El otro día caminando por Barcelona, Don Quijote de la Mancha y el Caballero de la Blanca Luna se toparon de nuevo.
– ¿Me firmas un autógrafo? – le pidió el caballero.
– Claro –respondió Don Quijote muy excitado.
Se lo firmó más alegre que unas pascuas. El Caballero de la Blanca Luna o Sansón Carrasco, que era así como se llamaba, le preguntó:
– ¿Dónde está tu ¿valeroso? caballo Rocinante?
– Se ha jubilado. Era ya muy viejo. Dijo tristemente Don Quijote. Y añadió:
Has de saber que algún día me admirarán. Cuando me vean en el cacharro ese llamado televisor, me haré todavía más famoso de lo que soy, y es que soy muy admirado gracias a Cide Hamete, el autor que cuenta mis aventuras, hoy leídas por estudiantes y por todo tipo de lectores, grandes y chicos.
También me conocerán por mis hazañas en todas las aldeas y castillos en los que he batallado, arriesgando mi propia vida.