Autoritarismo posdemocrático

He escrito algunas veces que el autoritarismo posdemocrático es la amenaza que se cierne sobre el futuro de las democracias liberales por la pérdida de peso que los gobiernos están sufriendo en el proceso de globalización. Con un poder económico globalizado y un poder político que sigue siendo nacional y global los problemas de gobernanza son manifiestos, la capacidad de la política de poner límites al dinero y a los mercados es cada vez más débil, incapaz de combatir el chantaje fiscal o los ataques contra la deuda del Estado. Y la impotencia genera autoritarismo. Con los gobiernos cada vez más reducidos a las funciones de seguridad y orden público, la tentación de limitar paulatinamente derechos y libertades y reforzar la dimensión represiva (con la coartada de la amenaza terrorista) es constante.

Estos días me pregunto si el gobierno de Rajoy representa un experimento en la construcción del autoritarismo postdemocrático. En este sentido la gestión del caso catalán con la renuncia, desde el primer día, a afrontarlo políticamente y con la estrategia de parapetarse detrás del poder judicial, trasladando al terreno del delito un debate que nunca tenía que salir del ámbito de la política, es un caso de estudio. Los primeros años de Rajoy fueron profundamente ideológicos, con batallas en el terreno de la educación y de los derechos personales, con una reforma laboral de clase que ha dejado a los trabajadores al margen de la recuperación, con voluntad de renacionalizar las políticas de enseñanza y de revisar la legislación del aborto. Una restauración conservadora que en parte quedó frustrada, y pagaron por ello sus principales tenores Wert y Ruiz Gallardón, por el impacto de la crisis económica, por la herida de la corrupción y por el rechazo de una parte de su propio electorado. El ritmo cambió bruscamente. De la batalla ideológica se pasó al liderazgo del hombre imperturbable, a la minimización de los problemas, a la inacción como solución. Fue la apoteosis del sentido común, como le gusta decir a Rajoy, que, según, se le recordaba con ironía está a punto de caducar.

Durante estos años, Rajoy ha ido parapetándose detrás de los tribunales, en manifiesta dejación de responsabilidades que eran estrictamente políticas, generando además una creciente confusión entre poder político y poder judicial. Fracasado en parte su proyecto de restauración ideológica, Rajoy se ha enfrentado a la cuestión catalana desde el desdén, agazapado en “un debate estéril sobre legitimidad y legalidad que no resolverá el problema” (editorial del Financial Times). Y ahora lo paga. Negó el problema político desde el primer momento. Lo traspaso a los tribunales hasta el punto de que en 2015 perpetró algo insólito en las democracias liberales: atribuir al Constitucional funciones penales, desnaturalizando su función de responsable del control de las normas. Probablemente, Rajoy ha sido víctima de un autoengaño: la creencia de que el independentismo se hundiría sólo, la fantasía de que los catalanes como siempre frenarían antes del choque, el fatalismo de un problema que está allí pero que no pudo imaginar que saliera de su ámbito habitual de confort (que en tiempos de Pujol había tenido retroalimentación mutua) Los problemas políticos se afrontan políticamente, Rajoy se negó a hacer política, nunca se planteó trabajar para construir una mayoría alternativa en Cataluña, porque siempre la ha visto como territorio ajeno, y ahora no le queda otra vía que desplegar la vía autoritaria, con el traslado a los tribunales del problema que no resolvió. Triste favor a la justicia, cuya imagen saldrá tocada de esta aventura.

Y lo hace con la única estrategia que le queda tras descartar todas las demás: buscar la propagación del miedo. Llamar a declarar a 720 alcaldes, amenazar a los ciudadanos que formen parte de las mesas electorales y a los que vayan a votar un referéndum ilegal, prohibir mítines, es un intento de socialización del pánico, que no le evitará tener que mandar a la policía el 1-0. Por su desidia. Los derechos se conquistan colectivamente, pero son siempre individuales. Nadie puede tenerlos por nosotros. De ahí, la sospecha de Yuval Noah Harari, el autor de Homo Deus: Las dictaduras del futuro, alimentadas por una masa de datos, no oprimirán más a los grupos, sino directamente a los individuos de los que se sabrá todo. Autoritarismo posdemocrático es la figura.

