Lazarillo en la Casa de las Conchas

Mientras yo iba vagando por las callejuelas estrechas de Salamanca, veía personas en el suelo, muchas pobreza, enfermedades… A mí eso me daba pena pero yo venía de una familia muy pobre, ya sabía lo que era la pobreza hasta el punto de que mi madre me abandonó porque no tenía con qué alimentarme.
Las callejuelas ahora se hacían grandes y pasaban a ser calles anchas. Estaba en la parte noble de la ciudad de Salamanca, ya no había mendigos, excepto el ciego, que estaba sentado en un portalón inmenso, de madera de roble. Estaba borracho y dormía a pierna suelta. Yo me quedé callado, porque conocía mi voz perfectamente y no quería que supiera que estaba allí, ya que me había enviado a por más vino y era el único momento de libertad que tenía. Siempre me castigaba y no paraba de pegarme. Al pensar en eso, yo pasé rápido delante de él para que no me oyera.
Pasé por delante de una casa grande. La casa tenía conchas en la fachada. Era impresionante: era una casa de nobles, incluso había dos soldados en la puerta. Me distraje paseando por las calles y cuando me quise dar cuenta ya estaba oscureciendo. Me preocupé bastante por lo que pudiera pasar cuando llegase al portalón donde se encontraba el ciego. Al llegar, intenté hacer el menor ruido posible, pero no obtuve resultado, el ciego ya estaba despierto esperando mi llegada. Estaba muy enfadado, me preguntó que por qué había tardado tanto y antes de que pudiera constestar me soltó un bastonazo. Cuando llegamos a casa del ciego empezó a replicarme que no volviera a irme solo sin su permiso o las consecuencias serían muy dañinas para mí.
Adrià, Patricia y Gisela

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