En clase estamos estudiando la transcripción del diálogo en la narración. Los alumnos de 1º de la ESO han escrito un breve relato que debía incluir un diálogo imaginado entre dos objetos que mantienen una estrecha relación: un cuchillo y un tenedor, un reloj y una torre, una lavadora y la ropa sucia…
Los resultados han sido, en muchas ocasiones, geniales. Para que lo podáis ver, en este blog os mostraremos algunos de los textos.
¿Quién será comido antes?
Hacía mucho frío, todo estaba oscuro, y mientras todos dormían, Ham y Frank mantenían una conversación sobre los paladares humanos.
-Yo prefiero un paladar de niño, que es más acogedor que uno de adulto -exclamó Frank.
-Pues yo prefiero un paladar de adulto -se opuso Ham-, porque es más grande y en él se cabe mejor.
De repente, se encendió una luz al abrirse la puerta.
-De todos los que estamos aquí reunidos, ¿a quien se llevará? -preguntó Ham mientras una mano humana se llevaba a Frank.
-¡Adiós, amigo, espero que nos veamos pronto! -se despidió Frank con ganas de descubrir el pastel, o lo que el destino le deparaba.
Ham suplicó:
-Quiero que me lleven a mí también, para estar con mi amigo.
Al cabo de unos minutos, se volvió a encender la luz mientras se abría la puerta, y volvió a entrar la mano. La mano escogió a Ham, y éste se puso muy contento de reencontrarse con su amigo.
Allí afuera vio a su amigo y lo llamó:
–¡Eh! ¡Frank, Frank, contesta! -chillaba Ham.
Frank contestó:
-¡Esto es el fin! Ya me huelo la tostada.
Mientras, la mano unía el FRANKfurt y la HAMburguesa en un mismo plato. Ya juntos, se oyó una voz de niño:
-Yo quiero hacerlo, mamá, sé que puedo, y además voy a poner toda la carne en el asador cuando ponga toda la carne en el asador.
Una vez el plato cocinado en la mesa, Frank y Ham estaban ansiosos al esperar ser comidos por su tipo de paladar favorito. Pero lo que ocurrió fue todo lo contrario: Ham fue tragado por el niño y Frank por el adulto en una cena casera y familiar de una madre y su hijo.
LA MESA Y LA SILLA
-¡Qué grande es esta habitación! -dijo la silla.
-Es verdad, ¡es muy grande! -respondió la mesa.
-Casi da miedo estar aquí solas -exclamó angustiada la silla.
De repente, escucharon un ruido y se abrió la puerta.
-Mira, silla, viene alguien-susurró la mesa muy bajito.
Entró una niña pequeña de rubias trenzas. La niña se sentó en la silla y apoyó sus brazos
sobre la mesa.
-¡Qué bonita es! -exclamó la mesa.
-Tienes razón, mesa, ¡ya no estamos solas!
-¿Es que podéis hablar? -exclamó asombrada la niña-. Me llamo Rebeca, ¿queréis ser mis amigas?
-Sí, claro que queremos -contestaron ambas contentas-. Somos nuevas en la casa, y queremos tener amigas- dijeron las dos.
-Os prometo que cada tarde, cuando salga de la escuela, vendré corriendo a hacer los deberes con vosotras -propuso Rebeca.
-¡Qué bien!, ¡será muy divertido! -dijo la mesa.
-Estoy muy contenta, pero tenemos que guardar nuestro secreto -contestó la silla.
A partir de aquella tarde, Rebeca, la mesa y la silla se volvieron inseparables.
El mayor reto de un cuchillo
En una casa de San Francisco, un cuchillo y un tenedor estaban sobre la mesa para ser utilizados.
–Hola, señor cuchillo, ¿cómo le va? – preguntó el tenedor.
–Muy bien. ¿Y a usted, señor tenedor? – preguntó el señor cuchillo.
–Muy bien. ¿Preparado para trabajar? – preguntó el señor tenedor.
