38.- La ventana del jardín.

 

Tema: el lenguaje como elemento no fiable a la hora de interpretar el mundo.

Este cuento posee inicialmente la estructura del relato de terror: el narrador llega a un lugar desconocido y siniestro, como ocurre en Drácula (1897) de Bram Stoker. No obstante, aquí terminan las coincidencias, pues el yo narrativo de Cubas no hallará una figura vampírica —como sí podría serlo Lúnula—, sino una situación en que el único elemento provocador de extrañamiento es el lenguaje.

El relato es el recuerdo que el narrador guarda de una visita realizada a los Albert, antiguos compañeros de universidad, que durante el tiempo evocado viven en una asilada granja. José y Josefina se comunican con su hijo Tomás a través de un sistema lingüístico constituido por los mismos signos que el del protagonista, pero cuyas reglas parecen responder a una lógica propia y diferente a la habitual, como demuestran los cepillos de dientes del cuarto de baño, que designan a sus propietarios como “Escoba”, “Cuchara” y “Olla”.

El narrador, tomando el aislamiento (geográfico y lingüístico) en que vive Tomás como un acto de crueldad por parte del matrimonio Albert, tratará de comunicarse con él “a través de gestos, dibujos rápidos esbozados en un papel, sonidos que no incluyesen para nada algo semejante a las palabras” (2008: 50-51), concluyendo así que su papel en la incomprensible historia es salvar al muchacho: “Terminó pidiendo que le alejara de allí para siempre, que lo llevara conmigo” (2008: 51). Sin embargo, en el instante de la huida, al cruzar Tomás la ventana, sus afecciones —a las que sus padres se habían referido en diversas ocasiones para justificar el inevitable encierro— se mostrarán con claridad, provocando la total incomprensión del narrador y su súbita huida enloquecida:

“¿Por qué minutos atrás me sentía como un héroe y ahora deseaba ardientemente vomitar, despertar de alguna forma de aquella pesadilla? ¿Por qué el mismo muchacho que horas antes me pareció rebosante de salud respondía ahora a la descripción que durante todo el día de ayer me hicieran de él sus padres? ¿Por qué, finalmente, ese lenguaje, del que yo mismo —con toda seguridad único testigo— no conseguía liberarme mientras José y Josefina reanimaban a su hijo entre sollozos? (2008: 54)”.

El juego interpretativo del narrador se vuelve un peligro de muerte para Tomás, que sufre las consecuencias de la confianza en su propio análisis de la realidad. Así, el narrador llega a creer que Tomás había sido asesinado por sus padres. También, el narrador mismo roba un cuaderno de Tomás para leerlo luego en su cuarto sin entender nada: las frases resultaban sin sentido. En realidad sí había sentido, pero era el sentido personal de Tomás, el cual utilizaba otro código, cuyo conocimiento no tenía el narrador.

Los padres de Tomás han inventado un idioma nuevo que comparten con el hijo. Entonces¿cuál es la articulación del mundo de Tomás? ¿Se diferencia de la del protagonista? ¿Qué es lo que percibe el chico de verdad? ¿Y qué criterio emplearon José y Josefina para atribuir un nombre y no otro a los objetos? ¿Por qué han hecho esto? ¿Por un experimento? ¿Porque querían aislarse los dos con el hijo enfermo, lejos del mundo para crear su propio mundo paralelo? ¿Rechazaban los significados impuestos a las cosas por su lengua materna? En este cuento hay muchas preguntas sin responder, ofrece una incertidumbre que es típica de lo fantástico, cuyo efecto será más desconcertante en el final. Pero aventuramos una respuesta: si el lenguaje es factor de identidad y de pertenencia a una misma comunidad, entonces José y Josefina ya no querían formar parte de su comunidad de procedencia y por el mismo motivo la presencia del narrador les molestaba. Por ese motivo, por ejemplo, viven en una granja tan alejada y casi aislada.

El lector, habiendo comprendido que la versión de la realidad que le ha sido dada por el narrador no es más que una de tantas posibles, solamente puede reconocer lo inabarcable y complejo de un mundo que se descubre indescifrable, donde nada es como supuestamente se presenta. La conversación que mantiene el narrador con el taxista al final del cuento, que aparentemente debería devolverlo a su realidad habitual, no arrojará luz sobre los acontecimientos, sino que perpetuará el extrañamiento, añadiendo más enigmas al evidenciar que no solamente el “héroe” está al corriente de la situación: “—¿Y el pequeño Tomás? ¿Se encuentra mejor? Negué con la cabeza. —Pobre Ollita —dijo. Y se puso a silbar” (2008: 54).

Será el lector el que deba resignarse a la ineludible parcialidad y subjetividad de toda la realidad concebible, pues nuestra mirada no percibe la verdad de un mundo que nos creemos capaces de interpretar . La misma autora expresa que lo fantástico de su obra se cifra en ese proverbio por el cual las cosas no son siempre lo que parecen. Este cuento ejemplifica la figura del narrador no fidedigno, presente en varios relatos de CFC.

 

 

 

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