La dialéctica campo-ciudad se muestra en la novela estructurada en los tres espacios en que sus personajes se mueven: los Pazos y Cebre, la comarca rural y la ciudad pequeña o cabeza de partido, respectivamente, frente a Santiago, la urbe.
La novela muestra los conflictos humanos y sociales de un medio rural atrasado en que pervive el sistema de explotación de la tierra en régimen de foro, es decir, la cesión por un propietario del dominio útil de la teirra a un tercero a lo largo de varias generaciones, a cambio de la paga de una parte del beneficio. Desde el siglo XVIII, los sectores reformistas de la Ilustración habían intentado cambiar este sistema medieval, contra el inmovilismo de los propietarios como don Pedro (“¡Foro de casa! No corre por ahí una liebre que no paste en tierra mía!”). La autora, cuyo padre había sido un terrateniente partidario del liberalismo económico, era partidaria de un uso más compartido de la tierra.
El narrador de la novela parece ser más portavoz de los señores que de los campesinos. No obstante, la novela cuestiona a la nobleza rural irresponsable, representada por personajes como don Pedro, que ya ni es marqués, Ramón Limioso, que parece un quijotesco superviviente del pasado, y las hermanas Molende, pasivas y conservadoras, que también eran carlistas.
Por este motivo, tiene sentido que don Pedro se presente a las elecciones en representación de su clase social, con la intención de “restablecimiento de los vínculos y el mayorazgo”, apoyado por el estamento eclesiástico, también afectado por la Desamortización de Mendizábal, de treinta años antes.
Era normal que los terratenientes gallegos se desentendieran de la gestión de la tierra y de su hogar, y las dejaran en manos de los administradores, como en el caso de Primitivo Suárez, y bajo el consejo de un clérigo. Es el mayordomo Primitivo quien se hace con el control de las cuentas del Pazo y se enriquece a cuenta de su amo, para luego convertirse en prestamista de los campesinos que trabajan en sus tierras. Primitivo pretende adueñarse de la casa de Ulloa con una táctica de resistencia pasiva y conducta criminal: no obedece ni desobedece a nadie que sea don Pedro, pero mientras tanto roba y no duda en matar a quien supone un problema para sus objetivos: Julián, y al final de forma frustrada a Nucha y su hija.
En el campo, domina el instinto: don Pedro se dedica básicamente a cazar. No hace falta guardar las formas en casa: comer con cubiertos y respetar las costumbres en la mesa; en este sentido, la violencia doméstica, el adulterio y la bastardía se consienten porque no se airean en voz alta, y se puede disponer de la vida de los súbditos. Por eso, para los advenedizos como Julián y Nucha, el campo “embrutece y envilece”. El crimen y el secreto son allí algo normal.
Primitivo tiene relaciones con la mesocracia que mueve los hilos del poder en Cebre, la ciudad pequeña cabeza de partido. A diferencia del mundo dramático de los Pazos, Cebre es retratado con cierto humor. En este sentido, la figura del médico idealista y republicano es presentada como una caricatura por su inocencia e incapacidad para callar. En Cebre es donde viven los dos caciques, Barbacana y Trampeta, vinculados al Partido moderado y a la Unión liberal. Ambos se radicalizan cuando se abre el debate constituyente. La principal función del cacique era el control electoral de la población mediante el otorgamiento de favores. Cuando, aun así, el resultado no estaba claro, intentaban falsificar los resultados de los comicios. De este proceder dan fe los capítulos XXIV a XXVI. La compra de voluntades estaba al cabo de la calle en este contexto, como la que provoca el asesinato de Primitivo por parte del Tuerto de Castrodorna, protegido por Barbacana.
Los capítulos que se ocupan de las elecciones tienen un gran carácter documental, pero también inciden en el desenlace de los personajes. Nucha había albergado esperanzas de irse de los Pazos si su marido era elegido diputado. Trampeta había hecho correr el rumor de que la casa del Marqués era un lugar de adulterio (don Pedro-Sabel y Nucha-Julián).
Santiago es presentado como algo contrario al mundo rural de los Pazos. Allí, las formas sí se mantienen, en casa y en la calle; los hombres de mayor categoría no comparten su ocio con sus criados, pero también existen lugares donde se manifiesta cierta vida conspirativa, como el casino, donde se comentan en voz baja los rumores deshonrosos para los diferentes estamentos rivales. Don Pedro no está cómodo en Santiago, pues le cuesta adaptarse a los usos más civilizados, como guardar silencio, no hacer comentarios indecorosos. La diferencia entre las mujeres de ambos lugares es significativa, pues don Pedro se queja de la falta de fortaleza de las habitantes de la ciudad, en contraposición a las fuertes campesinas a las que está acostumbrado.