La hogaza de pan

El ciego y yo íbamos paseando por la calle, cuando pasamos por delante de una bonita casa que tenía en la fachada unas conchas que recordaban el mar.
El ciego se paró y me dijo que llamara a la puerta. Cuando la abrieron, apareció un hombre muy elegante que nos dijo:
-¿Qué desean?
Me quedé callado y el ciego contestó:
-Buenos días, buen hombre. ¿No tendrá usted algo que comer? Llevamos dos días sin comer ni beber nada.
Me quedé sorprendido al ver cómo podía ser tan buen actor, ya que él hacia poco que había comido.
Nos dieron pan, y como siempre, tenía que llevarlo yo. Como el pan estaba recién hecho, me entró el hambre, pero el ciego me dijo que no cogiera ni una migaja. Pensé que no se daría cuenta y le pegué varios mordiscos , pero muy pequeños, para que el ciego no lo notara.
Estábamos llegando al puente romano, cuando se sentó el ciego en una roca. Me pidió el pan, empezó a comer, y me dijo que faltaba una parte. Entonces yo le dije:
-Se lo habrá comido algún ratón, el saco está mordido.
-¡Qué raro! ¿Y cuándo se ha metido el ratón en el saco?
-Nos lo habrán dado así ya.
El ciego no se quedó convencido, pero continuamos con nuestro camino. Cuando pasamos el puente, yo iba por delante de él indicando el camino, cuando el ciego me metió su bastón entre las piernas y me hizo caer. Me empezó a sangrar la boca. Me había roto dos dientes. Entonces me dijo:
-Eso te pasa por engañarme, ahora no podrás mordisquear más el pan.
El ciego me había castigado, y ahora no podría comer bien.

Laura y Cristina

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