53.- Análisis de “El reloj de Bagdad”.

Tras una breve introducción, la narradora pasa a contar el hecho que será el foco de la narración: su padre trae a casa un reloj de pared que ella describe como de dimensiones descomunales, “de casi tres metros de alzada, números y manecillas recubiertos de oro, un mecanismo rudimentario pero perfecto”. Este reloj procede de un anticuario y ha sido adquirido por un precio muy por debajo del que debería tener, una “ganga” que atribuyen a un error del anticuario o a un despiste de la vejez. Es muy antiguo, “fechado en 1700, en Bagdad, probable obra de artesanos iraquíes”, con “numeración arábiga” y cuya “parte inferior [reproduce] en relieve los cuerpos festivos de un grupo de seres humanos” desdibujados por el paso del tiempo. La esfera está coronada por un “delicado conjunto de autómatas […]. Astros, planetas, estrellas de tamaño diminuto aguardando las primeras notas de una melodía para ponerse en movimiento”.

El reloj se instala en el primer tramo del descansillo de la escalera de manera que se le puede ver desde varios puntos de la sala, y no a todos los miembros de la casa les gusta su presencia; Olvido, una mujer de avanzada edad que es como de la familia aunque forma parte del servicio desde que el padre de la familia era un niño, no se quiere ni acercar a él. Cuando el reloj llega a la casa la narradora la nota ya tensa, “extrañamente rígida, desatenta a las peticiones […], ajena al jolgorio […]”, y repara por primera vez en lo mayor que es.

Olvido se niega a limpiar el reloj poniendo todo tipo de excusas, y como lleva mucho tiempo con la familia, sienten compasión por ella: “pobre Olvido. Los años no perdonan”.  La actitud de Olvido se torna hostil y recelosa “tiempo antes de que la sombra de la fatalidad se cerniera sobre nosotros […] y nuestros intentos […] por arrancar nuevas historias se quedaban en preguntas sin respuestas […], diluyéndose junto a humos y suspiros”. Aunque la mujer pretende mostrarse indiferente, la narradora intuye que no puede sacar de su mente el reloj del descansillo. Los miembros de la familia no le dan demasiada importancia al comportamiento de la mujer hasta que un día Matilde, la cocinera, pierde la consciencia mientras limpia el reloj, cae por las escaleras, y también empieza a sentir temor, aunque la narradora nos dice que aquella mañana ya había dicho que se encontraba mal. “A los innombrables terrores de la anciana se había unido el espectacular terror de Matilde. […] Ahora, por primera vez, las sentía asustadas” (111). La narradora describe la atmósfera de su casa como “enrarecida”,  y para colmo sus padres se van de viaje dejando con las ancianas a los niños, a los que estas les trasladan su terror por la presencia del reloj. Para subir al segundo piso lo hacen de prisa, conteniendo el aliento, cogidos de la mano, como si el inerte gigante fuera a cobrar vida en cualquier momento. Las ancianas duermen con las luces encendidas y tienen pesadillas con el “Señor innombrado, el Amo y Propietario de nuestras viejas e infantiles vidas”. A su vuelta, los padres de la narradora se encuentran con que Matilde se ha marchado apresuradamente y que Olvido está enferma y débil, no quiere probar bocado, y deciden enviar a los niños fuera unos días. Antes de marcharse, la narradora sube a despedirse de Olvido y la encuentra gravemente deteriorada. La mujer masculla que “unas cosas empiezan y otras acaban…” y alerta a la niña: “Guárdate. Protégete… ¡No te descuides ni un instante!”. Tras esa escena la niña se marcha y cuando vuelve una semana más tarde Olvido ya ha fallecido. En los días sucesivos la familia sufre todo tipo de contratiempos, olvidos y descuidos; “los objetos se nos caían de las manos, las sillas se quebraban, los alimentos se descomponían”, que a pesar de intentar solventar no consiguen frenar. Esto lleva a un fatal incidente:

Nunca supe si aquella noche olvidamos retirar los braseros, o si lo hicimos de forma apresurada, como todo lo que emprendíamos en aquellos días […] Nos sacaron del lecho a gritos […] y luego, ya a salvo […] un espectáculo gigantesco e imborrable. Llamas violáceas, rojas, amarillas […] surgiendo por ventanas, hendiduras, claraboyas (114).

