a) El doble.
Con Murakami casi nada es lo que parece; todos sus personajes tienen dos caras, o más. Este autor plantea constantes viajes a las profundidades del ser humano, no sólo para conocerse a sí mismo y adquirir valores (como se ha analizado en los códigos epistémico y axiológico), sino para convertirse en “otro”. A sus personajes les gusta romper muros, traspasarlos, ir a la otra orilla y curiosear en lo desconocido; incluso llegar al mundo paralelo para impartir justicia, como ocurre en 1Q84. Después vuelven, por supuesto, siempre regresan a su realidad, pero lo hacen de otra manera, ya que se han convertido en personas distintas. Su idea es bucear constantemente en lo oscuro, en lo que permanece oculto. Es como si se empeñara en preguntar a sus lectores si son capaces de franquear esas fronteras, para añadir acto seguido que, si lo hacen, podrán encontrar entonces almas gemelas en cualquier parte. Es la permanente lucha entre la luz y las sombras, en palabras de Jung. Los lectores de Murakami deben atreverse a traspasar los límites a partir de los
cuales se sienten solos y desarmados; si consiguen atravesar el muro, se transformarán en otro, y por supuesto serán (y se sentirán) más libres. Aunque pueda parecer lo contrario, Murakami es un escritor optimista; sus personajes no dejan de huir de sí mismos, pero no lo hacen por miedo, sino para descubrir un mundo mejor.
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También existen varias transformaciones en Sputnik mi amor. El cambio esencial es el de Myû, aunque también lo hace Sumire después de conocerla. La joven desastrada y bohemia que quería ser escritora en las primeras páginas de la novela, se convierte en otra persona después de conocer a Myû. Cierto día, K se la encuentra sin maquillar, vestida con una blusa sin mangas, una minifalda y unas gafas de sol, y no la reconoce. No hacía ni tres semanas que se habían visto, pero la persona que tenía delante parecía de otro mundo. Sumire había dejado de fumar, vestía bien, llevaba los dos calcetines del mismo par, hablaba italiano, había aprendido a elegir el vino, a usar el ordenador, dormía por las noches y se levantaba por las mañanas. No, K no la reconocía de ninguna de las maneras; lo único que le faltaba era escribir, pero eso estaba a punto de producirse. La transformación de Myû es el punto clave de la historia. Al poco de conocer a Sumire le dice que lo que tiene delante no es su yo auténtico; catorce años atrás se había convertido en la mitad. Ese enigma sólo sirvió para que Sumire la admirara todavía más. En el último tercio de la novela, los lectores conocen lo que le ocurrió a Myû, ya que Sumire lo escribe en su ordenador, y páginas después K lo interpreta. “- No me acuerdo -dice Myû. Habla en voz baja, cubriéndose la cara con las manos-. Sólo sé que era horrible. Yo estaba ahí, mi otro yo allá, y él, Fernando, le hacía todo tipo de cosas a mi yo del otro lado” (p. 182). Más adelante, Myû reconoce que no era Fernando quien se lo hacía, pero que tampoco recuerda, exactamente, lo que había ocurrido en esos momentos. La interpretación de K es la siguiente. En el disquete del ordenador, había podido leer la narración escrita por Sumire de la extraña experiencia que había sufrido Myû catorce años atrás. Esa mujer se había quedado atrapada toda la noche en la noria de un parque de atracciones de una ciudad suiza y, desde allí, con unos anteojos, había visto a su segundo yo dentro de su habitación. Una Doppelgänger. La experiencia aniquila a Myû como ser humano (pone de manifiesto su destrucción). Utilizando sus palabras, está dividida en dos y un espejo se interpone entre ambas mitades.
