Fermín
Igual que Ana se inscribe dentro de la tipología de la mujer insatisfecha, Fermín de Pas, el Magistral, se relaciona con un arquetipo literario muy frecuente en la literatura realista del siglo XIX: el sacerdote enamorado, tema que era una especie de subgénero dentro de la novela realista. Ejemplos de obras que contienen este arquetipo son Pepita Jiménez de Juan Valera, Tormento de Benito Pérez Galdós o Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, aunque parece inspirarse más en el sacerdote de La conquista de Pleassance, de Emile Zola.
La aportación de Clarín a este tema consiste en la configuración de un personaje redondo, humanamente complejo, lleno de matices. Su físico vigoroso se corresponde con su pasión dominante: la ambición, el ascenso social por medio de la carrera eclesiástica, que le permite acceder al mundo de los poderosos y conocer sus debilidades y miserias a través de la confesión. A inicio de la novela, Fermín es retratado en las alturas, oteando la ciudad y en especial el barrio de La Encimada. Como en toda obra naturalista, su temperamento se debe justificar por su genética, por su clase social y por el medio en que Fermín ha vivido.
Su ambición viene inculcada por su madre, doña Paula *, un personaje secundario, pero de gran importancia, hasta el punto que la historia de su vida se convierte en un relato independiente de la trama principal, tan importante como la de Ana. El poderoso magistral, ante su madre, se comporta como un niño sumiso; mantiene con ella una relación edípica de amor/ odio, en la que ella auspicia que tenga relaciones con su criada Teresa, siempre que no causen escándalo y que se limiten al sexo, sin amor. Pero cuando Fermín se enamora apasionadamente de Ana, doña Paula, llena de celos, la ve como una peligrosa rival y trata de librarle de esa obsesión.
Fermín, desde el inicio de la novela, está convencido de su superioridad sobre quienes le rodean, tanto sus acólitos, el obispo o los nobles de La encimada. De Pas es sacerdote contra su voluntad, de ahí que se avergüence de su sotana que le impide desarrollar su verdadero yo, su deseo de amar, que consuela ocasionalmente con las criadas que su madre le sitúa al lado de su alcoba. El fingimiento es su principal rasgo de carácter, partiendo del que le obliga a no consumar sus relaciones de afectividad plenamente.
Es consciente de sus defectos que le provocan remordimientos. Le obsesiona amasar poder, que obtiene con las confesiones del confesonario. Se siente resentido porque a su edad aún no es obispo. Es acusado de simonía, así como de beneficiar el negocio de objetos religiosos de su madre, que ha arruinado el negocio de Santos Barinaga y es culpable indirecta de su alcoholismo y su muerte.
Fermín no consigue provocar un aura de bondad, como era el caso del obispo; además, se ha ganado el odio del Arcediano y el Arcipreste debido a su afán por medrar. Su crueldad con las hijas de la familia Carraspique es también proverbial, así como consigue instigar con indirectas a Quintanar que mate a Mesía tras conocer su relación con Ana. Tampoco duda en arrojar a esta al suelo violentamente cuando acude a verle al confesonario al final de la novela.
Así, el personaje de Fermín está lleno de matices; es esclavo de una condición que él no eligió, pero su temperamento no es el de una víctima sino el de un verdugo.
* – Padre de Fermín. -Infancia de Fermín. -Estudios de Fermín. – Cargos eclesiásticos de Fermín. – Pasiones humanas de Fermín (Teresa y Petra).
Álvaro Mesía.
De los personajes principales, Álvaro Mesía es el menos interesante desde el punto de vista literario, ya que el autor está claramente en su contra: configurado con el molde de don Juan Tenorio, pero mostrado por el narrador omnisciente como un cobarde (el duelo abandonado hace años en compañía de Frígilis), se lo retrata como un fantoche sin ninguna riqueza interior, sin ningún sentimiento auténtico. No se entra en su interior, en su pasado, en las influencias que ha podido recibir para ser como es.
A diferencia de los habitantes de Vetusta, Álvaro es cosmopolita. Viaja no solo por España sino por Europa y conoce idiomas, aunque no destaca por su cultura. Álvaro es el presidente del casino y del Partido Liberal de Vetusta, aunque vive en connivencia con el Marqués de Vegallana, quien lidera el Partido conservador y le considera su mano derecha. El microcosmos político de Vetusta es por tanto un correlato de la España de la Restauración; las idas y venidas de Álvaro a Madrid, siempre cerca del poder, así lo confirman.
