Después de ver la coloquial presentación de LR de Javier Ruescas… y Protagonistas femeninas en la novela del s. XIX.
Notas de la académica Carme Riera el 9.3.2015 en el salón de actos de la Real Academia Española, con motivo de la sesión de «Cómicos de la Lengua», dedicada a La Regenta de Leopoldo Alas «Clarín».
BIOGRAFÍA MÍNIMA DE CLARÍN.
La Regenta es la primera novela y sin duda la mejor de su autor, el catedrático, articulista, crítico literario y cuentista reconocido, Leopoldo García Alas que, desde que comenzó a escribir en la revista satírica El Solfeo en 1875, firmó sus escritos con el seudónimo de «Clarín». Pese a haber nacido en Zamora en 1852, de donde su padre había sido nombrado gobernador civil, y pasar la infancia fuera de la tierra de los suyos, D. Leopoldo se sintió siempre asturiano. Cuando él contaba trece años su familia regresó a Oviedo, donde acabó el bachillerato y se licenció en Derecho. A Oviedo habría de volver, tras sus estancias, primero en Madrid, donde cursa el doctorado y colabora en diversas publicaciones satíricas, y más tarde en Zaragoza, donde obtiene una cátedra. Finalmente, consigue trasladar esa cátedra a Oviedo e instalarse definitivamente allí.
VETUSTA/OVIEDO.
Su ciudad tendrá una gran importancia en su vida y en su obra, de tal manera que para algunos no es Ana Ozores, la protagonista de su novela, sino Oviedo, enmascarado tras el nombre de Vetusta, ya que supone bastante más que ser el espacio primordial en el que transcurre la acción. Constituye un amplio friso poblado por un sin fin de personajes de todas las clases sociales. Desde el inicio ese protagonismo de la ciudad queda patente, igual que la ironía del autor, unas veces perentoria, otras más soterrada, cuya novela comienza con estas palabras: «La heroica ciudad dormía la siesta», frase que muestra ya de entrada a Vetusta en actitud poco apropiada para su condición heroica.
COMPOSICIÓN DE LR
La Regenta, según asegura el propio Alas, fue escrita en un lapso de tiempo relativamente breve, empezada en otoño de 1883 y terminada en la primavera de 1885, pero pensada y estructurada en la cabeza durante largos años, tal vez mientras escribía artículos sobre el quehacer de otros novelistas o reflexionaba sobre el género novelístico en textos tan importantes como Del estilo en la novela (1882) o Del naturalismo (1883). No cabe duda de que el bagaje teórico sobre el arte de novelar y la defensa del naturalismo, que consideraba la corriente más idónea para renovar la cultura española del momento, le fueron muy útiles a la hora de escribir La Regenta, además, claro está, de la lectura de los grandes novelistas europeos, Zola, Flaubert o Eça de Queiroz, con los que se advierten concomitancias diversas. Cuando Alas terminó La Regenta fue consciente de haber dado a luz una obra de arte pese a contar tan solo treinta y tres años y considerar que una buena novela suele ser obra de madurez.
Las primeras noticias que nos han llegado sobre la composición de La Regenta proceden de la correspondencia de Alas. En una carta a Galdós que no lleva fecha, pero que ha sido datada entre abril y julio de 1884 leemos:
No sé si usted sabe que yo también me he metido a escribir una novela, vendida ya (aunque no cobrada) a Cortezo, de Barcelona. Si no fuera por el contrato, me volvería atrás y no la publicaba: se llama La Regenta y tiene dos tomos —por exigencias editoriales—. Creo que empieza demasiada gente a escribir y al pensar, de repente, que yo también voy a prevaricar me dan escalofríos […] No me reconozco más condiciones que un poco de juicio y alguna observación para cierta clase de fenómenos sociales y psicológicos, algún que otro rasgo pasable en lo cómico, un poco de escrúpulo en la gramática… y nada más. Me veo pesado, frío, desabrido… y en fin ha sido una tontería meterme a escribir novelas.
La carta a Galdós resulta interesante por diversos motivos ya que permite que nos enteremos, en primer lugar, de que fue el editor Cortezo el que impidió que La Regenta apareciera en un solo volumen, como suele imprimirse ahora, ya que dos volúmenes resultaban más rentables. En segundo lugar, pone en evidencia las dudas de Alas sobre la valía de su novela, a modo de captatio benevolentiae ante Galdós, al que considera el primer novelista español. A la vez da cuenta de las características positivas de su faceta de escritor de ficción: juicio y observación de fenómenos sociales y psicológicos, cierta comicidad, eso es sentido del humor basado en la ironía y corrección gramatical… Todos esos rasgos se dan sin duda en La Regenta que es, en efecto, una novela realista o naturalista, como fue clasificada por sus contemporáneos y por algunos críticos, aunque por el uso del monólogo interior y por el estilo indirecto libre, va más allá de las corrientes realistas.
PUBLICACIÓN Y RECEPCIÓN DE LR
La Regenta por la que Alas cobró 11 000 reales, una cantidad que siempre le pareció escasa, apareció en Barcelona en el verano de 1884 la primera parte y en la primavera de 1885, la segunda, en la Biblioteca Arte y Letras, con ilustraciones de Juan Llimona, y no fue bien recibida, aunque sí elogiada en privado por los más importantes escritores del momento, como consta en cartas de Galdós, Pereda, Valera y Menéndez Pelayo. Luis Bonafoux le acusó de haber copiado a Flaubert en un texto muy polémico, «Yo y el plagiario Clarín», y el obispo de Oviedo, del que acabaría por ser amigo, publicó una pastoral condenando el libro. El escándalo estaba servido.