b) El mundo híbrido
Durante el siglo XX se han borrado las fronteras entre el mundo natural y el sobrenatural, y ha surgido un mundo intermedio entre el mito clásico y el moderno. El ser humano no tiene que defenderse del terror primitivo ante un mundo terrible que lo amenazaba. Ahora empieza a entender lo que significa el cosmos impenetrable y ya no necesita utilizar la “red simbólica” de dioses y héroes que le permitían enfrentarse al “absolutismo de la naturaleza”. En la actualidad el peligro está en otra parte, como explica Kafka con la metamorfosis de Gregor Samsa en insecto o escarabajo, y en otros relatos. Kafka acierta a ver que los acontecimientos que son físicamente imposibles no pueden ser interpretados como intervenciones milagrosas del mundo sobrenatural, pues no existe ese dominio. Todas las categorías narrativas se generan dentro de este mundo de manera fortuita y espontánea; se ven gatos que parecen corderos e incluso se comportan como seres humanos; también hay objetos que tienen características tanto del mundo natural como del sobrenatural, muertos que conviven con vivos y monos que adquieren la sensibilidad del hombre
gracias a la educación y la cultura. Las condiciones en el mundo híbrido exigen olvidarse de la disyuntiva mundo natural/sobrenatural, para alumbrar un mundo intermedio, como el bello y terrible mundo que describe Juan Rulfo con sus fantasmas de Pedro Páramo, los personajes maravillosos de Cien años de soledad de García Márquez, el viaje mítico descrito por Fernando del Paso con el nuevo piloto de Eneas en Palinuro de México o los dos mundos de 1Q84 de Murakami.
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En Sputnik, mi amor, K podría ser el personaje principal de El castillo, de Kafka, incluso de El proceso, pero en manos de Murakami se convierte en un tipo nostálgico que jamás levantará la voz a nadie (aunque esté viendo cómo se comete una injusticia), y que tampoco será capaz de declarar su amor a la mujer que adora en secreto. K es un pelele en manos del destino y, sobre todo, de dos mujeres con mucha más personalidad que él, Sumire y Myû. Además, es un hombre que no se siente especialmente querido por nadie, incluyendo a sus alumnos. En ese sentido, también recuerda a un personaje de Kokoro, la novela de Sȏseki, donde un personaje llamado K muere en extrañas circunstancias.
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Como contraste, en Sputnik, mi amor, la confusión de nombres entre el satélite artificial soviético, lanzado al espacio en los años cincuenta, y la generación beatnik es una síntesis de lo que Murakami quiere mostrar al crear el mundo ficcional de la novela, con una serie de personas ficcionales que dan vueltas sin parar a lo único que puede hacerlos felices. A partir de entonces, Sumire empezará a llamar a Myû “Sputnik, mi amor”. Le gustaba la resonancia de esa palabra; le traía a la memoria la perra Laika, con el satélite rompiendo la oscuridad (la soledad) del espacio, y las pupilas del animal mirando al cosmos; esa idea resume una de las líneas básicas de la obra. Sumire necesita “salvarse” con la ayuda de Myû, pero al final tampoco lo logra, como le ocurre al extraño niño. ¿Por qué roba cosas que no necesita, sólo para llamar la atención de unos padres que están separados? Se entiende que las motivaciones de los personajes son humanas, incluso realistas, y poseen un sentido especial dentro de los mundos de ficción de su literatura. No es un problema de deseo sexual, o afectivo, sino de encontrar un pequeño lugar en el mundo, aunque sea del mundo de los sueños en una isla perdida.
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Por el contrario, el erotismo estalla en Sputnik, mi amor, una novela donde la pulsión erótica es esencial en el desarrollo de la trama. Todos los personajes se sienten atraídos por alguien; la atracción física es más importante, incluso, que la sentimental. Ahí reside el poder que atenaza a los personajes. K viaje a Grecia impulsado por el amor que siente por Sumire, que sigue a Myû con los ojos cerrados. Da igual que la empresaria hubiera ido a cualquier otra parte; la joven iría detrás de ella porque no es capaz de hacer otra cosa. Su problema es que Myû no puede sentir deseo por nadie (ni siquiera por ella) y Sumire comprende que su amor no va a ser consumado. Algo parecido es lo que le ocurre al narrador respecto de ella; se acuesta con otras mujeres porque la joven no muestra ningún interés por él. Es la forma más dura de demostrar la dependencia (y por tanto el poder) entre las personas. Esas mentalidades retorcidas también se observan en After Dark, donde la actitud del informático violador tiene que mucho ver con su particular visión del triunfo social. Es un sujeto con un trabajo aceptable (aunque deba trabajar por la noche), una familia que le espera en casa y cierto nivel intelectual, pero prefiere acostarse con prostitutas a las que maltrata si no acceden a sus caprichos. ¿Otra vez juntos el poder y el erotismo?