Mientras contemplan la apocalíptica escena, apareció “el tiro de gracia” (115).

“[S]e oyó la voz. Surgió a mis espaldas, entre baúles y archivadores […] Sé que, para los vecinos congregados en el paseo, no fue más que la inoportuna melodía de un hermoso reloj. Pero, a mis oídos, había sonado como unas agudas, insidiosas, perversas carcajadas” (115).

Tras este desgraciado suceso, la familia intenta olvidar lo ocurrido y se marcha del pueblo, y la narradora cuenta que el anticuario donde su padre compró el reloj se niega a comprarlo, incluso a haberlo poseído alguna vez, aconsejando al padre que se deshaga de él con el pretexto de que no vale nada. Y, aunque lo niegan rotundamente, ella recuerda perfectamente haber visto el reloj arder entre las llamas la noche de San Juan al marcharse del pueblo. Y junto a él, entornando los ojos como hacía antes para ver a las ánimas, asegura que vio junto a ellas a Olvido por última vez, antes de seguir su camino bajo el pacto del silencio y  la desmemoria.

 

 

El encuentro ante un acontecimiento aparentemente sobrenatural es evidente. Desde la llegada del reloj se desencadenan una serie de desgracias, y Olvido y más tarde Matilde, las atribuyen a la presencia de éste en la casa.

 

A la lectura de “El reloj de Bagdad”  se le pueden atribuir dos interpretaciones; por un lado tenemos la interpretación racional en la que nos decantamos por pensar que la presencia del reloj es fortuita y no tiene nada que ver con las desgracias ocurridas, sino otros factores: la vejez y superstición de Olvido provocan su miedo irracional, el malestar de Matilde debido a una indigestión o algo parecido es la causa de su pérdida momentánea de consciencia, la narradora tan solo se da cuenta de lo anciana que es Olvido cuando traen el reloj a la casa, y al final del cuento la descripción de sus miembros y pantorrillas de proporciones desmesuradas son un indicio de que está creciendo, no solo físicamente, sino también psicológicamente. El reloj vendría a representar la consciencia del paso del tiempo y de la muerte, especialmente para los niños de la casa, y es representado mediante la duda que flota en el ambiente del relato de que fuera un elemento fantástico. Hasta entonces, no habían pensado en lo mayor que es Olvido, pero de pronto algo hace a la narradora recordar que tiene “todos los [años] del mundo”, algo habitual en Cristina Fernández Cubas, quien utiliza “motivos [que] remiten a cuestiones universales como la identidad, la muerte, o el tiempo”.  Por lo tanto, no es el reloj el que provoca los sucesos, al fin y al cabo, es solo un aparato, y no hay manera lógica de que pueda provocar todos los acontecimientos que se le atribuyen, concluyendo con el incendio de la casa.

 

Pero por otro lado, tenemos la interpretación fantástica: hay una vacilación del lector al pensar que curiosamente todo lo que sucede se produce tras la llegada del reloj, cuya procedencia exótica nos remite a objetos mágicos y encantados. También está el hecho de que el anticuario tuviera tanto afán en deshacerse de él y no quiera recuperarlo e incluso niegue haberlo poseído alguna vez, con lo que a la narradora le parecen “razones de dudosa credibilidad”, y ese cierre de la narración del incendio con el reloj sonando en medio de las llamas, como una carcajada: “la voz […] no son las carcajadas del reloj sino de Olvido y todo lo que ella representa, como la conspiración de la desmemoria y al mismo tiempo la presencia del recuerdo”, dice Masoliver Ródenas (2007:27) al respecto. La vacilación del lector surge, en este caso, ante el hecho de que nos encontramos ante un narrador que cuenta unos hechos que le ocurrieron en el pasado, durante su infancia, por lo cual es un narrador poco fiable a quien le puede jugar malas pasadas la memoria y que nos cuenta la historia desde un punto de vista subjetivo y personal.

 

Por lo tanto, el reloj marca la presencia de una doble dimensión: en su lectura literal, estamos ante un elemento maligno que trastoca las vidas y los destinos de la gente de la casa, provocando el desencadenamiento de un número de tragedias fatales, por lo que deben deshacerse de él para poder seguir adelante. En cambio, en su lectura metafórica, despierta la conciencia de la muerte y del inexorable paso del tiempo. El Reloj funciona en el primer caso como “catalizador de lo fantástico”.

 

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