Entramos ahora en la última fase del Quijote, muy distinta de las anteriores. Recordemos que en su primera salida don Quijote no tan sólo desfiguraba la realidad sino que desdoblaba su personalidad de un modo que no volverá a aparecer en la novela; que en su segunda salida, sólo desfigura la realidad, y cuantos le rodean, Sancho en primer lugar, le quieren sacar de su error; y en la tercera salida, hasta ahora, los que rodean a don Quijote, como Sancho y los Duques, se han encargado de engañarle desfigurándole la realidad cuando precisamente la ve tal como es. Don Quijote había salido de su aldea en busca de aventuras, de maravillas y de ocasiones propicias para realizar hazañas e imponer la justicia en el mundo. En la Mancha no ocurre absolutamente nada extraordinario: todo es vulgar, normal, anodino y rutinario, y don Quijote lo sublima y lo idealiza al estilo caballeresco. Cuando va hacia Aragón, donde está situado el palacio de los Duques, todo sigue siendo igual y el ambiente continúa no apropiado a la aventura; pero el ingenio o la malicia de los que circundan a don Quijote lo transforma en un mundo caballeresco y fantástico. Don Quijote va en busca de la aventura: primero se la crea él mismo en la Mancha y luego se la crean los demás en Aragón; pero donde ha de encontrarla de veras es en Cataluña. (Martín de Riquer, Aproximación al Quijote).
a) Con Roque Guinart.
Todo este capítulo se llena con la figura del bandolero catalán, hombre de acción, valiente, noble, justiciero a lo romántico y jefe con excepcionales dotes de mando. En todo el episodio el lector advierte, con cierta pena y con desilusión, que don Quijote se eclipsa, se apaga y se transforma en un mero espectador. Las pocas palabras que en este trance pronuncia don Quijote suenan a falso y a arcaico, al lado de la viril eficacia de las de Roque Guinart. DQ asiste a la muerte de dos personas mientras recoge la simpatía generosa del bandolero.
La aparición de Roque Guinart en las páginas del Quijote es algo insólito en la novela. En ella todos los personajes son imaginarios y producto de la fantasía y el arte de Cervantes; y aunque ya vimos que los Duques, por ejemplo, parecen inspirados en los de Villahermosa, el novelista se guarda muy bien de afirmar que lo sean, pues éstos pueden ser los «modelos» de aquéllos, pero no hay identidad entre unos y otros. Roque Guinart en cambio es un personaje rigurosamente histórico y contemporáneo no tan sólo a los sucesos que se narran en el Quijote sino al momento en que Cervantes está escribiendo.
b) Con Antonio Moreno. La cabeza encantada y el lance naval contra un navío turco.
Un caballero barcelonés, don Antonio Moreno, amigo de Roque Guinart, los acoge con gran afecto, y celebra en su casa una fiesta en honor de don Quijote, en la cual se exhibe a todos los asistentes una maravillosa cabeza de bronce, sostenida por un pie de jaspe, que posee la sorprendente y mágica virtud de responder atinadamente a cuanto se le pregunta. La cabeza da respuestas ingeniosas o ambiguas a algunas preguntas que se le hacen y a don Quijote y a Sancho contesta vagamente sobre la cueva de Montesinos, el desencanto de Dulcinea y las posibilidades de un nuevo gobierno. Cervantes se apresura a aclarar que tal cabeza estaba montada sobre un tubo que comunicaba con un aposento del piso inferior, donde se situaba un sobrino de don Antonio Moreno que desde allí oía las preguntas y daba las respuestas. Pero obsérvese que este ardid mecánico se ofrece como algo mágico no tan sólo a don Quijote y a Sancho sino también a todos los demás concurrentes a la fiesta, que ignoran el artificio; hasta tal punto que el rumor de tal prodigio se extendió por Barcelona y los inquisidores ordenaron al propietario de la cabeza que la destruyese.
Don Antonio Moreno y sus amigos llevan a don Quijote y a Sancho a visitar una galera. Cervantes, buen conocedor de la vida del mar, describe con gran precisión y con los términos técnicos apropiados las maniobras de la marinería. Cuando la chusma deja caer con gran estrépito la entena, advertimos algo inesperado e insólito en el protagonista de la novela: «No las tuvo todas consigo don Quijote; que también se estremeció y encogió de hombros y perdió la color del rostro» (II, 63). Es evidente que don Quijote, tan valiente siempre, ahora tiene miedo. Súbitamente desde el castillo de Montjuich se hacen señas de alarma: un bergantín turco se halla próximo a la costa, y la galera en que se encuentran como visitantes don Quijote y Sancho, junto con otras tres, se hace a la mar en su captura.
Los turcos disparan sus escopetas y matan a dos soldados españoles. Es la primera vez en la vida que don Quijote oye disparos bélicos y que ve caer a su lado a combatientes. Pero desde que el vigía de Montjuich ha dado la señal de alarma hasta que acaba el episodio y el capítulo con él, el nombre de don Quijote ha estado totalmente ausente de las páginas de la novela, ahora, precisamente, que la realidad le ofrecía la aventura más hermosa y más acomodada a lo que tantas veces había leído en los libros de caballerías.
Desde que ha entrado en contacto con Roque Guinart don Quijote ha perdido volumen. Al lado del bandolero queda relegado al plano de un comparsa, pues por vez primera ha topado con un aventurero de veras, no moldeado sobre libros de caballerías sino arrancado de la vida española contemporánea, con su mismo nombre, edad y aspecto físico. En el combate naval se ha esfuminado hasta borrarse de las páginas de la novela. Ahora, en estos capítulos catalanes, don Quijote ni tan sólo hace gracia con sus locuras. Y es que el final de don Quijote está muy próximo.
c) Derrota de DQ en la playa de Barcelona.
Dos días después del combate naval llega a Barcelona un caballero armado de punta en blanco y en cuyo escudo estaba pintada una resplandeciente luna, el cual encuentra a don Quijote en la playa y lo reta a singular combate si no quiere confesar que su dama, sea quien fuere, es mucho más hermosa que Dulcinea del Toboso. El recién llegado, que dice ser el Caballero de la Blanca Luna, insiste en dar allí mismo la batalla, ante el virrey de Cataluña, don Antonio Moreno y un grupo de curiosos que ha acudido a presenciar el combate. Éste es muy rápido y se narra en pocas líneas: don Quijote y Rocinante ruedan por la arena, y el Caballero de la Blanca Luna pone la lanza sobre la visera del vencido y le anuncia que va a morir si no confiesa las condiciones del desafío. Don Quijote, con voz débil, como si hablara dentro de una tumba, pronuncia estas impresionantes palabras: «Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra» (II, 74). Un detalle que podría pasar inadvertido da dramatismo y autenticidad a estas palabras: la ausencia de arcaísmos, que en otras ocasiones tanto prodiga don Quijote en su hablar caballeresco. No ha dicho «fermosa», «cautivo», «aquesta», sino «hermosa», «desdichado», «esta». En este tan doloroso trance, el más lastimoso y triste de su vida, don Quijote se ha quitado la máscara del lenguaje libresco y ha hablado con verdad.