La tierra baldía
III. El sermón del fuego (fragmento)
El pabellón del río está roto; los últimos dedos de las hojas
se aferran y hunden en la mojada orilla. El viento
cruza la tierra parda, sin ser oído. Las ninfas se han marchado.
Dulce Támesis, corre suavemente, hasta que acabe mi canto.
El río no lleva botellas vacías, papeles de bocadillos,
pañuelos de seda, cajas de cartón, colilas
ni otros testimonios de noche de verano. Las ninfas se han marchado.
Y sus amigos, los ociosos herederos de consejeros de la City;
se han marchado, sin dejar señas.
Junto a las aguas del Leman me senté a llorar…
Dulce Támesis, corre suavemente, hasta que acabe mi canto.
Dulce Támesis, corre suavemente, pues no hablo alto ni largo.
¡Pero a mi espalda en fría ráfaga escucho
el entrechocar de los huesos, y el risoteo extendido de oreja a oreja.