(a partir de la Introducción de Mª Luisa Sotelo a su edición de Ed. Cátedra).
CRONOTOPO: espacio de la ficción que configura la psicología o la evolución de los personajes.
Luciérnagas, ambientada en Barcelona y con una cronología muy precisa, comienzos del verano de 1935 al 26 de enero de 1939, refleja la transformación personal y existencial de la adolescente Sol y los demás protagonistas de la historia, su hermano Eduardo y los amigos de éste, Chano y los hermanos Daniel, Pablo y Cristián, a la vez que se describe con exactitud la metamorfosis del espacio urbano que habitan. Sol pertenece a una familia burguesa del ensanche barcelonés que, tras el asesinato de su padre al comienzo de la contienda bélica, ve como todo su mundo –hasta entonces perfecto y feliz– se fractura y se descompone ante esa sensación nueva de inseguridad y miedo que se adhiere a su vida.
Estructurada en tres partes, Luciérnagas pertenece al subgénero de novela de aprendizaje, es decir, se corresponde con el esquema iniciático propio de la novela de formación o bildungsroman: tres fases –partida, iniciación y regreso. Este género nace en la modernidad con el Lazarillo de Tormes (1534), aunque en el Romanticismo lo popularizó el Wilhem Meister, de Goethe (1795). En el siglo XX, Retrato del artista adolescente, de James Joyce (1911). Otras novelas de A.M Matute son novelas de formación como Primera memoria (1959).
En este sentido la partida corresponde a los seis primeros capítulos (pp. 11-138), presentación de la protagonista y del espacio que habita, así como el estallido de la guerra y el asesinato de su padre, son sucesivas pruebas que marcan también el inicio simultáneo de una transformación vital y espacial; la segunda parte, más extensa, formada por nueve capítulos (pp.141-272), corresponde al período de iniciación y honda transformación psicológica de la protagonista en un largo peregrinaje por la ciudad bajo la continua amenaza de las bombas; y la tercera, mucho más breve, los tres últimos capítulos (pp.275-312), con el regreso de Sol a su casa, tras un largo periplo urbano que la ha llevado a vivir situaciones límite, como el descubrimiento de los barrios bajos, la muerte de los amigos, un trágico bombardeo, el hambre, la lucha por la supervivencia y el paso por la cárcel, en definitiva, un cúmulo de experiencias vitales que la han cambiado profundamente.
En el transcurso de este proceso iniciático Sol ha realizado un viaje doble –metafórico, hacia sí misma, y real, por diferentes barrios de la ciudad–, y el resultado es una honda transformación, que podría sintetizarse entre estos dos hitos, el comienzo del viaje iniciático de la adolescente, que abandona feliz e ignorante del porvenir el pensionado de Saint-Paul, el último curso antes de la contienda bélica: «Así, con dieciséis años inquietos, ignorantes, y un extraño acordeón de libros mal atados –en el que parecía empaquetar toda su infancia–, ojeando pensativamente su cuaderno escolar, le sorprendió el estallido de la guerra» (37), y el final, la joven convertida en mujer, que regresa a su casa tras la experiencia traumática de la guerra pero fortalecida por el descubrimiento del amor y la ilusión del hijo que espera. La transformación se ha consumado, la diferencia entre la protagonista de la partida y la del regreso es evidente, ahora Sol Roda es plenamente consciente de que ya nada volverá a ser como antes, por ello ante las palabras de su madre que se aferra al pasado como tabla de naufrago:
Con un evidente sustrato autobiográfico Ana Mª Matute traza una visión de la ciudad de Barcelona sumida en el caos, el hambre y la miseria, teñida de sangre y venganzas. La ciudad, los diferentes escenarios urbanos, que son también escenarios de la memoria de la narradora, Pedralbes, el Ensanche, la calle Muntaner, la plaza Universidad, el barrio gótico, la Vía Layetana, la Barceloneta desembocando en el mar, las laderas del Tibidabo, sembradas de barracas de refugiados con la ciudad a sus pies, son junto a la reflexión sobre el paso del tiempo y la evocación de la infancia feliz, truncada por los sucesos bélicos, los verdaderos motivos temáticos que se imponen con extraordinaria fuerza poética a los ojos y la sensibilidad del lector.
1.- LA PARTIDA.
El confortable espacio doméstico, verdadero refugio de su familia y de María, se transforma radicalmente ante la necesidad de sobrevivir tras el asesinato del padre de Sol. A partir de este suceso crucial que trastorna la vida de la protagonista se inicia un doloroso proceso de maduración psicológica.
La protagonista tiene que adaptarse a la nueva situación, y el espacio se revelará decisivo en su personal toma de conciencia, pues la narradora evidenciará a través de la descripción de los continuos registros del domicilio familiar, la pérdida de intimidad y del status de privilegio de su clase social, que ahora es expoliada:
La ventana, como todas las de la casa, estaba abierta de par en par, en cumplimiento de una orden de la Comisaría de orden Público para impedir se disparase desde dentro.