Álvaro es frío y calculador, tanto en su carrera política como en su comportamiento erótico; persigue el “cuarto de hora” en que cree toda mujer es vulnerable. No es para nada apasionado ni visceral como su modelo literario, aunque alardea de sus relaciones, como con la mujer del ministro que veraneaba cerca de Vetusta. Dosifica las conquistas porque se siente envejecer y teme que Ana se aperciba de su decadencia. Su seducción de Ana se basa en el fingimiento, haciénse pasar por un “sentimental disimulado”, contándole cosas “de novela perfumada”, a la vez que se asombra de la candidez de Ana, a quien no le importa prometerle un amor eterno mientras la engaña con Petra para asegurar el secreto y la huida de sus citas, pero distribuyéndolas con racanería.
El final de la novela lo retrata como un cobarde, pues había aceptado huir de Vetusta antes que batirse con Víctor Quintanar. La celebración del duelo y la muerte del marido burlado son atropelladas e imprevistas, no producto de la temeridad y el heroísmo.
Víctor Quintanar.
En la caracterización de Víctor Quintanar confluyen varios arquetipos literarios: el marido engañado, el viejo celoso… Como en el caso de Ana, su carácter parece enraízarse en una característica de índole sexual: la impotencia, agravada por su avanzada edad. Su relación con Ana es asexuada, paternal. De hecho, Quintanar sería lo que hoy llamamos un jubilado. Después de dejar la Magistratura en provincias, se decica a la caza, a su huerto y a diversas labores de ocio en compañía de su amigo Frígilis.
Sin embargo, Quintanar tiene debilidades con las criadas, con quienes practica el voyeurismo, además de algún acercamiento imprudente, pero que solo se queda en los inicios. Como no se atreve a compartir esas formas de sexualidad con su esposa, recurre a mujeres de rango inferior como es el caso de Petra.
Don Víctor se define por su pasión por el teatro del Siglo de Oro, del que ha aprendido la forma de defender el código del honor. Pero cuando llega el momento de matar a su esposa se revela incapaz de hacerlo, pues es incapaz de hacer daño a Ana. Ni siquiera se atreve a recriminarle nada, pues cree que un disgusto afectaría a su salud. Al final de la novela, por tanto, cobra una nobleza especial, a pesar de su muerte humillante con un disparo fortuito en la vejiga que hace pensar -avanzándose a las teorías freudianas que encuentran en la literatura símbolos del incosciente- en su masculinidad herida. Víctor, que no ha sido un ejemplo de marido, es capaz de reflexionar sobre la injusticia de que el adulterio solo se castigue cuando es una mujer quien lo comete. Pero sobre todo, se cuestiona qué derecho tenía él a casarse con una mujer como Ana, joven y con toda la vida por delante, a quien él no podía dar descendencia ni felicidad completa.
El tratamiento que el narrador da al personaje, el pasado del cual casi desconocemos, oscila entre la compasión y la ridiculización, especialmente al mostrarlo muy aficionado a los dramas de honor de los Siglos de Oro, protagonizados por maridos celosos que, para salvar su honra, mataban a sus esposas. Por eso el Magistral piensa que la reacción será acorde con su calderoniana obsesión por la honra: “¿Qué haría don Víctor? ¿De qué comedia antigua se acordaría para vengar su ultraje cumplidamente? ¿La mataría a ella primero? ¿Iría antes a buscarle a él?…” Así quedará más de manifiesto la endeblez del personaje cuando tenga que decidir su actuación tras conocer la infelidad de Ana.
El narrador, además, se sirve de la afición a la caza para presentarlo como un futuro cornudo: “… se paseaba por su despacho en mangas de camisa, con los tirantes bordados colgando: representaban, en colores vivos de seda fina, todos los accidentes de la caza de un ciervo fabuloso de cornamenta inverosímil.” Además, sobre don Víctor se ceba la ironía dramática: es él quien manifiesta varias veces que preferiríaque Ana tuviese un amante (antes desfilar descalza en Semana Santa, por ejemplo) e incluso bromea sobre si necesita algún amor furtivo durante el programa de actividades que Visita le preparó para su recuperación.