Diálogo Diálogo

  En Euzkadi existe un conflicto que, tras años  de dolor y de sufrimiento, parecía que estaba yendo hacia el fin de la violencia, y, así, acercarse a una posible solución. Quiero creer que pese al atentado de la T-4, y la ruptura del alto el fuego permanente, no todo está perdido. El objetivo de este texto es  reflexionar sobre lo sucedido, y lo que debería suceder para que el conflicto esté en vías de solucionarse. El diálogo debería ser la clave, como elemento fundamental del entendimiento entre los seres humanos, de la solución de este conflicto.

Desde hace un tiempo, en este país, hablar de forma positiva del concepto diálogo está mal visto desde ciertos sectores ideológicos. Se considera que toda propuesta positiva de diálogo significa estar a favor del diálogo con ETA. Se ha llegado a criticar, por ejemplo, que la materia de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos fomente, entre otros valores, el del diálogo como forma de resolver conflictos. Hace ya algunos años, en  la manifestación por el asesinato de Ernest Lluch, se llegó a demonizar a la periodista Gemma Nierga por haber pedido diálogo.

Jürgen Habermas afirma que el diálogo es el instrumento válido para llegar a un consenso sobre las normas que posibilitan nuestra convivencia. Ahora bien, no toda forma de diálogo es válida: la coacción o el chantaje no pueden formar parte del diálogo, ya que, según Habermas, todos los participantes en el diálogo deben tener los mismos derechos, así como las mismas oportunidades de defender su opinión. Además, dicho diálogo debe tener como objetivo el consenso entre los participantes.

El diálogo entendido desde la postura planteada por Habermas, es una herramienta fundamental para solucionar conflictos, ya que permite llegar a acuerdos que permitan una solución a dichos conflictos. Otras formas más radicales, como la violencia o la represión, lo esconden o ahogan, pero no lo solucionan, y el conflicto puede resurgir en cualquier momento. Un ejemplo lo podríamos encontrar en los Balcanes: una pésima solución a los problemas nacionalistas, y una década de monólogos amenazantes, provocaron las terribles guerras de los años 90 del siglo XX.

Cuando hablamos de diálogo, deberíamos establecer quién tiene derecho a participar en dicho diálogo. Como afirma Habermas, la coacción no puede formar parte del proceso de diálogo. Por ello, en el contexto del conflicto vasco ETA no es la solución, ni siquiera es un instrumento: ETA es el obstáculo más importante para su solución. Por ello, debemos considerar que la conversacions con ETA no son el diálogo que permitirá solucionar el conflicto vasco (como algunos quieren creer), sino el instrumento que permitirá acabar con la violencia, que es, precisamente, lo que no permite que exista dicho diálogo en las condiciones adecuadas.

Estoy convencido (aunque podría estar equivocado) que el atentado de la T-4 no pretendía acabar con estas conversaciones; que se trataba de un golpe en la mesa al no conseguir ETA, a través de estas conversaciones con el Gobierno, sus objetivos políticos. Poco importa: dicho atentado, en pleno alto el fuego permanente, muestra que ETA quería dominar dichas conversaciones a través de la coacción. Meses después, ETA declara el fin del alto el fuego permanente, como si el atentado de la T-4 nunca hubiera sucedido.

Por si alguien tenía alguna duda al respecto, los brutales atentados del 11 de marzo en Madrid mostraron qué inútil y absurdo resulta provocar el dolor y la muerte a través de la violencia terrorista. Y algo debió suceder en la conciencia de ETA para que, sin tregua ni alto el fuego, pasaran tres años, aproximadamente, sin ningún atentado mortal. Continuaron la violencia y la coacción, pero dejaron de matar, como paso previo a la declaración del alto el fuego permanente. Sin embargo, en pleno alto el fuego, robaron pistolas en Francia, continuó la kale borroka y atentaron en la terminal T-4 del aeropuerto de Barajas, provocando la muerte de dos ecuatorianos.

Este atentado supuso un auténtico jarro de agua fría sobre las esperanzas de paz, y mostraba que no todo el mundo en ETA cree que la mejor salida sea el fin de la violencia. El ejemplo de los GRAPO nos muestra que no hace falta demasiada gente, ni apoyos, para poder seguir provocando el dolor y la muerte. Si hay miembros de ETA que no quieren el fin de la violencia, esto puede ser un obstáculo insalvable para la paz. La auténtica esperanza del proceso de paz radica en el hecho que ETA y su entorno, se hayan dado cuenta que la violencia es absurda, inútil y terrible y, por ello, estén dispuestos a dar un paso atrás y dejar todo el protagonismo político a los legítimos representantes del pueblo vasco.

Hay que reconocer que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no lo ha tenido fácil, ya que la oposición del PP, negando la posibilidad de hacer lo que sin embargo hizo el PP cuando gobernaba, ha intentado erosionar al gobierno y al PSOE, utilizando como arma electoral la lucha antiterrorista. El Gobierno de Zapatero ha sido acusado de traicionar a los muertos, de vender España, cuando no de ser cómplice de ETA en los atentados del 11 de Marzo. Sin embargo, y pese al terrible daño que podía haber causado, creo que ésta actuación del PP, a mi juicio irresponsable, no ha tenido demasiada influencia  en el fracaso del proceso de paz, ya que la auténtica causa del fracaso ha sido el deseo de ETA de ser parte del proceso de diálogo político, sin cesar totalmente el uso de la violencia.