El espacio familiar funciona, pues, como cronotopo, pues espacio y tiempo están fundidos en una continuidad indisoluble, como escenario de la progresiva destrucción tanto del espacio urbano como del doméstico y familiar:
Dos veces aún, después de aquella noche en que se llevaron a su padre, llegaron patrullas de hombres y registraron el piso. Irrumpían con violencia y golpeaban los muebles con la culata de los fusiles (44).
Este espacio familiar, poblado de objetos y recuerdos, va a ser borrado sin compasión por las patrullas de registro o simplemente la familia tendrá que deshacerse de los objetos de más valor para poder sobrevivir a la amenaza del hambre mientras contempla impotente cómo se instalan unas milicianas en su propia casa:
Su madre vendió lámparas de cristal y bronce. Los objetos de metal codiciado desaparecieron –entre registros y ventas, los cuadros y objetos de adorno desaparecieron–, el suelo rayado por los clavos de las botas y los bayonetazos de los milicianos, la desolación material, en fin, era aún soportable (53).
Y si todas estas pérdidas materiales son dolorosamente soportables no lo será el hambre, que se vuelve cada vez más acuciante y es el móvil fundamental en la transformación del espacio. Esa sensación hasta entonces desconocida para la familia acomodada de la protagonista, trae consigo otra transformación del espacio urbano con la presencia de las colas de racionamiento, que obligan a Sol a permanecer «largas horas en las calles para lograr un panecillo o un trozo de jabón, en lucha angustiosa, desmesurada para ir existiendo ».
Todas estas carencias agudizan el ingenio de Eduardo, el hermano de Sol, pues mientras ésta trabaja en la Academia de su antiguo profesor Ramón Boloix, él contempla «la ciudad con extraña avidez» y decide asociarse a una pandilla de muchachos, Chano, un pillete, que vive de sus hurtos en una barraca en las laderas del Tibidabo y Daniel, que tiene dos hermanos mayores, Pablo, joven anarquista, y Cristián, opuesto a Pablo en ideas pero que siempre ha dependido de él. Una vez formado el grupo, Sol acompaña a su hermano en un peregrinaje urbano, que le permite descubrir otros barrios de la ciudad, hasta entonces totalmente ignorados–
La segunda experiencia decisiva será la visita también junto a su hermano Eduardo a las barracas-refugio en las afueras de la ciudad, donde éste se reúne con sus amigos de correrías y hurtos: «La llevó ciudad arriba, hacia el Tibidabo. En una de esas barracas guardaban el botín de sus correrías y vivía Chano, verdadero pilluelo sin familia y sin afectos. La simbiosis entre el espacio y este personaje es absoluta. El pobre muchacho vive en condiciones infrahumanas, como un animal, al margen de la ciudad, en un espacio miserable, construido por el mismo a base de detritus urbanos.
Y en ese desolado paisaje urbano surgen nuevos espacios que definen la nueva posición social y espiritual de Sol, como el comedor del auxilio social, resultado de la forzosa transformación de un antiguo restaurante: «El comedor al que acudía era un antiguo restaurante de la calle Muntaner. Las vidrieras y los espejos estaban materialmente cubiertos de carteles…» (129). Este nuevo espacio de supervivencia es un símbolo de la imparable transformación urbana que se ha operado en esta primera parte de la novela. De aquella ciudad soñada y construida por Sol con cuadernos en su pupitre escolar no queda ya nada. La ciudad se ha degradado bajo los constantes bombardeos. Ha enmudecido ante el forzoso desalojo de sus habitantes, que como topos se esconden ahora en los refugios subterráneos.
Además, en Luciérnagas, el movimiento de Sol por Barcelona refleja sus movimientos sociales de caída (pérdida del status económico burgués) y de imposible ascenso, pues aunque vuelva a la zona alta a final de la 2ª parte, esta estará destruida y no podrá volver a ser lugar de refugio.
2.- CULMINACIÓN INICIÁTICA.
En el proceso iniciático de Sol el descubrimiento de la vida mísera de los amigos de su hermano ha resultado decisivo. Cuando acude a casa de la familia Barrero, en la zona baja de Barcelona (al lado de la Vía Laietana), presencia la muerte de Daniel y el posterior bombardeo que destruye prácticamente la casa y la zona en la que vive junto a su padre. En esta segunda parte la visión de la ciudad de Barcelona, ya en plena guerra, es realmente apocalíptica, y coincide con la salida de Sol de su domicilio familiar y su encuentro decisivo con Cristián, con quien emprenderá un nuevo destino.
Esta destrucción de la humilde buhardilla en los alrededores de la vía Layetana por efecto de los continuos bombardeos es una experiencia traumática que Sol vive lejos de su hogar y que resulta determinante en que adquiera una actitud de rebeldía ante la injusticia social y la pobreza, que era mucho más evidente en determinadas zonas de la ciudad.
