.

 Por ello, no es extraño que para un espectador habituado durante tanto tiempo al benaventismo barato y la astracanada, propuestas como las de Miguel Mihura (Tres sombreros de copa),  Buero Vallejo (Historia de una escalera) o Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte) – autores, por otra parte, de indiscutible calidad- no dejaran por menos de sorprenderlo y de entusiasmarlo. Sabemos que Los verdes campos del Edén también interesó a este mismo público. Creemos que por varias razones: por el tema tratado tan alejado de los que poblaban nuestros teatros comerciales: defensa del amor y de la libertad individual por encima de los convencionalismos sociales; por los personajes que aparecen: seres marginados, individuos, en definitiva, indeseables para la sociedad; por ese regusto a Lorca, Valle-Inclán y Miguel Mihura que tiene la pieza; por su encantador tinte poético; y, además, por lo que se observa nada más levantarse el telón: un cementerio-panteón, el escenario fijo donde se desarrolla parte de la trama, y es el lugar de reunión del protagonista Juan y sus amigos.

Es evidente que la utilización de un cementerio como escenario no era nueva en la dramaturgia española, recordemos Don Juan Tenorio o El estudiante de Salamanca, que son clásicos en nuestra escena, pero nadie antes había convertido un mausoleo en el único y definitivo hogar de unos seres inadaptados e injustamente rechazados por sus semejantes.

 Lo que está claro, después de analizar minuciosamente la obra, es que la elección de un sitio tan peculiar como espacio dramático no responde al capricho infundado de un autor que parece, por este hecho, amigo de las extravagancias, sino que, según creemos, guarda estrecha relación con el sentido global de la obra.

 En este artículo vamos a dirigir nuestros esfuerzos a dilucidar el valor teatral que tiene el cementerio en esta pieza.

 De antemano sabemos que todas las culturas, más o menos avanzadas, reservan un espacio de su geografía para enterrar a sus muertos. Es éste un territorio que se considera sagrado, prohibido, que exige respeto; es donde la sociedad ha impuesto algunas de sus más rígidas normas sociales. Profanarlo provoca la ira de los espíritus y, por esta razón, también la de esa misma sociedad. Todo ello no es más que el resultado de ese temor ancestral del hombre hacia la propia muerte, y a la creencia, en última instancia, de que la vida se prolonga más allá de la propia destrucción del cuerpo, en un estadio distinto: el espiritual.

 Precisamente, esta condición de lugar prohibido lo convierte en el espacio más idóneo para que habiten Juan y sus amigos. Estos han sido reiteradas veces rechazados por la colectividad, hasta ser totalmente marginados por ella. A todos se les ha negado la posibilidad de ser  y sentirse dignos. Se les ha negado, incluso, los más elementales derechos del hombre al no brindarles la oportunidad de ver sus necesidades básicas satisfechas. Por eso, sólo en el panteón y bajo los efectos de la amistad se encuentran a gusto.

 Pero además, el hecho de que vivan y se relaciones en este medio evidencia y completa su condición de transgresores, puesto que no sólo no han aceptado y asimilado los esquemas por los que se rige la sociedad, sino que encima han llegado a tentar contra las imposiciones más estrictas de ésta.

 Por otra parte, el cementerio está íntimamente ligado a la idea de la muerte y a sus múltiples significaciones. Recordemos que una de sus concepciones más frecuentes es la de considerarla como paso obligado y previo a cualquier cambio.

 Desde siempre el hombre ha creído que todos aquellos momentos claves de su existencia que pueden repercutir en el desarrollo d su especia (nacimiento, pubertad, matrimonio…), suponen el fin de un estado anterior. El temor hacia lo desconocido y lo porvenir y la propia  naturaleza de lo exigido, convierten a éste en una experiencia dolorosa y festiva al mismo tiempo. Como expresión externa de esa conciencia colectiva de hallarse ante un cambio, cada pueblo ha ideando una serie de ritos, siempre en consonancia con su idiosincrasia.

 Si en Los verdes campos del Edén analizamos la evolución psicológica de los asiduos al camposanto, nos percataremos que en todos ellos se produce un cambio que se manifiesta en sus  relaciones en el panteón- de un estado inicial de incomunicación, soledad y amargura han pasado a ayudarse, comprenderse y amarse, unidos por los lazos de mutua simpatía y afecto. Por otra parte, las ideas que alimentan las actitudes de estos individuos – defensa a ultranza del amor, lucha por la paz y la libertad, consideración de estos valores como supremos- suponen una profunda transformación de los fundamentos de la sociedad. Además, el proyecto de renovación propuesto por el protagonista se hace extensible a toda la humanidad por el carácter igualador de la muerte, siempre presente en la representación por las características de la escenografía.

 Pero el cementerio-panteón no solamente refleja la naturaleza de sus inquilinos vivos (transgresores y marginados) y su inconsciente invitación a transformar el mundo, sino que es también el emplazamiento más propicio para plantearse la posibilidad de un cambio. Lugar solitario y tranquilo, recuerda constantemente al hombre su triste e inevitable final y le provoca deseos de interiorización. El valor de la existencia adquiere una nueva tonalidad y el individuo tiende a establecerse otras metas. No nos ha de extrañar, pues, que en este peculiar marco ambiental donde Juan, Ana, Nina, el Muchacho, Monique, Manuel y María antepongan el amor y la libertad individual a cualquier otra cosa.

 Finalmente consideramos que la elección de un fosal como escenario fijo no hace más que constatar dos de las características más relevantes de este dramaturgo: su sentido del humor y su condición de un escritor pragmático y efectista, además de resaltar el interés que siempre ha mostrado por los cementerios.

 La utilización del humor como elemento imprescindible de su obra responde al hecho de que Gala siempre ha considerado al público español como un público inmaduro. Ante la dificultad del espectador hispano a aceptar tramas escabrosas en escena y a asimilar contenidos profundos y relativamente esotéricos, Antonio Gala, intenta provocar la sonrisa en los concurrentes, con el deseo de hacer más digeribles sus piezas, al tiempo que busca ganarse el favor y la simpatía del público que no durará en volver al teatro. Estimamos que la importancia que este dramaturgo otorga al humor ha influido en la elección de la escenografía de Los verdes campos del Edén, ya que resulta, en ocasiones, grotesca y divertida, sobre todo si se contrasta con la naturalidad extravagante  con que el protagonista y sus amigos se mueven en escena.

 También ha contribuido considerablemente a esta curiosa elección, por una parte, la creencia del autor de que en el cementerio y en el mercado es donde bulle el espíritu de la ciudad; y, por otra, su búsqueda constante del camino más fácil y directo para hacer comprensibles sus mensajes.

 En conclusión, a partir de todo lo expuesto, podemos afirmar que el cementerio-panteón es un símbolo visual cargado de significación. Su presencia, contribuye a completar el contenido global de la obra, puesto que su poder evocador nos aproxima constantemente a la esencia de los personajes que lo habitan y a la ideología que defienden.

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