Música & humanismo

[Jordi Savall, El País 8-11-2014]
Renunciar a una distinción importante como es el premio Nacional de música,
otorgado por el Ministerio de Cultura, como reconocimiento a más de cuarenta años de dedicación apasionada y exigente a la difusión de la música como fuerza y lenguaje de civilización y de convivencia, ha sido un gran sacrificio, pero una decisión al fin y al cabo relativamente clara de tomar. Aunque concedido por un jurado compuesto en parte por músicos y personalidades independientes, ¿cómo podía aceptarlo viniendo de la mano de una institución que desde tiempos inmemoriales ha dado la espalda a los músicos y especialmente al Patrimonio musical histórico del país? ¿cómo podía callarme y beneficiarme de los 30.000 euros que lo acompañan, sin pensar en las voces cada día más numerosas y más desesperadas de tantos músicos que piden ayuda y oportunidades, y que se han quedado sin trabajo ante la rápida desaparición de festivales y reducción de programaciones de conciertos en auditorios de resultas de la drástica supresión de las modestas ayudas?

La cultura, el arte, y especialmente la música, son la base de la educación que nos permite realizarnos personalmente y, al mismo tiempo, estar presentes como entidad cultural en un mundo cada vez más globalizado. Estoy profundamente convencido que el arte es útil a la sociedad, contribuyendo a la educación de los jóvenes, y a elevar y a fortalecer la dimensión humana y espiritual del ser humano. Durante siglos y hasta la Revolución Francesa, fueron la mayoritariamente la nobleza y la Iglesia las que financiaron la cultura y el arte. En tiempos modernos es la filantropía de algunos ricos negociantes y burgueses que, por amor a sus ciudades o países, hace posibles la construcción de museos, hospitales, estaciones, iglesias, teatros de ópera, auditorios. En pleno siglo XXI el mundo económico y las grandes fortunas están totalmente globalizados, y en nuestro país hay que añadir que no ha existido la tradición filantrópica de los países anglosajones y, para mayor desgracia, no tenemos ni una ley de mecenazgo correcta. Pero lo más grave es que, a pesar de un extraordinario y creciente interés en todo el mundo por las músicas barrocas, renacentistas y medievales, no existe en España un pleno reconocimiento institucional de la gran importancia de nuestro patrimonio musical histórico. Ello se debe, en gran parte, a la trágica pérdida de memoria de la conciencia musical europea que había perdurado hasta los años cincuenta, y que todavía continua vigente en nuestro país, ya que nuestro repertorio musical anterior al 1800 permanece sepultado bajo las sucesivas capas culturales que el romanticismo y el modernismo han añadido sobre él. El resultado de esta gravísima desatención de la que no existe tan siquiera clara conciencia, es una imagen incompleta y distorsionada de nuestra tradición e identidad culturales, a las que ha sido cercenado uno de sus aspectos más vitales, brillantes y originales.

No olvidemos que nuestras orquestas sinfónicas, nuestros grandes coros, nuestros grandes teatros de ópera, que también padecen de los recortes, responden a un modelo cultural centroeuropeo especializado en los repertorios del siglo XIX, mientras que nuestro patrimonio más universal –desde las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio hasta las ensaladas de Mateo Flecha, desde las misas de Cristóbal de Morales y de Tomás Luis de Victoria hasta los villancicos de Sebastián Durón, desde las églogas de Juan del Enzina hasta las óperas de Vicente Martín y Soler–, dependen exclusivamente del buen hacer de la iniciativa privada. España necesita un proyecto cultural apoyado por una clara voluntad política que le permita recuperar sus principales músicas históricas, ya que representan uno de los patrimonios intangibles de la humanidad más importantes y más significativos por su especial relación histórica con las culturas musicales del Mediterráneo y del Nuevo Mundo.

“La riqueza cultural de un país depende no sólo de la importancia de su patrimonio, sino más bien de su capacidad de valorarlo, lo que implica un proyecto, el cual supone una voluntad…” Estas palabras, que le recordaba hace exactamente 10 años (en una carta del 25 de noviembre 2004) a Carmen Calvo, ministra de Cultura del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, continúan definiendo las causas esenciales de una grave situación de desinterés e ineficacia por nuestra cultura y sus creadores, y en especial por la música histórica y los músicos que la mantienen viva. Tres palabras clave en toda política cultural: valor, proyecto y voluntad. Todas cualidades que desde tiempos remotos no forman parte del quehacer cotidiano de nuestros máximos responsables al programar una política cultural que tendría que ser digna y generosa, y siempre velando que todas las clases sociales puedan acceder a ella. ¿Las causas de tal desinterés? Primero por ignorancia, ya que no se puede valorar lo que no se conoce. Segundo por falta de proyecto, ya que ninguna política cultural de interés general puede afianzarse sin un proyecto serio. Y, finalmente, por falta de voluntad: sin un mínimo apoyo institucional estable es imposible consolidar la recuperación y la difusión de un patrimonio musical milenario.