Otra constante en el tratamiento espacial de la novela es que, aunque se describen diversos espacios interiores, nunca se pierde la referencia al espacio exterior, urbano, de manera que la ciudad, no es sólo escenario sino protagonista del relato: «Desde las ventanas de la buhardilla se veía la aglomeración gris y rojiza de las azoteas y el humo, la ropa tendida y los palomares» (168-9), una aparente normalidad que iba a ser repentinamente destruida por los bombardeos.
Y tras los continuos bombardeos, el desescombro que deja al descubierto retazos de vida, recuerdos que sobreviven como por milagro, como el cuadro que colgaba todavía de una pared semi destruida. A partir de este momento, con la destrucción total del espacio familiar de la buhardilla y el suicidio de Pablo, tras resultar gravemente herido en el bombardeo, Sol acompañada de Cristián –el único superviviente de los tres hermanos–, inicia el ascenso de nuevo hacia la parte alta de la ciudad, donde se refugiaran en una torre incautada a sus dueños por Pablo:
A medida que ascienden hacia Sarriá, Sol se siente mucho más identificada con aquella parte de la ciudad, que había sido el escenario de su infancia feliz antes de la guerra. Al contemplar la ciudad destruida y la miseria de las gentes, vuelven sobre ella con nitidez los recuerdos de la ciudad feliz de su infancia. Como en un fundido cinematográfico la mirada presente y la memoria del pasado se proyectan unidas:
A medida que ascendían Sol se familiarizaba con las calles y las anchas avenidas que le eran habituales, con sus árboles mutilados para hacer leña. No tardarían mucho en bajar de la montaña grupos de gente con brazadas de rama. El Tibidabo, alto y gris, recortaba su joroba grande, oscura, en la mañana. No parecía la misma montaña que viera de niña, desde los balcones de su casa […]
En este momento decisivo de la trama argumental cobra verdadero sentido el metafórico título y leiv-motif de la novela, Luciérnagas. Sol y Cristián son como dos «luciérnagas, barcos errantes en la noche» (252), que caminan unidos por el sufrimiento y la experiencia de la guerra como «criaturas errantes, dando tumbos, chocando contra los muros, la cabeza encendida, luciérnagas» (261).
3.- EL REGRESO.
La tercera parte, el regreso de Sol a su casa se produce después convivir con Cristián durante algún tiempo en la torre de Sarria, donde serán detenidos y llevados a la cárcel Modelo en la calle Entenza. Después de varios días en la cárcel Sol recupera la libertad y deambula por la ciudad en busca del mar en un nuevo intento por recuperar el espacio urbano de su infancia:
Miró turbadamente en derredor y reconoció la Vía Layetana. «Allá abajo está el mar», y un deseo de ir hacia él la llenó, vivificándola, como si la vista del mar de su infancia, de un tiempo lejano, fuese a devolverle aquella niña que no murió ni estaba en ninguna parte[1]. Como en sueños. (…) Sin saber cómo se encontró en la Barceloneta, entre paredes sucias o arruinadas, mujerucas trasegando extraños bultos, chiquillos que hurgaban en los escombros buscando tesoros inexistentes y luego, por fin el mar (275).
El cambio de la ciudad refleja por tanto el crecimiento de Sol a través de la experiencia de la pérdida y la tragedia. La protagonista se siente ya inevitablemente ligada a aquellos espacios para siempre. Una ciudad extenuada, moribunda como muchos de sus habitantes cedía finalmente ante el cerco de los continuos bombardeos. Sol, mientras asciende hacia calles que le resultan mucho más familiares, percibe esa mezcla de miedo y esperanza, que late en el ambiente urbano como expresión de las diferentes expectativas de los dos bandos contendientes:
Sol se alejó, con paso lento. Sus pies la conducían ciudad arriba, ciudad arriba, y buscarían, aunque ella no lo hubiese querido, sus calles familiares, sus árboles, su infancia. En algunas plazas se amontonaban papeles, libros, oficios medio quemados…..Una gran náusea la sacudió, desde lo más profundo de su ser, como si partiese del centro mismo de su vida. (278-279).
Y ya sólo queda la visión final de la ciudad sometida, silenciosa, vencida y casi desierta, que parece . Sol en una última imagen contempla el espolio de lo poco que ha resistido a la destrucción sistemática de los insistentes bombardeos:
En la calle Muntaner vio un grupo que avanzaba arrastrando sacos y cajones […] Cerca de la Plaza de Adriano, en lo que antes fue un garaje, convertido ahora en almacén una turba violenta y silenciosa se apiñaba, saqueándolo. Los aviones volaban cada vez más bajos […] En las calles grises, abandonadas bajo el débil sol de invierno, los golpes tenían un eco blando y la brutalidad parecía atenuada por el silencio. El día, apenas dorado, se extinguía en la noche que se acercaba, un viento suave….Sol vio un grupo de chiquillos descalzos, astrosos y renegridos, provistos de largos ganchos. Todo era un destripar escombros, un febril hurgar entre la podredumbre y la miseria, en busca de lo que fuese (296).