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En Sputnik, mi amor la conexión entre K y Sumire es la propia literatura, los textos que ella escribe en la isla del mar Egeo, donde se explica el extraño comportamiento de Myû. Esa “necesidad” de escribir que tiene Sumire desde las primeras páginas de la novela otorga sentido a los sucesos que se van produciendo como una cascada incontrolable. Por eso le habla K de las enormes puertas de las antiguas ciudades chinas, que compara con el esfuerzo de los escritores por escribir, en definitiva de ese “bautismo mágico” del escritor para llevar a cabo la conexión de “este mundo con el otro” (p. 22). Lo importante es que Sumire quiere ser escritora, pero no sabe dónde está la magia para conseguirlo. “Tengo la cabeza atiborrada de cosas que quiero escribir. Como un granero atestado de cualquier manera (…) Imágenes, escenas, retazos de palabras, Figuras humanas… Están llenos de vida dentro de mi cabeza, lanzando destellos cegadores. Y oigo cómo gritan: “¡Escribe!” Pienso que de ahí tendría que surgir una gran historia. Tengo la impresión de que van a conducirme a algún lugar nuevo. Pero, llegado el momento, cuando me siento frente a la mesa e intento traducirlos en palabras, me doy cuenta de que se pierde algo vital. El cuarzo no cristaliza, todo queda en pedruscos. Y yo no llego a ninguna parte” (p, 21). Después de la “gran” aventura de su vida a través de Europa y en la isla griega, Sumire podrá escribir textos, que luego se los dejará a K para que éste le dé su opinión, porque después de todo es maestro. Ya se podrá asegurar que la joven es escritora, porque por fin tendrá cosas que decir. Por eso cuando, hacia el final de la novela, K recibe la llamada de Sumire (real o soñada), ella insiste en que tiene muchas cosas que contarle. Le llama desde una cabina simbólica, tanto como la propia literatura de Murakami.
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También existen varias transformaciones en Sputnik mi amor. El cambio esencial es el de Myû, aunque también lo hace Sumire después de conocerla. La joven desastrada y bohemia que quería ser escritora en las primeras páginas de la novela, se convierte en otra persona después de conocer a Myû. Cierto día, K se la encuentra sin maquillar, vestida con una blusa sin mangas, una minifalda y unas gafas de sol, y no la reconoce. No hacía ni tres semanas que se habían visto, pero la persona que tenía delante parecía de otro mundo. Sumire había dejado de fumar, vestía bien, llevaba los dos calcetines del mismo par, hablaba italiano, había aprendido a elegir el vino, a usar el ordenador, dormía por las noches y se levantaba por las mañanas. No, K no la reconocía de ninguna de las maneras; lo único que le faltaba era escribir, pero eso estaba a punto de producirse. La transformación de Myû es el punto clave de la historia. Al poco de conocer a Sumire le dice que lo que tiene delante no es su yo auténtico; catorce años atrás se había convertido en la mitad. Ese enigma sólo sirvió para que Sumire la admirara todavía más. En el último tercio de la novela, los lectores conocen lo que le ocurrió a Myû, ya que Sumire lo escribe en su ordenador, y páginas después K lo interpreta. “- No me acuerdo -dice Myû. Habla en voz baja, cubriéndose la cara con las manos-. Sólo sé que era horrible. Yo estaba ahí, mi otro yo allá, y él, Fernando, le hacía todo tipo de cosas a mi yo del otro lado” (p. 182). Más adelante, Myû reconoce que no era Fernando quien se lo hacía, pero que tampoco recuerda, exactamente, lo que había ocurrido en esos momentos. La interpretación de K es la siguiente. En el disquete del ordenador, había podido leer la narración escrita por Sumire de la extraña experiencia que había sufrido Myû catorce años atrás. Esa mujer se había quedado atrapada toda la noche en la noria de un parque de atracciones de una ciudad suiza y, desde allí, con unos anteojos, había visto a su segundo yo dentro de su habitación. Una Doppelgänger. La experiencia aniquila a Myû como ser humano (pone de manifiesto su destrucción). Utilizando sus palabras, está dividida en dos y un espejo se interpone entre ambas mitades.
c) Murakami, autor postmoderno. Características de la Postmodernidad.