¿Cuántos españoles han podido alguna vez en sus vidas, escuchar en vivo las sublimes músicas de Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero o Tomás Luis de Victoria? Quizás algunos miles de privilegiados hayan podido asistir a algún concierto de los poquísimos festivales que programan este tipo de música. Pero la inmensa mayoría, nunca podrá beneficiarse de la fabulosa energía espiritual que transmiten la divina belleza de estas músicas. ¿Podríamos imaginar un Museo del Prado en el cual todo el patrimonio antiguo no fuera accesible? Pues esto es lo que sucede con la música, ya que la música viva solo existe cuando un cantante la canta o un músico la toca. Los músicos son los verdaderos museos vivientes del arte musical. Es gracias a ellos que podemos escuchar las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio, los villancicos y motetes de los siglos de Oro, los tonos humanos y divinos del barroco… Por ello, es indispensable idear los mecanismos institucionales para dar a los mejores músicos un mínimo de apoyo institucional estable, ya que sin ellos nuestro patrimonio musical continuaría durmiendo el triste sueño del olvido y de la ignorancia.

La ignorancia y la amnesia son el fin de toda civilización, ya que sin educación no hay arte y sin memoria no hay justicia. No podemos permitir que la ignorancia y la falta de consciencia del valor de la cultura de los responsables de las más altas instancias del gobierno de España, erosionen impunemente el arduo trabajo de tantos músicos, actores, bailarines, cineastas, escritores y artistas plásticos que detentan el verdadero estandarte de la cultura y que no merecen sin duda alguna el trato que padecen, pues son los verdaderos protagonistas de la identidad cultural de este país.

Mi profundo desacuerdo con esta actitud y situación, son la única razón de mi renuncia al Premio Nacional de la Música 2014, y no, como algunos han querido dar a entender, por otras razones relacionadas con la actual situación política en Cataluña y por asociarlo a mi claro apoyo al derecho de los catalanes de votar el próximo 9 de noviembre. Llevo medio siglo de mi vida viajando con mi viola de gamba y mis músicos de Armenia, Turquía, Israel, Marruecos, Siria, Bulgaria, Bosnia, Serbia, del viejo y del nuevo mundo, y mi hogar es donde se venera a la música y la amistad. Pero en un mundo cada vez más globalizado, no puedo olvidarme de mis orígenes, de mi lengua ni de mi cultura, pero esto nunca me ha impedido sentirme en casa tanto en Sevilla como en Paris, en Basilea o en Nueva York, en Toledo o en Florencia. Con la música no se puede mentir, y el oficio de músico nos enseña y obliga a escuchar, a compartir, a respetar, a dialogar, a buscar la armonía y, gracias a todo ello, podemos establecer nuevos puentes entre las culturas y las creencias más diversas y alejadas.

Vivimos en una época de gravísimas crisis; política, económica, ética, social y cultural, a consecuencia de la cual una cuarta parte de los españoles está en situación de gran precariedad y más de la mitad de nuestros jóvenes no tiene, ni tendrá quizás, posibilidad alguna de conseguir un trabajo que les asegure una vida mínimamente digna. Una crisis que anunciaba ya Tomás Moro en 1516, cuando decía allí donde todo se mida por el dinero, no se logrará jamás organizar la justicia y la prosperidad social, a menos que consideres justa una sociedad en la que las mejores prebendas vayan a manos de los peores y que creas perfectamente feliz el Estado donde la fortuna pública sea la presa de un grupo de individuos insaciables de placeres, mientras la mayoría es devorada por la miseria” (Utopía: “Sobre la Justicia y la prosperidad social”). La prensa nos da a conocer cada día nuevos casos de corrupción de políticos y hombres de negocios, y al mismo tiempo se dan a conocer la lista de las 100 grandes fortunas de España, desvelando que aglutinan 164.424 millones de euros, y mencionando que sus fortunas habían aumentado en un año un 9’2%, mientras que el umbral de pobreza de la población aumenta día a día (¡solamente en una ciudad como Barcelona se ejecutan una media de 22 desahucios diarios de familias que no llegan a poder pagar su vivienda!). Esto nos hace recordar que vivimos en un mundo cruel y profundamente injusto, en el cual el 1% de la población posee lo que necesita el 99%: mejores viviendas, mejor educación, mejores médicos y mejores formas de vida. Ahora bien, como señala Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía en el 2001, a esa minoría le falta algo “que, al parecer, el dinero no ha comprado: la conciencia de que su destino está vinculado al modo en que vive el otro 99 por ciento. A lo largo de la historia, es algo que ese 1 por ciento superior acaba aprendiendo… demasiado tarde”.

