Hemos iniciado de nuevo el taller de escritura de 2º de ESO. La propuesta, esta vez, ha sido continuar un fragmento extraído de la novela Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo. Si miráis los comentarios, veréis algunas de las propuestas. ¡No os las perdáis!
Pat tenía una afición: coleccionar fotografías encontradas; todo valía con tal de que salieran figuras humanas y fuera encontrada; viajaba con una maleta llena. Su afición por las fotografías le venía del banco, por culpa de ver tanta gente; siempre imaginaba cómo serían sus caras, sus cuerpos, en otro contexto, más allá de la ventanilla, que también era como el marco de una fotografía.
AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO, Nocilla dream (adaptación).
EL COLECCIONISTA DE FOTOGRAFIAS
Pat tenía una afición: coleccionar fotografías encontradas; todo valía con tal de que salieran figuras humanas y fuera encontrada; viajaba con una maleta llena. Su afición por las fotografías le venía del banco, por culpa de ver tanta gente; siempre imaginaba cómo serían sus caras, sus cuerpos, en otro contexto, más allá de la ventanilla, que también era como el marco de una fotografía.
Un día de verano el coleccionista de fotografías encontró debajo de un banco una fotografía, pero no era como todas las demás. En esa foto se podía ver a un señor alto, con traje y corbata y un sombrero de copa muy largo, pero no tenía cara.
El coleccionista se guardó esa foto con la esperanza de que un día encontraría esa cara. Los meses pasaban y el pobre coleccionista aún no había encontrado a la persona ilustrada en la foto, hasta que un día…
-Hola, un billete para Barcelona por favor.
Y el coleccionista, sin mirar al hombre que tenía en frente, contestó:
-Aquí tiene, serán 5,80 eu…
Pero no pudo acabar la frase. Al mirar a ese hombre, justo en ese momento supo que era él: traje y corbata, sombrero de copa largo…
Entonces, rápidamente, sacó la foto, se la enseñó al hombre, y de repente, pasó algo extraordinario: el coleccionista miró la foto ¡¡y al hombre no le faltaba la cara!!
Volvió a mirar al hombre y había desaparecido.
Nadie sabe lo que pasó, pero el coleccionista colgó la fotografía en su casa y desde aquel día no ha tenido nunca más mala suerte.
El misterio de los recuerdos
Eran las cinco, su turno había terminado. Pat recogió sus cosas velozmente, salió y se fue corriendo como el arranque de un coche de fórmula 1. Llegó justo cuando salía Mattew, su querido hijo, un pequeño bicho y travieso niño de seis años. Mattew le abrazó con todas sus fuerzas y dijo ilusionado:
-Papá, hoy la maestra nos ha dicho que tenemos que llevar a la escuela nuestro cuento favorito. ¿Podremos ir a la biblioteca?
-Pues claro que sí, hijo, te enseñaré mi cuento favorito, que leía cuando tenía la misma edad que tú – dijo Pat indicando con sus gestos que ya se iban hacia la biblioteca municipal.
Cuando llegaron, Pat y Mattew caminaron por todos los pasillos llenos de antiguos y viejos libros, hasta que al final encontraron lo que buscaban:
-Mira, Mattew, este era mi libro favorito: La familia feliz – dijo Pat abriendo su querido libro.
Cuando lo abrió se dio cuenta de que las páginas estaban arrancadas y tan solo había una simple foto. Observó que en la foto había una mujer con un pañuelo de mil colores en la cabeza. La mujer sostenía un pequeño niño recién nacido. Pat se quedó perplejo, los recuerdos de la infancia le venían rápidamente. No se lo creía. Giró la foto y leyó: “Ella te quería, hijo”. Gritó con frustración y se dejó caer al suelo derrotado. Aquellas palabras le rodaban por la cabeza: “Ella te quería, hijo”
El coleccionista de fotografías
Pat tenía una afición: coleccionar fotografías encontradas; todo valía con tal de que salieran figuras humanas y fuera encontrada; viajaba con una maleta llena. Su afición por las fotografías le venía del banco, por culpa de ver tanta gente; siempre imaginaba cómo serían sus caras, sus cuerpos, en otro contexto, más allá de la ventanilla, que también era como el marco de una fotografía.
Iba un día, como cualquier otro, al metro. Allí, en los fotomatones siempre había alguna foto suelta, tirada por el suelo, o cerca de allí. Como aquel día tenía tiempo y estaba aburrido, decidió hacerse fotos él mismo, y dejarlas por si otra persona distinta las coleccionaba también. Se sentó dentro de esa reducida cabina, tan bonita, antigua. Pulsó un par de botones, insertó unas cuantas de esas monedas y ya podía enseñar su alegre sonrisa a la cámara. Siempre hay alguna razón por la que sonreír. Por todos lados se pueden encontrar piezas de colección. Y algún día, pasaría su maleta a… ¡La maleta! ¿Dónde estaba la maleta? Al entrar aún la tenía… Se la había dejado fuera, y ¡ya no estaba! ¿Ahora qué?
Decepcionado, Pat volvió al andén para coger el próximo tren hacia el banco donde trabajaba. En el metro, no valía la pena buscar, porque si pierdes algo una vez, lo pierdes para siempre. No le quedó más remedio que dejarlo.