1.- La globalización
La imparable globalización tiene raíces económicas y financieras, y está “uniformando” la ideología, las costumbres, los gustos y la cultura de buena parte del mundo. Este proceso no tiene marcha atrás y afecta tanto al derrumbe de las fronteras entre los países, como a la libertad de los mercados de capitales, mercancías, servicios y trabajadores. Este pensamiento único se está convirtiendo en dominante desde la Segunda Guerra Mundial, con una economía capitalista convencida de que el mercado puede arreglar los problemas. El sistema capitalista cree que todo tiene un precio y los mercados se autorregulan sin mayores dificultades. Es como si se volviera, de nuevo, al viejo concepto de mano invisible de Adam Smith, con una oferta que crea su propiademanda. Lo peor es que el que permanece fuera del sistema queda automáticamente eliminado.
2.- El aislamiento de los individuos.
Después de considerar el fenómeno de la “mundialización” aplicada a todos los órdenes de la vida, debería pensarse que las personas cada vez se comunican más, pero no es así. Lo que se observa es que están aumentando los problemas del espíritu, con personas cada vez más solas, aisladas, dominadas por enfermedades que no sólo provienen del exterior, sino del interior de ellas mismas. Ahí puede radicar la explicación de que cada vez mueran más personas mayores en la soledad de sus apartamentos de las grandes ciudades como París, Londres, Madrid y, por supuesto, Tokio. Ciertas actitudes son fáciles de entender desde una óptica puramente económica que, en cualquier caso, no otorga la felicidad. Están aumentando las consultas a los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas, las sectas religiosas han resurgido de sus cenizas como en momentos similares y se producen atentados sobre personas inocentes que no han hecho daño a nadie y que suelen tener raíces aparentemente incompatibles de tipo económico y religioso. En tiempos así suele triunfar la literatura de la soledad y el desamor, la literatura del aislamiento, con personajes que buscan con desesperación que los quieran, los deseen, los escuchen sólo unos segundos que justifiquen su existencia. Unos personajes que están al borde del abismo, y que piden a gritos que alguien les eche una mano y les impida saltar para acabar con su sufrimiento. Ante una situación
de caos, tanto físico como psicológico, se necesita más que nunca una literatura que sirva para unir a los seres perdidos del planeta.
3.- Las historias con un final abierto. La novela no tiene por qué tener un final, ni malo ni bueno, porque la vida de cada uno tampoco lo tiene. El final es la muerte, por supuesto, pero nadie quiere pensar en ello. Es mejor creer que las cosas malas se van a solucionar, y que pueden recibirse ciertas enseñanzas del libro que se está leyendo. Lo importante es el camino que se recorre con el autor, alguien que permite al lector hacerse todo tipo de preguntas, aunque no tengan una clara respuesta. Es preciso asumir que es necesario confiar en los demás, en este caso en la magia de la literatura, y buscar un final para los problemas de espíritu. Cada lector puede encontrar un final adecuado, inventárselo, como una especie de proyección antropológica de su propio ser sobre la obra. Ese final abierto se relaciona con los espacios en blanco de la novela, tan esenciales como el “vacío del lienzo” y “el silencio en la música”. La imaginación del lector es básica para cerrar una historia o para dejarla abierta “como los autores de folletines, como los narradores orales que se callan de pronto y nos dejan esperando la prolongación de su historia, y me detengo aquí esta noche y termino con una sola palabra que me gustaría que fuera sobre todo una invitación. Continuará”
4.- El carácter especular del discurso narrativo.
