ACTIVIDAD NÚMERO 1
Elabora, en unas 10 líneas, un final para el siguiente cuento de JAVIER VILLAFAÑE titulado: LOS SUEÑOS DEL SAPO
“Una tarde un sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy árbol. Y dando saltos, llegó a la puerta de su cueva. Era feliz; iba a ser árbol esa noche.
Todavía andaba el sol girando en la rueda del molino. Estuvo un largo rato mirando el cielo. Después bajó a la cueva, cerró los ojos y se quedó dormido.
Esa noche el sapo soñó que era árbol. A la mañana siguiente contó su sueño. Más de cien sapos lo escuchaban.
—Anoche fui árbol —dijo—, un álamo. Estaba cerca de unos paraísos. Tenía nidos. Tenía raíces hondas y muchos brazos como alas, pero no podía volar. Era un tronco delgado y alto que subía. Creí que caminaba, pero era el otoño llevándome las hojas. Creí que lloraba, pero era la lluvia. Siempre estaba en el mismo sitio, subiendo, con las raíces sedientas y profundas. No me gustó ser árbol.
El sapo se fue, llegó a la huerta y se quedó descansando debajo de una hoja de acelga. Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy río.
Al día siguiente contó su sueño. Más de doscientos sapos formaron rueda para oírlo.
—Fui río anoche —dijo—. A ambos lados, lejos, tenía las riberas. No podía escucharme. Iba llevando barcos. Los llevaba y los traía. Eran siempre los mismos pañuelos en el puerto. La misma prisa por partir, la misma prisa por llegar. Descubrí que los barcos llevan a los que se quedan. Descubrí también que el río es agua que está quieta, es la espuma que anda; y que el río está siempre callado, es un largo silencio que busca las orillas, la tierra, para descansar. Su música cabe en las manos de un niño; sube y baja por las espirales de un caracol. Fue una lástima. No vi una sola sirena; siempre vi peces, nada más que peces. No me gustó ser río.
Y el sapo se fue. Volvió a la huerta y descansó entre cuatro palitos que señalaban los límites del perejil. Esa tarde el sapo dijo:
—Esta noche voy a soñar que soy caballo.
Y al día siguiente contó su sueño. Más de trescientos sapos lo escucharon. Algunos vinieron desde muy lejos para oírlo.
—Fui caballo anoche —dijo—. Un hermoso caballo. Tenía riendas. Iba llevando un hombre que huía. Iba por un camino largo. Crucé un puente, un pantano; toda la pampa bajo el látigo. Oía latir el corazón del hombre que me castigaba. Bebí en un arroyo. Vi mis ojos de caballo en el agua. Me ataron a un poste. Después vi una estrella grande en el cielo; después el sol; después un pájaro se posó sobre mi lomo. No me gustó ser caballo.
Otra noche soñó que era viento. Y al día siguiente dijo:
—No me gustó ser viento.
Soñó que era luciérnaga, y dijo al día siguiente:
—No me gustó ser luciérnaga.
Después soñó que era nube, y dijo:
—No me gustó ser nube.
Una mañana los sapos lo vieron muy feliz a la orilla del agua…”
ACTIVIDAD NÚMERO 2
Elabora, en unas 10 líneas, un desenlace para el siguiente texto titulado: Ruidos y gorjeos
Hace siglos, cuando aún no existían los festivales de la canción, se celebraban como hoy festejos musicales. La costumbre de reunirse en un local cerrado para producir ruidos más o menos agradables comenzó a practicarla el género humano en los albores de la civilización. En la Edad de Piedra, sin ir más lejos, se celebró el Primer Festival de los Imitadores de Pájaros. La crónica de este suceso, publicada en la pared de una cueva por un periodista de la época, cuenta que el festival tuvo lugar en el poblado de Glup, que se alzaba en la costa mediterránea muy cerca del lugar que hoy ocupa Benidorm. La crónica sigue contando que al anfiteatro de Glup acudieron representantes de muchos países. Y el maestro de ceremonias, ataviado con piel de gala y garrote de respeto, inauguró el festival con estos versos: Cuando los pájaros cantan se alegra el corazón mío. Otorguemos un gran premio al que imite el pío-pío. Tosca cuarteta, en efecto, pero conmovedora si tenemos en cuenta que la poesía acababa de inventarse el verano anterior. El primero que subió al escenario para actuar fue
Monec, representante de una tribu nórdica, viejo y cegato, pero habilísimo imitador de aves.
–¡Pío, pío! –comenzó el anciano, torciendo su boca de singular forma para modular su gorjeo.
–¡Bravo, bravo! –gritó el auditorio, satisfechísimo–. ¡Más fuerte, que no se oye!
Monec hinchó las venas de su cuello y repitió su asombroso gorjeo. Parecía que nadie podría disputarle
el primer premio del festival, y una salva de aplausos le acompañó al bajar del escenario. Actuó después Sadko, un corpulento centroeuropeo que había necesitado las pieles de dos osos para cubrir
sus enormes desnudeces.
–¡Piripipí, parapapá…! ¡Piripipí, parapapá…! –cantó Sadko con voz dulcísima.
El público quedó perplejo ante la hermosura de su trino, y tributó al coloso una cálida ovación. ¡Jamás
el canto de los pájaros había sido imitado con tanta propiedad!
–¡Piripipí, parapapá…! –seguía trinando Sadko, seguro de su triunfo.
Pero en aquel momento, cuando nadie creía posible arrebatar el trofeo del festival al gigantón de la garganta privilegiada, la voz de otro participante resonó en el vasto anfiteatro:
–¡Melifluo y banal! ¡Así es tu gorjeo, Sadko! Los ojos de todos los presentes se volvieron hacia el
osado. Era Galo, miembro de una tribu nómada que pastoreaba en la zona que más tarde sería Francia.
–¿Cómo has dicho? –bramó Sadko, enrojeciendo de cólera.
–Tu gorjeo es pura farsa –insistió Galo–. No hay pájaros que digan «parapapá».
¡Cuán traidora es la fama! Minutos antes, el público del festival aplaudía frenético a Sadko. Después, las opiniones se dividieron. Por desgracia, unas manchas de humedad borraron en la cueva el resto de la crónica, y nunca podremos saber quién ganó aquel Primer Festival de los Imitadores
de Pájaros…”