Sentado dentro del metro, vio un hombre alto, robusto, con un peinado corto y un sombrero colocado encima. Esa cara, ¡le sonaba mucho! Salía en una de las fotografías que había encontrado de camino hacia la boda de su prima. Se había imaginado que aquel tipo era músico. Tocaba jazz, tocaba el saxófono. Sí, esa era la imagen que tenía de ese hombre. Y a tres metros más a la derecha, también había una mujer joven que le sonaba mucho de las fotografías. Aparecía en varias fotos… Ella debía ser profesora de ballet. Sí, seguro. Seguro que tenía algún pariente francés, o algo que ver con Francia. Y seguro que enseñaba a las niñas pequeñas a poner los pies de puntilla. Estaba convencido.
Pat se divertía mucho imaginando que sus vidas eran así. Y poco a poco iba reconociendo a muchas personas que le sonaban de sus fotografías coleccionadas.
Nunca se había fijado tanto. Siempre estaba tan obsesionado con buscar fotografías, que nunca se había parado a mirar alrededor suyo. Todas esas personas… ¿Cómo iba a saber si las personas eran o no como él las imaginaba?
Ese día, Pat se dio cuenta de todo lo que perdía obsesionándose con las fotografías, de las que la inmensa mayoría de las cuales tampoco eran bonitas.
Ahora Pat tenía una nueva meta: hablar a la gente, conocerla y comprobar si lo que se imagina él era verdad. Decidió que haber perdido la maleta fue una señal para empezar de nuevo.
…Una buena parte de sus fotografías tienen un origen muy peculiar y a la vez demoledor.
Un inicio de año, en uno de sus infinitos viajes, le sucedió una peripecia que merece ser contada. Viajó a República Dominicana, donde, cerca de la frontera con Haití, recogería a su primera hija, Natalie. Lo hizo, esta vez sí, con su mujer, que en muy pocas ocasiones le acompaña.
El primer día fue de adaptación. Llegaron, fueron hasta el hotel y descansaron, llevaban un jet-lag considerable.
Y a la siguiente jornada fue cuando sucedió todo. Ese era el gran día, viajarían hasta la frontera para encontrarse con su hija. Pero antes de llegar a sitio con un todoterreno destartalado se paralizó todo y toda la tierra empezó a moverse, vieron desde dentro caer los edificios de los lados como si de hojas se tratasen. Los diez segundos que duró todo le parecieron una eternidad. Cuando todo pasó bajaron corriendo y ya a dos metros empezaron a ver cadáveres por todos los lados, pero ellos no se detuvieron, tenían que localizar a su hija. Al cabo de quince minutos corriendo sin parar ni un momento llegaron al internado. La imagen era devastadora: una veintena de niños llorando desconsoladamente con un par de cuidadoras intentando consolarlos. Pat corrió hacia dentro o hacia lo que quedaba de la residencia, faltaban muchos niños, incluyendo a su hija, su mujer se quedó a fuera con los demás. Con todas las prisas, se equivocó y fue a parar a un despacho. En medio de todos los papeles que había por el suelo, encontró un sobre, donde estaba escrito el nombre de su hija Natalie. Lo abrió y cuál fue la sorpresa cuando dentro de él vio un gran número de fotos de todos los años que Natalie había pasado allí, desde los tres hasta los ocho, con sus compañeros y siempre con una gran sonrisa. Se lo guardó en el bolsillo y corrió hasta fuera, las paredes estaban cediendo. Fuera le esperaba su hija, había salido por su propio pie.
Los días siguientes fueron terribles para poder llevarse a Natalie a casa, habían perdido todos los papeles en el colegio.
Ahora, después de cinco años, Pat y Natalie están revisando todas las fotos de su colección. Desde entonces la ha ampliado mucho, pero siempre, cuando llegan a las de su recogida, prestan más atención y recuerdan todo lo vivido.
Pat tenía una afición: coleccionar fotografías encontradas; todo valía con tal de que salieran figuras humanas y fuera encontrada; viajaba con una maleta llena. Su afición por las fotografías le venía del banco, por culpa de ver tanta gente; siempre imaginaba cómo serían sus caras, sus cuerpos, en otro contexto, más allá de la ventanilla, que también era como el marco de una fotografía.
Era como si cada cliente al que él atendía fuese una fotografía hecha obra de arte: los que se quejaban, los que pedían un cheque, los que retiraban dinero… todas esas personas podrían estar representadas en unos cuantos píxeles.
Se decidió, lo tenía claro: iba a empezar a hacer sus propias fotografías.
En su casa, Pat encontró una cámara vieja que funcionaba con carrete y que todavía servía. Primero, se hizo una foto a él mismo, a través del espejo. Él también podía ser uno más en el interés de conocer a las personas. Luego continuó fotografiando a gente, otros seres vivos, paisajes,…
Las fotografías que él hacía también las guardaba en la vieja maleta.
Con varias de sus fotografías hizo un mural gigante, épico, enorme, en el que representó la amistad, la paz, las emociones, las estaciones, la diversidad, el amor, la vida misma, y su vieja maleta siempre iba con él.
Espero que os guste.