El discurso narrativo está sometido en la actualidad a un juego especular caracterizado por la continua manipulación, en la obra de ficción, de las propias convenciones de la ficción, el uso y abuso de la metaficción, y de la transtextualidad (Aparicio, 2008: 273-286). Para Bajtín, la conciencia es esencialmente dialógica; la idea adquiere sentido al relacionarse con ideas ajenas. Las obras se convierten en polifonías textuales cuando, además de la suya, resuenan otras voces, otros lenguajes ajenos (ver Bajtín, 1986: 16-19 y 1989: 80-81). En la novela, sobre todo, el autor es consciente de que el mundo está saturado de palabras ajenas, entre las que tiene que lograr su propia palabra. La metaficción recuerda al lector que está ante una obra de ficción, y se trata de jugar con la relación entre la distinción tradicional de ficción y realidad.
5.- El dominio de lo “ecléctico”. Según Lyotard “el eclecticismo es el grado cero de la cultura general contemporánea”. Así, al mediodía comemos tranquilamente en un McDonalds, mientras que por la noche elegimos un plato de cocina local. A pesar de que vivamos en Tokio, nos perfumamos como en París, y oímos “reggae” o miramos un western (Lyotard, 1996: 16-18). Calvino llega a conclusiones similares (y también lo hará la literatura de Murakami, como se verá en seguida). Al lector se le pide su participación y se le asegura que si la lleva a cabo disfrutará realmente con el relato. Teniendo en cuenta que la novela ya había fagocitado muchos géneros literarios, “ahora reparte esas funciones entre la narración lírica, la narración filosófica, el pastiche fantástico o la crónica autobiográfica o de viajes. ¿Ya no existe la posibilidad de una obra que sea todas estas cosas a la vez?” (Calvino, 2006: 33). Un aspecto que no se debe olvidar es que el lector está condicionado por la cambiante información de los medios de comunicación. El recurso a las redes sociales es una consecuencia de ello. También influyen la cultura cinematográfica (el arte del siglo XX) y la realidad virtual que proporcionan los nuevos soportes técnicos, el marketing y la música pop -sobre todo, entre los jóvenes- conectada con todo tipo de músicas, desde la clásica a las de los países del Tercer Mundo.
6.- La nueva hiperrealidad.
La ficción ha estado confinada hasta hace poco en el restringido ámbito de la creación artística, pero ha terminado por contagiar la realidad cotidiana a través de la visión que de ella
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ofrecen los medios. Se vive dentro de la cultura del simulacro y la simulación; es la cultura del “remake” (en cine, teatro, arquitectura, pintura, literatura). El mapa ha cubierto el territorio (por utilizar la metáfora de Borges). Todo se virtualiza y puede resumirse en imágenes, con inversión de los papeles entre el sujeto y el objeto; ahora sería el objeto el que representa al sujeto. Aun así, debe admitirse que el arte ayuda a encontrar un sentido a la vida. Lo virtual lucha contra la mentira del poder utilizando otra mentira mejor; es un paso más en el camino del ser humano. A la hora de estudiar el cuerpo humano se ofrece un diagnóstico en tres dimensiones, y ya se habla incluso de telecirugía. En economía, los bancos se convierten en virtuales, como el dinero. Y en cuanto al texto, hay que referirse al hipertexto (un texto virtual) que se abre a través de enlaces. Los jóvenes y menos jóvenes navegan ya habitualmente con su “messenger” o lo hacen a través de “blogs”. Es una forma de huir del aislamiento y la soledad, aunque no se tarde en comprender que no es más que un medio y no un fin. Con el desarrollo de Internet y las nuevas tecnologías se pueden crear, literalmente, nuevos mundos que no necesitan de la materia prima del mundo real para que puedan existir, e incluso interactuar. Algunos ejemplos son las películas influidas por la literatura de Murakami, y las adaptaciones de sus obras, que siguen la estética de películas de los ochenta como Blade Runner, que para Lozano es el paradigma de la posmodernidad (Lozano, 2007: 13), con el eclecticismo entre cine negro y ciencia ficción, el pastiche temporal, la mezcla de razas e idiomas, y el mundo como realidad virtual, donde cada vez hay menos diferencias entre realidad y ficción.