Actualmente como observa con extraordinaria lucidez Tony Judt (1948-2010) “Nuestro culto contemporáneo a la libertad económica ilimitada, combinado con la intensificada sensación de miedo e inseguridad, conducen a la reducción de las prestaciones sociales y a una regulación económica mínima… El miedo resurge como un ingrediente activo de la vida política de la democracias occidentales. El miedo al terrorismo, por supuesto; pero también, y quizá de un modo más insidioso aun, el miedo a la incontrolable velocidad del cambio, el miedo a la pérdida del empleo, el miedo a perder terreno frente a otros en una distribución cada vez más desigual de los recursos, el miedo a perder el control de las circunstancias y las rutinas de la propia vida cotidiana. Y, quizá por encima de todo, el miedo a que ya no sólo no podamos dirigir nuestra vida, sino a que también hayan perdido el control quienes detentan la autoridad en provecho de fuerzas situadas más allá de su alcance”. Judt concluye defendiendo el lugar de la historia reciente en una época de olvido: “Creemos haber aprendido lo suficiente del pasado para saber que muchas de las viejas respuestas no funcionan, y puede que sea cierto; pero en lo que el pasado puede ayudarnos es a comprender la eterna complejidad de las preguntas».

Nos dice Elias Canetti “Cuanto más la población terrestre va volviéndose más densa, cuanto más la vida se vuelve más maquinal, menos podremos pasar de la música. No está lejos el día donde ella sola podrá salvarnos de la ceñida red de lo funcional, y es el primer deber de la inteligencia futura preservar de toda influencia esta formidable reserva de libertad. Ella es la historia viviente de la humanidad pues, sin ella, solamente poseeríamos parcelas muertas”. Son todos los músicos actuales los que mantienen viva esta historia de la humanidad, pues con sus cantos y sus sonidos, con su talento y su sensibilidad, nos transmiten día a día, toda la belleza creada por todos los grandes compositores del pasado. Sin ellos, sin la emoción de este eterno renacer, que es el milagro del arte, dormirían el triste sueño del olvido. Todo ello explica mi renuncia al Premio Nacional de Música 2014, convencido que este sacrificio será comprendido como un acto revulsivo en defensa de la dignidad de los artistas y pueda, quizás, servir de reflexión para imaginar y construir un futuro más esperanzador para nuestros jóvenes.

Creo, como decía Dostoyevski, que la Belleza salvará al mundo, pero para ello es necesario poder vivir con dignidad y tener acceso a la educación y a la cultura.

La immigració a Catalunya

[Judit Carrera, El País, 8-11-2014]
En vigílies del 9-N, és interessant constatar la proliferació de projeccions de futur que genera la perspectiva de la independència de Catalunya. Aquesta setmana es va presentar a Barcelona el Llibre Blanc de la capital d’Estat i, fa només un mes, el Llibre Blanc de la Transició Nacional de Catalunya, que inclou reflexions prospectives sobre diferents àmbits de l’organització d’un Estat independent. Benvinguts siguin aquests informes que alimenten el debat raonat i que haguessin estat un bon punt de partida per a una discussió política de fons com la que va tenir lloc en el referèndum d’Escòcia.

Per complementar aquests horitzons de futur, s’acaba de publicar un llibre important que ofereix una fotografia de present de Catalunya a partir de la immigració. Es tracta de Catalunya al mirall de la immigració. Demografia i identitat nacional (L’Avenç), una obra monumental d’Andreu Domingo que analitza l’evolució de la població catalana des de principis del segle XX fins a l’actualitat. És un llibre exhaustiu que, a partir del cas català, recorre molts dels debats polítics, jurídics i culturals vinculats a la immigració en les societats occidentals de les últimes dècades. No obstant això, més enllà dels discursos teòrics, el més interessant del llibre és el retrat demogràfic que fa de Catalunya, la fotografia real de qui som, on hem nascut i on emigrem. En un moment de tantes incerteses i especulacions, és reconfortant trobar un llibre que parteix de la realitat demogràfica que efectivament tenim i que resulta imprescindible per elaborar una idea fidedigna de la nostra societat.

La principal conclusió del llibre és la centralitat de la immigració en l’evolució de la població de Catalunya. Que aquesta ha estat una terra de pas i d’acolliment no és només un tòpic. Domingo demostra fins a quin punt les principals onades d’immigració del segle XX han estat determinants per a la Catalunya actual. Amb la població envellida i la baixa fecunditat pròpies de tot país que ha fet la seva transició demogràfica, Catalunya ha passat de 2 milions d’habitants el 1901 als 7,5 milions actuals gràcies sobretot a tres onades d’immigració: la del primer terç de segle, la que va tenir lloc durant el franquisme i la més internacional i recent de finals dels anys noranta i principis del segle XXI.

