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Daily Archives: 19 novembre 2013

EL MITO DE LOS DEBERES: ¿Por qué son perjudiciales para el aprendizaje y la convivencia? por Alfie Kohn
“Creo que el efecto más perturbador es que la falta de interés de los niños por las tareas los lleve a adoptar una actitud negativa hacia el colegio y el aprendizaje en general. Diría que las tareas son el principal y MAYOR EXTINGUIDOR DE LA CURIOSIDAD INFANTIL. Queremos niños completos, que se desarrollen social, física y artísticamente, y que tengan también tiempo para relajarse y ser niños”
Alfie Kohn
El impacto de los deberes en la vida de las familias con hijos escolarizados es, en muchos casos, el siguiente:
• una carga para las famlias
• un estrés para los niños
• un conflicto familiar
• menos tiempo para otras actividades
• menos interés por el aprendizaje
Existe un mito por el cual los deberes en casa (tras largas jornadas escolares) benefician a los niños y aportan responsabilidad, disciplina, hábitos de estudio y más. Pues Alfie Kohn tira por la borda este tipo de planteamientos y, avalado por multitud de investigaciones, concluye que “los deberes no proporcionan ningún beneficio académico para los alumnos de primaria y existen serias dudas sobre si son recomendables para los estudiantes de secundaria”. A pesar de esto, el sistema perpetúa los deberes sin ningún cuestionamiento de generación en generación por varios motivos:
1. un conjunto de creencias equivocadas sobre el aprendizaje
2. una desconfianza hacia la infancia y la juventud
3. y un enfoque de la educación cada vez más contaminado por la competición.
El dilema de los deberes (y el desmantelamiento del viejo paradigma educativo) es un asunto que compartimos millones de familias en el mundo y Alfie Kohn nos aporta un gran material sobre el que reflexionar, abrir los ojos y CAMBIAR DE RUMBO.
El misterio aumenta cuando se constata que las extendidas creencias sobre los beneficios de los deberes —mayor rendimiento académico y promoción de valores como la autodisciplina y la responsabilidad— no vienen corroboradas por la evidencia científica disponible. Los datos en que se apoyan dichas creencias son débiles o inexistentes, dependiendo del componente específico que se esté investigando y de la edad de los estudiantes. Pero, de nuevo, esto rara vez ha provocado una discusión seria sobre la necesidad de los deberes, ni ha calmado las exigencias de que se manden todavía más.
No hay duda de que estamos ante un tema de enorme relevancia para casi todos los que conviven con niños y jóvenes —un tema ante el que muchos nos sentimos frustrados, confundidos o incluso enfadados—. Pero a pesar de nuestra preocupación, rara vez se cuestiona la creencia de que se deberían seguir mandando deberes.
Esta postura de aceptación generalizada sería comprensible si, de vez en cuando, la mayoría del profesorado decidiera que un determinado tema debe continuar después del colegio y, entonces, se pidiera a los alumnos que leyeran, escribieran, investigaran, o hicieran algo en casa esa tarde. Podríamos plantearnos dudas sobre ciertas tareas pero, al menos, sabríamos que los profesores están aplicando un criterio, decidiendo caso por caso si las circunstancias realmente justifican la intromisión en el tiempo familiar, y valorando la probabilidad de que el resultado sea un aprendizaje significativo.
Si no se obligara a los niños a aprender cosas inútiles y sin sentido, entonces los deberes serían absolutamente innecesarios para el aprendizaje de las asignaturas ordinarias. Pero cuando se exige la acumulación de una gran cantidad de datos con poca o ninguna importancia para el niño, el aprendizaje es tan lento y costoso que el colegio se ve obligado a requerir la ayuda de casa para salir del lío que el propio colegio ha generado.
Un montón de tareas no solo resultan inadecuadas, son perjudiciales. Transmite a los niños la idea de que aprender sobre lugares lejanos (o la poesía o conceptos matemáticos) es algo aburrido y sin sentido, y elimina su deseo de explorar ideas. Como ocurre con muchos otros temas educativos, los beneficios de añadir buenas prácticas son limitados, a no ser que también estemos dispuestos a trabajar por la eliminación de las malas prácticas.
Katharine Samway era una de esas madres que habían aceptado su papel “como supervisora delegada…de la escuela”, “una guardiana del status quo educativo”. Supervisar el ritual diario de los deberes llegó a ser “del todo intolerable para su hijo y para sí misma”. Permitió que “algunas tardes el precioso tiempo en familia y su equilibrio psíquico se erosionaran, e incluso se destruyeran” porque no “quería ser criticada por no apoyar la educación de mi hijo”. Pero al final se plantó. “He permitido demasiadas tardes que las obligaciones impuestas por el profesor reemplacen las necesidades e intereses de mi familia”. Se vio pensando: “Tenéis a nuestros hijos durante seis horas, cinco días a la semana. ¿No podemos disponer de algo de tiempo para hacer lo que queramos con ellos?” Hasta que un día decidió decirle a su hijo: “No, no puedes hacer tus deberes hasta que hayamos vuelto del espectáculo/ regresado del paseo en bicicleta/acabado de jugar al fútbol/leído el libro, el capítulo o el poema”. Llegó a la convicción de que cuando las prioridades de la escuela están equivocadas, no hay que aceptarlas. La familia es lo primero. Los niños son lo primero. El verdadero aprendizaje es lo primero.
A estas alturas ya no te sorprenderá saber que Katharine Samway es profesora, a la vez que madre. Su experiencia como madre le enseñó el lado negativo de los deberes —lo que quitan—. Su experiencia profesional le dijo que no había mucho en el lado positivo; había poco que perder poniendo el poema o incluso el paseo en bicicleta por delante de las tareas de clase. Por supuesto, por valiente que fuera su decisión, lo que comenzó a hacer era solo una medida provisional que rescataba a su propio hijo. Pero decidió publicar sus reflexiones en una publicación educativa, con la esperanza de ayudar a que sus colegas repensaran sus prácticas.
Si este libro ha establecido algo, es que las fuerzas responsables de que los deberes atiborren las mochilas de nuestros hijos son múltiples y poderosas. Pero ya hemos superado esas fuerzas en otras ocasiones. Hemos cuestionado otras creencias infundadas, rescatado a otras personas que no tenían poder para defender sus propios intereses, cambiado otros por defecto. Si los deberes persisten a causa de un mito, nosotros les debemos a nuestros niños —a todos los niños— luchar por una política que se base en lo que es verdadero y tiene sentido para ellos.