Uno de los elementos de modernidad de la novela de Clarín es el uso de símbolos profanos, que muchas veces parecen referencias freudianas a un erotismo subconsciente o reprimido.
a) El sapo. La parte instintiva y desagradable del amor, su desidealización.
I, 9. – Un sapo en cuclillas miraba a la Regenta encaramado en una raíz gruesa, que salía de la tierra como una garra. Lo tenía a un palmo de su vestido. Ana dio un grito, tuvo miedo. Se le figuró que aquel sapo había estado oyéndola pensar y se burlaba de sus ilusiones.
—¡Petra! ¡Petra!
La doncella no respondía. El sapo la miraba con una impertinencia que le daba asco y un pavor tonto.
I, 16. Aquellos versos, que ha querido hacer ridículos y vulgares, manchándolos con su baba, la necedad prosaica, pasándolos mil y mil veces por sus labios viscosos como vientre de sapo, sonaron en los oídos de Ana aquella noche como frase sublime de un amor inocente y puro que se entrega con la fe en el objeto amado, natural en todo gran amor. Ana, entonces, no pudo evitarlo, lloró, lloró, sintiendo por aquella Inés una compasión infinita.
II, 30.
Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.
b) La piel de tigre. Sensualidad sublimada.
I, 3. Dejó caer con negligencia su bata azul con encajes crema, y apareció blanca toda, como se la figuraba don Saturno poco antes de dormirse, pero mucho más hermosa que Bermúdez podía representársela. Después de abandonar todas las prendas que no habían de acompañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hundiendo los pies desnudos, pequeños y rollizos en la espesura de las manchas pardas.
c) Animales de connotación psicológica.
I,9 El único bicho que le era simpático a don Álvaro era un pavo real disecado por Frígilis y su amigo.— Solía acariciarle la pechuga, mientras Quintanar disertaba.
I, 13. Quería meterle a don Álvaro por los ojos, y después de la conversación de la tarde anterior con Mesía, no pensaba en otra cosa. Por la mañana había ido a casa de Quintanar, quien se paseaba por su despacho en mangas de camisa, con los tirantes bordados colgando: representaban, en colores vivos de seda fina, todos los accidentes de la caza de un ciervo fabuloso de cornamenta inverosímil.
d) Lugares.
- La torre desde el Magistral otea.
- Vetusta dividida en cronotopos. El barrio de la Encimada.
- El casino.
- Los rincones oscuros de la catedral.
I,14. Paco Vegallana, Obdulia, Visita y demás gente loca —había dicho el Arcipreste— se entretienen en cortar helechos, yerbas, ramas de árboles y arrojarlo todo al pozo, y cuando ya llega la hojarasca cerca de la boca… ¡zas! se tiran ellos dentro, primero uno, después otro y a veces dos o tres a un tiempo.
e) Símbolos fálicos.
I, 16.
Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre. Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño, la taza y la copa en que había tomado café y anís don Víctor, que ya estaba en el Casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le partía el alma; se le figuraba que eran símbolo del universo, que era así, ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además, pensaba en el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era también como aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno y que ya no podía servir para otro.
II, 21.
Don Fermín, risueño, mojaba un bizcocho en chocolate; Teresa acercaba el rostro al amo, separando el cuerpo de la mesa; abría la boca de labios finos y muy rojos, con gesto cómico sacaba más de lo preciso la lengua, húmeda y colorada; en ella depositaba el bizcocho don Fermín, con dientes de perlas lo partía la criada, y el señorito se comía la otra mitad.
Y así todas las mañanas.