Amb aquesta perspectiva de llarg recorregut, Domingo demostra que les migracions depenen essencialment dels cicles econòmics, de tal manera que les tres van tenir lloc durant les fases de creixement prèvies a la crisi del 1929, la del petroli del 1973 i la global i financera del 2008, respectivament. D’entre totes, sobresurt l’última immigració internacional, perquè és la més important en termes absoluts, que avui representa el 17,7% de la població i que ha estat la responsable del 90% del creixement demogràfic recent català. A això últim contribueix sens dubte el fet que els seus integrants tinguin una mitjana d’edat de 31,3 anys. Així, la immigració internacional ha canviat el demos català de manera radical. Com a mostra, una anècdota: tots els estats del món estan avui representats en algun municipi català.

El llibre de Domingo és un triturador de tòpics. Per exemple: la  intensa onada d’immigració internacional no ha comportat la creació de guetos

El llibre de Domingo és també un triturador de tòpics. Per exemple: aquesta intensa onada d’immigració internacional no ha comportat la creació de guetos. Només en 16 municipis catalans el nombre de nascuts a l’estranger supera als nascuts a Espanya, sense que necessàriament això comporti pobresa o marginalitat. De fet, les àrees més segregades de Catalunya estan ocupades per ciutadans d’altres països de la UE, molts dels quals amb un elevat poder adquisitiu.

Un altre tòpic que desfà el llibre és que el català s’ha mantingut no a pesar, sinó gràcies a la immigració. La llengua és el principal tret cultural dels catalans i, com a tal, és molt més obert i fàcil d’adoptar que una nacionalitat, una religió o evidentment una raça. A l’immigrant només se li demana que respecti que el català és la llengua pròpia i que no s’oposi al fet que sigui la llengua dels seus fills. Així, amb el temps, el català s’ha convertit en el principal instrument d’integració i de reconeixement dels immigrants, de manera que l’acceptació, aprenentatge i ús de la llengua han revertit de manera directa en la seva bona salut actual.

Catalunya al mirall de la immigració és un llibre ple de matisos que aborda la complexitat de la immigració i de fenòmens demogràfics d’enorme transcendència i sensibilitat política i social. Així, per exemple, es dilueix la idea comuna que Franco va utilitzar la immigració rural per intentar desnaturalitzar el poble català, o s’alerta del perill de creure que Catalunya està expulsant de manera massiva els seus joves més ben formats davant el risc que es converteixi una profecia autocomplerta.

En un moment en què els catalans manifesten una clara voluntat de passar per les urnes per fixar el seu propi retrat i decidir el seu futur, estem davant un llibre interessant i de gran utilitat.

Judit Carrera és politòloga

Corrupció a Espanya

 I AIXÍ FINS A LA CRISI FINAL” [Enric Company, El País 28-10-2014]

D’on ve tot això? Com ha pogut créixer tan vigorosa en un sistema democràtic la corrupció pública entre els governants? L’excusa que alguns pocavergonyes s’aprofiten de certes situacions no explica l’expansió com una taca d’oli de la idea que les Administracions públiques existeixen perquè els polítics les saquegin, que és el que mostren el cas Gürtel i les seves múltiples derivacions o el cas Millet i molts d’altres. No explica tampoc com ha pogut ser tan extensa la convicció d’impunitat, la creença que el poder polític també serveix per protegir, arribat el cas, qui sigui enxampat en una falta. Ni la idea que, si enxampen algú, només hagi de dimitir si el partit l’hi exigeix.

Aquí tenim un intent d’explicació. Durant quatre llargues dècades, des de la Guerra Civil, el que estava permès als titulars de l’Administració pública era, simplement, el que la superioritat permetia. Aquest era el control veritablement existent, tant en el plànol polític com en el de la moral pública. Era així i punt. Era un sistema d’una verticalitat total, que acabava en un vèrtex unipersonal lliure de qualsevol obligació de retre comptes. Es vanagloriava obscenament que, en tot cas, els comptes els retria només davant de Déu i la història. Però, la superioritat, què era, materialment? Era una línia directa, vertical, jeràrquica, en la qual tenir la confiança i l’assentiment directe o indirecte del nivell immediat per dalt assegurava al de baix la correcció del que cadascú decidís que era bo o dolent, correcte o incorrecte. Si la superioritat deia que pel bé del partit, o de la pàtria, calia fer això o allò altre, es feia, per descomptat. Si mentrestant se’n derivaven beneficis marginals i colaven, doncs això, colaven. Des del Govern fins a l’últim alcalde. Per descomptat, no es dimitia, se cessava.