Algunos sectores abertzales se han dado cuenta de que con la violencia no se llega a ninguna parte, y que es, posiblemente, el mayor obstáculo para la realización de sus aspiraciones políticas. Sería conveniente que la estructura asamblearia de la Izquierda Abertzale mostrara, desde las bases, el deseo inequívoco del fin de la violencia, y que ETA captara el mensaje.

¿Qué debería suceder para el éxito de un auténtico proceso de paz? De momento, y hasta las elecciones previstas para Marzo de 2008, todo intento de diálogo o de llegar a  acuerdos está destinado al fracaso. El juego político de la democracia de bajo nivel que tenemos, en la que toda acción es evaluada exclusivamente en función de su rendimiento electoral, lo determina. Será muy importante, pero, que en estos meses, y pese al fin del alto el fuego permanente, no hubiera ningún atentado, y que desapareciera la kale borroka, que, a mi juicio, debe considerarse igualmente como violencia. Sería igualmente conveniente que ETA, tras el convencimiento de que la violencia es totalmente inútil, declarara el fin de la violencia, un alto el fuego definitivo (o la expresión que quieran utilizar), pero mostrando su decisión de dar pasos en dirección a la paz, sin que haya posibilidad de dar marcha atrás.

Esto podría propiciar otra ronda de conversaciones que tendrían como único objetivo el abandono de las armas y el proceso de disolución de ETA. En este nuevo proceso sería conveniente un menor protagonismo del presidente del gobierno, más discreción y menos ruido mediático, así como menos acoso y derribo por parte del principal partido de la oposición. Paralelamente, o, visto lo visto, posteriormente, podría iniciarse un proceso de reforma del estatuto vasco, similar al sucedido en Catalunya, Comunidad Valenciana o Andalucía, en el que la Izquierda Abertzale estuviera representada ya sea a través del Partido Comunista de las Tierras Vascas o de algunos significativos representantes del sindicato LAB. Batasuna no es, por el momento, un buen interlocutor. Arnaldo Otegui parecía que podía ser el hombre adecuado, pero el fracaso de la tregua indefinida con el gobierno Aznar, y del alto el fuego permanente del gobierno Zapatero lo han desmentido. Las conversaciones con ETA deben tratar, exclusivamente, de asuntos relacionados con el fin de la violencia. El auténtico diálogo sería el diálogo político, en el que una banda terrorista no puede participar.

El papel del PNV es fundamental en este proceso ya que, junto a la actitud del PP, es la gran diferencia entre el alto el fuego permanente y la tregua indefinida del gobierno Aznar. El Pacto de Lizarra es un pacto muerto y enterrado, y el PNV de Josu Jon Imaz apoya claramente al gobierno de Zapatero. El PNV es el partido nacionalista mayoritario en Euzkadi, por lo que el hecho que esté inequívocamente al lado del gobierno de Zapatero es un elemento clave del proceso de diálogo.

No es de extrañar que en el comunicado en el que ETA anuncia el fin del alto el fuego permanente, acuse al Gobierno de Zapatero y al PNV del fracaso del proceso de paz, sin hacer ninguna mención a la postura del PP en dicho proceso de paz. El cambio de actitud del PNV no es un asunto menor. Durante el gobierno de Aznar se inició una política de frentes (nacionalistas por un lado, constitucionalistas por otro) siendo el Pacto de Lizarra y el Plan Ibarretxe las consecuencias más destacables. Hoy esa política de frentes no existe. El fracaso de la tregua indefinida ha tenido mucho que ver con este cambio de actitud. La aventura del Plan Ibarretxe, así como el Pacto de Lizarra forman parte de un proceso superado y de difícil repetición. La política de frentes ha terminado.

La reforma del Estatuto de Euzkadi puede ser, éste sí, el proceso de diálogo de todas las fuerzas políticas que pueden llevar a la solución del conflicto vasco. Este proceso debería realizarse siguiendo escrupulosamente los procesos legalmente dispuestos para la reforma del estatuto vasco, y aceptando todos el resultado final. ETA no sólo no puede participar en dicho diálogo sino que debería  estar disolviéndose como organización terrorista, si no lo ha hecho ya.  

Quisiera remarcar que, hasta ahora, no he hecho ninguna mención al proceso de paz de Irlanda del Norte. La razón es sencilla: las circunstancias del conflicto irlandés son muy diferentes de las del conflicto vasco, aunque sí puede considerarse la posibilidad de tomarlo como modelo por el resultado del proceso y su enorme dificultad inicial. La política de frentes podría habernos llevado a un contexto de enfrentamiento entre nacionalistas y no nacionalistas que podría parecerse al conflicto de Irlanda del Norte, pero la inteligente reacción del PNV a la ruptura de la tregua indefinida, alineándose con el resto de fuerzas políticas democráticas, lo ha evitado. 

Considero mucho más comparable el caso vasco con el caso catalán, en el que el intento de Terra Lliure de que la violencia formara parte del proceso político catalán, fue abortado, y donde un partido independentista forma parte del gobierno autonómico, incluso sin aceptar el texto definitivo del estatuto aprobado por el pueblo catalán, en referendum, en Junio de 2006. Éste debería ser el destino del conflicto vasco, la desaparición definitiva de toda violencia política, y la aceptación de las reglas de juego democrático por parte de todos los partidos políticos, y el diálogo como único instrumento político. 

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