En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien —si es que este título se puede dar al que es pobre—, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero3. Decíale entre otras cosas don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esas pajas, alguna ínsula4, y le dejase a él por gobernador5 de ella. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza6, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer y hijos y asentó por escudero de su vecino.
Si bien el verdadero protagonista de las dos partes de DQ es el hidalgo Alonso Quijano, junto a él destaca la figura de su escudero Sancho Panza. Después de la primera salida que había realizado el hidalgo en solitario, Sancho se convierte en su escudero y lo acompaña hasta el final, aunque se separen en algunos capítulos en la II parte. Su presencia se justifica por ser un elemento necesario en la caracterización de los caballeros andantes. personaje de Sancho Panza se construye por contraste, físico y psicológico, con el de don Quijote[1]. Sancho responde al tipo del labrador inculto (no sabe leer ni escribir), pero de ingenio despierto y con un sentido común a flor de piel. Por su simplicidad e ingenuidad entronca con el bobo o pastor rústico del teatro, pero no es un necio; al contrario, es un personaje que rebosa sabiduría popular y que sabe ser discreto, como lo demuestra con creces su gobierno de la ínsula Barataria. No ha recibido una educación escolar, pero tiene el conocimiento natural de las cosas, que expresa fundamentalmente a través de los refranes.
Cervantes apenas se preocupó de describir a Sancho físicamente; se limitó a decir de manera un poco burlona que tenía «la barriga grande, el talle corto y las zancas largas». De las pocas descripciones que nos da, podemos deducir que tiene un comportamiento pacífico, que era bebedor, glotón, perezoso e interesado. El escudero es una mezcla de ingenuidad y picardía, lo que le da verosimilitud y originalidad al personaje. Sancho es un hombre realista y práctico que seguirá fielmente a su amo, a pesar de que no entiende sus idealismos; más bien, obra por interés, debido a la promesa de recibir una ínsula en pago a sus servicios.
Pero Sancho es un personaje poliédrico; mientras trata de disuadir a su amo para que no se meta en complicaciones ni reciba daños, sí manifiesta de forma esporádica (cuando hay posibilidad de beneficio propio) la creencia en las leyes de la caballería.
En la primera parte su rol es el de personaje acompañante de don Quijote, servicial e interesado a la vez. No es normal que adquiera protagonismo en solitario, excepto en la embajada a Dulcinea. En la segunda parte, adquiere más importancia e incluso protagoniza muchos episodios, como el del gobierno de la ínsula Barataria, en que parece encarnar una defensa de la sabiduría de la gente llana. Se acentúa también su proceso de quijotización, pues varias veces es él quien insiste a su amo en que este se inmiscuya en aventuras. Además, en esta segunda parte, DQ percibe bien la realidad y es a veces Sancho quien le hace creer en fenómenos propios de las novelas de caballerías.
El rasgo más definitorio de su habla es el continuado empleo de refranes. El refranero representa el bagaje cultural popular acumulado a través de los siglos. Tradicionalmente, el refrán es el lexicón de sabiduría popular de la gente analfabeta. Sancho es reflejo literario de esa costumbre, y a lo largo de la obra presentará multitud de dichos populares que la ejemplificarán.
Otro rasgo del habla de Sancho son las incorrecciones que comete al hablar debido a su poca formación cultural, aunque este rasgo, que tiene una finalidad cómica, se va suavizando a lo largo de la obra “Cide Hamete Berenjena”.
La comicidad es el resultado del contraste dialéctico entre DQ y su escudero. Los enfrentamientos dialécticos con su amo son proverbiales, hasta el punto en que DQ le impone el castigo del silencio que Sancho lleva muy mal. En la II parte,
Sancho Panza se presenta, por tanto, como un personaje simple, ingenuo y crédulo. No obstante, la crítica romántica le atribuyó un carácter definitorio del materialismo humano, enfrentado al idealismo que encarna su amo.