Aquest va ser el model del franquisme i el franquisme va ser, cal recordar-ho, l’hàbitat polític de les dretes d’aquest país des del 1939, o el 1936 en segons quines zones, fins al 1977. Quatre dècades seguides donen per a molt i això explica en gran mesura que aquest model es convertís en cultura, que quallés com la cultura política de gran part de les dretes i de les elits econòmiques crescudes a la seva ombra, que van ser les beneficiàries de la dictadura. L’Administració era patrimoni exprimible per qui la regentava, fins a nova ordre.El que se sap del cas dels ERE a Andalusia parla més d’una mimetització d’aquest model d’arrel caciquista

Se sap de sobres que hi ha hagut casos de corrupció política també en partits com CiU i el PSOE, que a diferència del PP no es van forjar a partir del motlle polític del franquisme. Més aviat al contrari, es van formar o van renéixer com els seus adversaris. El cas més notable que afecta el PSOE, el dels ERE d’Andalusia, mostra similituds amb el comportament del PP en els seus feus de Madrid, València i les Balears. Però en aquesta ocasió es tracta més aviat de l’assimilació d’una altra de les característiques de la tradició política de les dretes, que és anterior al franquisme, la del clientelisme derivat del sistema caciquista de l’època de la Restauració borbònica. Com el del franquisme, són els sistemes que han permès la dominació social i política de les dretes durant un segle, amb intervals breus, brevíssims. El que se sap del cas dels ERE a Andalusia parla més d’una mimetització d’aquest model d’arrel caciquista per una esquerra que, amb els anys, acaba per enquistar-se en l’Administració més que dirigir-la per governar.

Evidentment, no es tracta de remetre al franquisme o al caciquisme del segle XIX la culpa del que passa ara. La descripció d’aquests models tampoc ho explica tot. En un país amb una moral pública mitjanament digna d’aquest nom, l’aparició del nom del president del Govern en una llista de dirigents del seu partit que cobrava en negre, com és el cas de Rajoy, n’hauria provocat la dimissió. Com que en aquesta llista també hi ha el ministre d’Hisenda en plaça i molts altres polítics amb altes responsabilitats, el més normal és que una crisi d’aquesta envergadura requerís una refundació del partit. I unes eleccions. Això no es va fer i des de llavors el que ha passat és una pluja d’escàndols protagonitzats per polítics destacats del PP que, incomprensiblement, no s’afronten. En espera de què? Que la ciutadania se n’oblidi, que cada nou cas tapi el de la setmana anterior?

El Govern format per un partit immers en aquestes condicions està legitimat per dur a terme la venda del patrimoni públic, com vol fer el de Rajoy amb AENA, per exemple? No, no ho està. El fet que ho faci reforça la idea que manca d’una moral pública homologable a la de països similars. Però no d’objectius. A l’inrevés, aquests objectius es converteixen en la justificació de la seva continuïtat a ulls dels mitjans econòmics beneficiats per les seves polítiques. Es tracta de seguir utilitzant la conjuntura de crisi econòmica per continuar amb el gegantí traspàs de riquesa de les classes mitjanes i populars a una fracció privilegiada: la que gestiona els entramats econòmics i la que no para de cridar al Govern: “Així, així”. I així fins que cristal·litzi la crisi de règim.

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  1. Funcionamiento de una trama” [El País, 28-10-2014]
  2. Claves de la Operación Púnica” [El País, 27-10-2014]

UNA ESPAÑA SIN ESPEJOS [Joan B. Cuya i Clarà, El País, 18-10-2014]

Artur Mas es un zombi que ha perdido el juicio”. “Si no fuera porque en Euskadi nos mataban, yo diría que esto de Cataluña es peor”. “ETA es un aliado de Mas”. El proyecto independentista es “el sueño de una Gran Andorra”, paraíso de evasores fiscales y blanqueadores de dinero negro. Manifestarse pacíficamente por las calles el Once de Septiembre equivale a “conmemorar una guerra civil”. La demanda soberanista catalana “supone un ultraje” para las demás autonomías. Los grupos partidarios de la consulta constituyen una “anticosmopolita coalición de agropecuarios y antisistema”. El “desafío por parte de los independentistas” sólo pretende “tapar las vergüenzas de una de las autonomías más corruptas, Cataluña”.

Las frases que llenan el párrafo anterior son sólo un mínimo florilegio de descalificaciones lanzadas, a lo largo de las últimas semanas, contra la pretensión —rotundamente mayoritaria en las instituciones democráticas catalanas— de celebrar una votación consultiva acerca del futuro estatus político de Cataluña. Unas frases no recolectadas en ambientes extremistas y marginales, sino dichas o escritas por lo más granado de la clase política y de la intelectualidad españolas del año 2014.