Tras la muerte de Clarín, La Regenta caería en el olvido. Es cierto que se reeditó en 1908, pero hasta 1949 no volvió a imprimirse y esta vez en Buenos Aires. El régimen franquista vería con sus peores ojos, pacatos y clericales, la novela. Con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Alas en 1952, Torcuato Fernández Miranda calificaba la obra de Alas «de disolvente de valores esenciales de ese modo de ser que es ser español», y en cierto modo no andaba desencaminado. Para algunos los valores esenciales de ser español se cifraban en un machismo redomado y en un tradicionalismo casticista de lo más casposo, aspectos que Alas denuncia y ridiculiza en su novela. En los fragmentos escogidos por José Luis Gómez, centrados en uno de los elementos clave del texto: el adulterio de Ana Ozores, queda clara que la insatisfacción sexual de la Regenta, es consecuencia de la impotencia de su marido, el ridículo Quintanar. Y esa impotencia no casaba con el estereotipo del macho español, grato, por descontado al franquismo, que en cierto modo había interiorizado la máxima «no hay hombres impotentes y sí, mujeres frígidas».
La literatura oficial de la posguerra olvidó pues a Clarín y a su obra maestra. Solo a partir de la edición de Alianza de 1966 fue de nuevo asequible para el público, entró a formar parte del canon, fue estudiada por la crítica tanto nacional como extranjera y leída desde distintos presupuestos, marxistas, estructuralistas, comparatistas o feministas.
ANA OZORES
Hemos podido evocar a la Regenta en su habitación sola, primero rezando, luego leyendo un devocionario y poco después hemos podido imaginarla ligera de ropa sobre la piel de tigre. Alas ha destacado dos aspectos que funcionaban en la sociedad de su tiempo como reclamo erótico: la cabellera —de ahí que a las mujeres musulmanas y a las judías ortodoxas se les imponga ir todavía hoy con la cabeza cubierta— y los pies desnudos. Ana Ozores es una mujer atractivísima e insatisfecha, con apetencias sexuales, como cualquier hijo de vecino, algo que la sociedad de la época consideraba inaceptable, pese a que la maldición bíblica había advertido a Eva y a sus descendientes femeninas: «la pasión te dominará» tras «el parirás con dolor». Pero para la hipócrita sociedad de la Restauración las mujeres decentes, como Ana Ozores, no tenían necesidades sexuales. Clarín demuestra lo contrario y concede al sexo una importancia primordial, tanto es así que un crítico tan inteligente y perspicaz como Gonzalo Sobejano ha advertido del papel de la lujuria en la novela. Aunque yo no me atrevería a tanto, considero que Clarín tiene en cuenta muy intencionadamente la importancia del instinto sexual, algo que en la época ñoña en la que le tocó vivir trataba de ocultar. Sin duda nuestro autor hubiera estado de acuerdo en que «Los misterios del amor son del alma/ Pero un cuerpo es el libro en que se leen», como escribe el poeta John Donne, en traducción de Gil de Biedma.
LA MATERNIDAD
El abandono de los deberes conyugales por parte de Quintanar impide que Ana tenga hijos. Un hijo en quien depositar su amor, probablemente, la hubiera salvado del adulterio. Ana Ozores, que no había conocido a su madre —de ahí que exclame: «Ni madre ni hijos»—, y que fue educada por un aya odiosa primero y por unas tías beatas después, se sintió desde pequeña falta de la más elemental ternura, falta de amor. Necesitada de él, como Enma Bovary o su tocaya Anna Karenina a las que tanto se parece. Precisamente para las tres el amor constituye, como para tantas otras mujeres, su opio particular. Y en la búsqueda de ese amor total cifran las tres heroínas decimonónicas su único camino y su única felicidad.
ADULTERIO
Ana Ozores, la bellísima Ana, que de jovencita escribía versos, algo que la sociedad vetustense rechazaba de plano, pues casi nada se consideraba peor que ser una mujer literata, y cuya única posibilidad de subsistencia, al ser pobre, era casarse, no solo enamoró a don Álvaro, el seductor oficial, el guapo jefe del Partido Liberal Dinástico vetustense, sino también al magistral a don Fermín de Pas, también guapo pero sacerdote, cuyo ministerio le prohibía cualquier acercamiento físico a su hija de confesión, a la que tratará de seducir mediante la vía espiritual, llamándola hermana del alma. Ana Ozores, al enamorarse de don Álvaro, no solo traiciona a su marido sino también al magistral, que se sentirá ultrajado y, cuando Ana vaya en el último capítulo de la novela a buscar su perdón acudiendo al confesonario, de Pas la rechazará ostensiblemente e incluso «extenderá un brazo de asesino» hacia ella, aunque no consumará su deseo de acabar con Ana, algo que, a mi entender, hubiera fastidiado el final de la obra. La condena de la Regenta es peor que la muerte por mano ajena o por propia mano, recordemos que Bovary se envenena y Karenina se tira al tren.
(…)
Carme Riera