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2- LA COMUNICACIÓN HUMANA

LA COMUNICACIÓN HUMANA

Comunicarse supone intercambiar conocimientos, sentimientos y vivencias entre las personas. El lenguaje verbal tan sólo es una de las maneras que tienen los seres humanos para hacerlo, aunque cualquier proceso en el que intervengan un emisor y un receptor, y se transmita un mensaje codificado a través de un canal en una situación o contexto determinados es un acto de comunicación.

                                                

En principio, pues, el lenguaje tiene la función primordial de intercambiar información (función referencial), pero sirve también a otros variados fines. Por ejemplo, para expresar emociones (f. emotiva), o para intentar influir en el receptor (f. conativa). En ocasiones, lo utilizamos para recrearnos en la belleza del propio lenguaje (f. poética), o incluso para comprobar simplemente que el canal está abierto (f. fática). En fin, otra posibilidad que se nos ofrece es la de hacer consideraciones sobre el mismo; hablaríamos entonces de f. metalingüística.

 

1- La comunicación oral

LA COMUNICACIÓN ORAL

A pesar de compartir una misma lengua, la lengua oral y la lengua escrita son dos códigos que obedecen a funciones diferentes y suelen utilizarse en situaciones distintas.

                                        

La principal diferencia entre ambas es que la primera tiene un carácter fundamentalmente espontáneo, mientras que la segunda ocurre en situaciones que permiten una mayor planificación. De ello se desprenden otras características como que la lengua oral es inmediata y llena de repeticiones, en cambio, la escrita es diferida y bien estructurada. Del mismo modo, en la oral se utilizan unas marcadas variedades dialectales y una sintaxis sencilla, y en la escrita dichas variedades se neutralizan, pero la sintaxis se complica, al tiempo que el léxico se convierte en mucho más preciso.

Por otro lado, la lengua oral posee unos recursos, como los gestos, miradas y tonos, que le son regularmente escatimados a la lengua escrita.

 

5b- El punto de vista narrativo

El autor de un texto narrativo tiene que plantearse de entrada desde qué punto de vista va a relatar la cadena de acontecimientos que constituirán el texto. Ha de decidir si será más adecuado presentar la materia narrativa desde fuera (narrador externo) o desde dentro  (narrador interno).

    

En el caso de que el narrador conozca presente, pasado y futuro de sus personajes, lo que dicen, hacen, piensan y sienten, se tratará de un narrador omnisciente. Este tipo de narrador externo es frecuente en las novelas de corte realista -como La Regenta de Clarín- y permite incluso que el narrador valore las actitudes de los personajes y desvele sus más íntimas motivaciones. En cambio, el narrador observador u objetivo no nos tamiza los hechos a través de su mirada, sino que tan sólo registra lo que sucede: lo que se hace y lo que se dice -vista y sonido, como si fuera una cámara-. De hecho, nuestra  comprensión de la vida se acerca mucho más a la aproximación que nos brinda dicho narrador, en la que el lector tiene que poner bastante de sí para interpretar lo que está sucediendo. En su novela El Jarama, Rafael Sánchez Ferlosio compone una ficción en la que el narrador se convierte en un notario que da fe de lo que se observa y oye. El narrador externo usará siempre la tercera persona del verbo.

 Según el grado de implicación, el narrador interno será testigo o protagonista. El narrador testigo empleará la tercera persona del verbo cuando narre acontecimientos en los que no participe directamente, mientras que utilizará la primera siempre que intervenga en la historia. El lector, para juzgar la veracidad del relato, habrá de tener en cuenta si el narrador explica lo que ha visto o lo que le han explicado otros,  si puede tener algún interés en tergiversar los hechos o si las informaciones de las que dispone son más o menos fidedignas. Similares precauciones deberá tomar el lector ante un narrador protagonista, ya que nos explicará los hechos según él los ha vivido, con toda la subjetividad que esto supone, y puede que intente dar una visión mejorada de sí mismo o que no sea capaz de ser absolutamente sincero porque desconozca sus propias motivaciones. Las novelas picarescas, el Lazarillo de Tormes entre ellas, son narraciones que se presentan como autobiográficas y en las que el narrador emplea, pues, la primera persona.

El autor decidirá, al iniciar la composición del texto, de qué grado de información debe disponer el lector: si ha de ser objetiva o subjetiva, si quiere darle la realidad interpretada o que la interprete el propio lector… Estas elecciones implicarán un punto de vista u otro.