De 2014, sí, cuando se investiga un caso de fraude y malversación masivos en la base aérea de Getafe; y existe una denuncia por la gestión económica del Hospital Militar Gómez Ulla; y cada día conocemos detalles más escandalosos alrededor del asunto de lastarjetas negras de Caja Madrid y de Bankia; y sabemos que el líder histórico del SOMA-UGT, Fernández Villa —el hombre del pañuelo rojo al cuello y el puño en alto, junto a Alfonso Guerra, en Rodiezmo— ocultó al fisco 1,4 millones de euros; y crecen el fraude de los ERE y el de los fondos de formación para parados en Andalucía; y siguen coleando los casos Gürtel, y Fabra, y Cotino, y Bárcenas, y Palma Arena, y Nóos, y…

No, no se preocupen, no voy a atrincherarme en el y tú, más. Y, desde luego, no creo que los escándalos citados quiten ni un ápice de gravedad al caso Palau, al caso Pujol o a las derivaciones que uno u otro puedan tener, y que deben ser investigadas hasta las últimas consecuencias. Pero el hecho de que, mientras los estallidos de la corrupción lo sacuden todo (realeza, Fuerzas Armadas, partidos, sindicatos, instituciones financieras, administraciones públicas…), haya quien presente la Cataluña autónoma como la cueva de los 40 ladrones me parece muy sintomático de un problema sobre el que sí quisiera reflexionar un poco: el aparente embotamiento, la parálisis de la capacidad autocrítica de intelectuales y políticos españoles ante el así llamado “desafío catalán”.

Bien está que, frente a dicho reto, se busquen las contradicciones del bloque soberanista, y se hurgue en las evidentes debilidades del proceso preparatorio del 9-N, y se subrayen las consecuencias negativas de una eventual independencia, etcétera. Pero, ¿no sería también saludable que algunas cabezas pensantes, desde la defensa de la unidad de España, reflexionasen seriamente sobre cómo y por qué ha llegado Cataluña al estado de opinión presente?

Cuando digo “seriamente”, me refiero a dejar de lado imaginarios e imposibles lavados de cerebro, a no obsesionarse con la supuesta capacidad adoctrinadora de una Televisió de Catalunya cuya cuota de pantalla alcanza a lo sumo el 14%, y a examinar con rigor la gestión jurídica, política, discursiva y cultural que el establishmentespañol ha hecho, a lo largo de las últimas tres décadas y media, de la pluralidad identitaria del Estado. Desde la LOAPA hasta las reacciones y respuestas ante el nuevo Estatuto catalán entre 2005 y 2010, para entendernos. Ya puestos, tal vez esos intelectuales críticos podrían mirarse al espejo de la historia contemporánea de España y tratar de descubrir en ella alguna lección provechosa para el escenario actual.

Por mi parte —espero que puedan perdonarme la osadía—, me permitiré aventurar alguna hipótesis muy personal. Para no retrotraerme a siglos que conozco menos, mi impresión es que, desde los albores de 1800, la cultura política española sólo ha concebido los conflictos de poder a los que hubo de enfrentarse en términos de victoria o derrota. La transacción, el fifty-fifty, el compromiso —ese concepto que, en alemán (Augsleich), sostuvo la estabilidad de la Europa danubiana durante el medio siglo anterior a la Gran Guerra, por ejemplo— resultan extraños, y objeto de menosprecio, en el acervo político hispano. Eso sí: es una incapacidad para el compromiso provista siempre de sólidas bases jurídicas y constitucionales.

La Constitución de Cádiz de 1812 definía “la Nación española” como “la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”; los absolutistas, por su parte, consideraban a Fernando VII soberano omnímodo “de las Españas y de las Indias”. Sin embargo, ni una legalidad ni la otra pudieron impedir que, en los tres lustros siguientes a la promulgación de la Pepa, la gran mayoría de los presuntos españoles del hemisferio americano dejasen de serlo para convertirse en ciudadanos de una serie de repúblicas independientes. Bien es cierto que Madrid tardó décadas en aceptarlo y en reconocerlas.

La monarquía británica, en cambio, obró de un modo bien distinto. Aleccionada por el fracaso de la receta del todo o nada frente a la rebelión de las Trece Colonias de América del Norte, a lo largo del siglo XIX se apresuró a conceder amplísimos autogobiernos a sus criollos de las colonias de poblamiento europeo (Canadá, Australia, Nueva Zelanda, el Cabo…), desactivando así las ansias de independencia de tales territorios y conservando hasta hoy mismo a la mayor parte de ellos —y a muchos otros— en el seno de la Commonwealth.

