A partir de 1850, se advierte en Europa un alejamiento paulatino de las formas de vida y de la mentalidad dominantes en la época romántica; los privilegios de la nobleza son cuestionados y emerge la clase social del proletariado. Los sueños y la angustia vital de los románticos serán sustituidos por programas concretos de acción y por un examen crítico de los problemas de la sociedad con vistas a encontrar soluciones concretas.
En LR, el tiempo interno narrativo se indica de manera bastante genérica a través del paso de las estaciones, con los consiguientes cambios metereológicos, que afectan los hábitos de vida y el estado de ánimo de los vetustenses. Igualmente, se marca el paso del tiempo a través de las celebraciones religiosas (Todos los Santos, Navidad, Cuaresma, Semana Santa…), que inciden en los acontecimientos de la trama argumental. Con estas imprecisas indicaciones del paso del tiempo, situadas en un desarrollo argumental en tempo lento, se acentúa la sensación de monotonía, de ausencia de cambios en la repetitiva existencia de los vetustenses, que es, precisamente, lo que se quiere resaltar para criticarlo. De esta manera, el lector apenas se da cuenta del paso del tiempo novelesco y casi no percibe que los quince capítulos de la primera parte pasan en tres días, mientras que los quince de la segunda transcurren en casi tres años.
El tiempo externo (la cronología real en la que se ubica la acción) es poco preciso. Las referencias a hechos históricos, situados entre 1859 y 1880, no son exactas y a menudo resultan contradictorias. Y es que Clarín no tiene demasiado interés en encajar la ficción novelesca en una cronología histórica precisa; su intención es mostrarnos una ciudad aislada, ensimismada, alejada de los cambios que se están produciendo en el mundo.
En Vetusta conviven las huellas del Antiguo régimen con las de la Revolución liberal de 1868 y su breve I República, en la forma de la recién inaugurada Restauración, pues la trama de LR parece situada en su apogeo. La sociedad de Vetusta está lastrada por la connivencia entre una aristocracia que se aferra a sus viejos privilegios de clase, la burguesía ascendente de La colonia, con el personaje de Frutos Redondo, y una Iglesia que es omnipresente en la vida cotidiana. La rutina del confesonario y los actos religiosos (la onomástica de San Francisco, los días de Todos los Santos, la misa del gallo y la procesión de Viernes Santo) marcan el ritmo de la ciudad.
El poder político sigue en manos de la nobleza; se lo reparten el marqués de Vegallana (jefe del Partido Conservador) y Álvaro Mesía (que además de donjuán de Vetusta es presidente del Casino y jefe del Partido liberal. Ambos caciques han establecido una red corrupta de favores muy beneficiosa para ambos; de hecho, el primero considera al segundo “su mano derecha”. La Vetusta noble es “un fondo de rencores y envidias”. Aquí, el marqués de Vegallana es la figura preponderante, a pesar de tener hijos bastardos desperdigados por la ciudad. Usa su coche de caballos para “llevar y traer electores unas veces y otras para cazar en terreno vedado”. La marquesa, doña Rufina, intenta disimular su vejez y presume de ser una libertina dejando a los jóvenes que jugueteen libremente por las alcobas de su caserón; en cambio, le da la espalda a Ana cuando se entera de su adulterio. Su hijo, Paco, admirador y confidente de Mesía, frecuenta prostitutas y criadas e intenta incluso seducir a su prima. Visita la del Banco, con fama de gorrona y celestina, junto a la viuda Obdulia Fandiño, popular por su conducta desinhibida y sus escarceos eróticos, complementan el círculo de la nobleza de Vetusta.
La burguesía se ha instalado definitivamente como clase social dominante, con una clara tendencia hacia posiciones conservadoras y una mentalidad pragmática. Se concentra en el reciente barrio de La colonia, de construcciones recientes y calles rectas. Un personaje como Frutos Redondo, un “americano deseado” que había vuelto de Matanzas cargado de millones, pero que también destaca por su poco conocimiento cultural, pues su presencia en el teatro es un puro deseo de apariencia, y además se destaca en él lo poco que ha leído. “Dispuesto a edificar el mejor chalet de Vetusta, y a casarse con la mujer más guapa de Vetusta.” “Vio a Anita, que le dijeron que era la hermosura del pueblo (…). Le dijeron que no bastaban sus onzas para conquistarla y entonces se enamoró mucho más“.
De este modo, Clarín realiza una crítica al inmovilismo de la aristocracia española, así como a la corrupción y aprovechamiento de los partidos dinásticos de la Restauración.