–Si.
Entonces apareció un gran plato con un trozo de carne y unas cuantas patatas.
–¡Anda! – exclamó el señor cuchillo con cara de sorpresa – ¡Qué trozo de carne más gordo!. Tendré que poner toda la carne en el asador para poder cortarlo.
–Yo le puedo ayudar a agarrarlo para que lo pueda cortar mejor – se ofreció el señor tenedor en un tono tranquilizador.
–De acuerdo, acepto – respondió el señor cuchillo.
Cuando lo estaban intentando, todos las herramientas de cocina comenzaron a animarles y a motivarles.
–¡Vamos, vosotros podéis, chicos! – dijo una cazuela.
–¡Vamos, haced fuerza! – exclamó una servilleta.
Los segundos iban pasando, y a ellos les parecía eterno:
–Ya casi está, señor cuchillo. ¡Vamos, usted puede! – dijo con voz cansada el señor tenedor.
Al final, el señor cuchillo cortó el trozo de carne y todos fueron a felicitarle por su gran esfuerzo.
–Muchas gracias – agradeció el señor cuchillo al señor tenedor.
–De nada, hombre – contestó el señor tenedor – , para eso están los amigos, ¿no? – preguntó.
–Sí, claro – contestó el señor cuchillo.
Durante toda la noche celebraron el trabajo del señor cuchillo. Ese fue el mejor día de su vida.
EL HUEVO Y LA SARTÉN
– ¡Sí, por fin! ¡Qué guai! – chillaba el huevo con todas sus fuerzas mientras Robert, el hermano mayor de la familia Pattinson, lo estaba a punto de coger.
Una 1 hora antes…
– !No puedo más! En esta casa no me cuidan, estoy todo el día cocinando para ellos, y ¿qué hacen por mí? Nada. Ya no lo puedo soportar más, creo que me jubilaré – se quejaba la sartén lila con topos negros y maloliente.
En un rincón de la cocina se encontraba un huevo que parecía estar muy triste. La sartén se dio cuenta de que su compañero de cocina no estaba bien.
– ¿Qué es eso? No me digas que son lágrimas. ¡Ay! Por favor… – pronunció la sartén en tono autoritario y como si fuera muy dura.
– No, no es nada…- dijo el huevo molesto.
– Mírame, huevo – dijo la sartén ahora con un tono más preocupado -. Yo sé que te pasa algo. Cuéntamelo.
– No sé, es que ya hace muchos días que espero que alguien en esta familia me escoja para comer, y nadie lo hace. Creo que no valgo por esto. Me gustaría ser como tú, cada día te utilizan para cocinar, eres imprescindible – confesó lloriqueando.
– No te ahogues en un vaso de agua, chico… Que yo también tengo problemas, ¿eh?- contestó la sartén.
– Ya, pero… – murmuró el huevo nada convencido.
– Va, huevo, tengo el presentimiento de que hoy, para cenar, te utilizarán. ¡Ya verás! – exclamó la sartén animando al huevo.
En ese instante, la puerta de la cocina se abrió de repente y dos niños y una mujer entraron con una misión: cocinar tortillas para cenar.
– ¡Sí, por fin! ¡Qué guai! – chilló el huevo.
Uno de los niños cogió el huevo. El huevo solo tuvo tiempo de guiñarle el ojo a la sartén.
– Chof.
El pantalón y la falda
Érase una vez una niña que se llamaba Ana. Tenía más pantalones que faldas, ya que para ella los pantalones eran más cómodos. Un día Ana llevó la ropa sucia a la lavadora, pero desgraciadamente se le estropeó. Entonces, por lo ocurrido, cogió toda la ropa que permanecía allí, pero sin que ella se diera cuenta se olvidó de una falda y un pantalón. Entonces la falda y el pantalón empezaron a conversar:
– Hola, pantalón, te quería hacer una pregunta… ¿ por qué Ana usa más pantalones que faldas ? – dijo la falda intrigada.
– ¡ Y yo qué sé ! – respondió el pantalón.
– ¡ Oye, necesito una respuesta ! – gritó la falda.
– ¡ Estoy sucio y arrugado ! ¡ No quiero hablar de esto, además te ahogas en un vaso de agua ! – contestó el pantalón, angustiado.
– ¿ Y eso qué importa ahora ? – insistió la falda.
– Lo siento, no puedo hacer nada por ti – dijo el pantalón. Y añadió:
– Yo creo que soy mejor que tú.
– ¡ Ahora lo sabremos ! ¡ Se acerca Ana ! – afirmó la falda.
De pronto se acercó Ana, recogió lo olvidado y exclamó:
– ¡ Cómo me gustan los pantalones ! ¡ Son comodísimos !
Y la falda dijo, por dentro:
– Ahora sé la razón de por qué Ana quiere más a los pantalones.
Las dos caras de la moneda
Una noche de verano fui a la cocina y encima de la mesa vi una cosa que me extrañó: ¡era una moneda! Pero estaba hablando. Decía:
– Seguro que yo soy más bonita que tú, amiga de atrás -eso lo afirmaba una cara de la moneda.
– Ah, sí, ¡bonita! Pues que sepas que yo tengo una liinda carita del ¡REY! -y esto la otra.
– ¡No me digas! Pero si yo tengo todo lo que vale la moneda -comentó la primera.
Yo estaba estupefacta. No me podía creer lo que veía. ¡Era imposible que las dos caras de una moneda hablaran!
Al final ya estaba cansada de oír lo mismo: “que yo soy más guapa y que tú eres más fea que yo…” y bla, bla, bla. Y dije enfadada:
– ¡Ahora sabréis cómo sois las dos!
Les puse dos espejos de forma que se reflejaran y así se pudieran ver.
Y al verse, ¡bueno!, se enamoraron. Y dijeron a la vez:
– ¡Qué bonita que eres! Nunca me hubiera imaginado que pudieras ser tan bonita.
– Es verdad -comentó una cara de la moneda-, yo creía que el rey tenía cara pato y que era muy feo.
– Y yo -dijo la otra- creía que tu número era diferente y ahora me fijo y es mucho más bonito de lo que pensaba. ¡En fin! Estábamos completamente equivocadas.
– ¡Qué pena que estando juntas siempre estaremos separadas! -suspiraron las dos caras.
Desde ese día aquella moneda tan especial siempre va conmigo. Esto es así para que no se use para comprar cosas, y están mucho más felices que al principio.
UNA MARAVILLOSA REPARACIÓN
Érase una vez una bicicleta muy vieja que llevaba años tirada en el garaje, colgada en unos soportes, llena de telarañas.
Un día oyó los llantos de un niño porque quería una bicicleta, y la bicicleta quería alguien que se subiese en ella. Solamente había un problema, que era muy vieja y nadie la querría.
La lata de aceite vio lo deprimida que estaba y quería ayudar y le dijo:
-Escucha, bicicleta, yo te podría engrasar y algunas herramientas que conozco te podrían reparar.
-¡¿De verdad podrías hacer eso?! -preguntó la bicicleta.
-Claro que sí – afirmó la lata-. ¡Venga, todos a trabajar!
Y todos se pusieron inmediatamente a reparar la bicicleta: la llave inglesa apretaba las tuercas, el destornillador los tornillos, el paño quitaba el polvo, el bombín hinchaba las ruedas, etc. Al cabo de una hora, la vieja bicicleta parecía recién estrenada.
-¡Estoy magnífica! ¡Muchísimas gracias! -agradeció la bicicleta-. Ahora ya querrán subirse en mí.
Y al día siguiente el niño fue al garaje a buscar unas herramientas y al ver la bicicleta reparada se montó en ella, y así fueron felices, el niño por tener bici y la bici porque la usaban.