Significativamente, no ha existido jamás ni siquiera a nivel de proyecto una Commonwealth, una Mancomunidad hispánica de naciones. La España oficial no extrajo de la pérdida de la América continental ninguna lección útil y, cuando eclosionó el problema cubano, lo afrontó con la misma y desastrosa fórmula: inflexibilidad jurídica y firmeza retórica: el artículo 89 de la Constitución de 1876 consideraba a Cuba una “provincia de Ultramar”, parte inalienable de la nación; y el presidente Cánovas proclamó enfáticamente que España defendería Cuba “hasta el último hombre y la última peseta”. Los resultados del envite son de sobra conocidos.

Sí, ya sé que Cataluña no es Cuba, ni el virreinato del Río de la Plata. No estoy comparando las situaciones respectivas, sino los reflejos profundos del Estado español cuando se le plantean problemas de soberanía. Y ni siquiera soy original en eso: hace casi un siglo, en diciembre de 1918, un peligrosísimo separatista de nombre Francisco Cambó reprochaba en sede parlamentaria al Gobierno —a los gobiernos españoles de la Restauración— “querer prescindir por completo de las soluciones que en el mundo han tenido los pleitos de libertad colectiva”, llegando “a la triste conclusión de que un pleito de libertad colectiva no tenía solución jurídica, como nunca lo han tenido, por desgracia, en España”.

Desde luego, Cambó no pensaba en Escocia. Y ni siquiera se le había pasado por las mientes el caso de Gibraltar, ese microproblema de libertad colectiva que la España oficial no ha sabido resolver en tres siglos. Primero, porque trató de arreglarlo a base de cañonazos y asedios; luego, con verjas, candados y tapones fronterizos; siempre, con el objetivo último de ver a los gibraltareños rendidos y saliendo de uno en uno, con el carné en la boca. Lo dicho: victoria o derrota, sin términos medios. ¿Acaso hemos olvidado ya la épica reconquista de Perejil?

No, la inmensa mayoría de los catalanes que quieren ejercer la soberanía no odian a España ni lo español. Pero se sienten, especialmente desde el año 2000, maltratados moral y materialmente por un Estado —por un sistema jurídico-político— que perciben como ajeno, cuando no hostil, a su identidad y a sus intereses. Y, tras la sentencia que en 2010 disipó tantas ilusiones, no creen haber recibido de aquel Estado otra cosa que desdenes, humillaciones y amenazas.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Nostalgia de dictadores [Julián Casanova]

[Julián Casanova, El País 14-10-2014]”Buscar explicaciones racionales a fenómenos tan irracionales, y complejos, como el Gran Terror, el Holocausto o las diferentes manifestaciones de la violencia desatada por esos dictadores, siempre ha resultado una tarea difícil, casi imposible, para los historiadores. Pero sabemos perfectamente, por las numerosas pruebas existentes, evaluadas y contrastadas, que toda esa modernización y desarrollo de las dictaduras, cuyos dirigentes llevaron el culto a la personalidad a extremos sin precedentes, fueron obtenidas a un horroroso precio de sufrimiento humano y de costes sociales y culturales. Para millones de víctimas, el dominio de esos líderes significó prisión, tortura, ejecuciones, campos de concentración y exilio. La ciencia y la cultura fueron destruidas o puestas al servicio de sus intereses y objetivos. Muchas minorías sufrieron deportaciones masivas desde sus hogares tradicionales y en las sociedades se instaló el miedo, la denuncia, la sumisión y la despolitización.(….)

España es un ejemplo de sucesos trágicos del pasado que proyectan su sombra sobre el presente
Todo eso lo sabemos porque se ha investigado de forma detallada y rigurosa en esos países, con la apertura de nuevos archivos y con diferentes aproximaciones biográficas y empíricas al ingente material disponible. Con memorias divididas, y España es un buen ejemplo, esos trágicos sucesos del pasado han proyectado su larga sombra sobre el presente. La sombra del Gulag, del nazismo, de los campos de exterminio, de la persecución de los judíos, del genocidio o de la represión franquista. Por eso llama la atención el interés que ahora muestran algunos historiadores en destacar la parte más positiva de aquellos tiranos que dominaron sin piedad durante décadas las vidas de millones de ciudadanos, sometiéndolos a una fatalista sumisión a los sistemas totalitarios que habían creado.(…)
Pero en realidad no son los hechos históricos los que se discuten y se trasladan al debate público, sino la interpretación de esos hechos que mejor sirve a los gobernantes y grupos políticos para mantener una versión oficial de la historia. ¿Nostalgia de dictadores modernizadores o ignorancia de su propio pasado? Lo sorprendente es ver cómo, en toda esa trama compleja de usos y abusos del pasado, algunos historiadores convierten a tiranos y criminales de guerra en modernizadores y santos, ocultando los fragmentos más negros de sus políticas autoritarias. Buena enseñanza para aquellos que, ante la crisis y el futuro incierto, reclaman gobernantes con mano de hierro.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza y profesor visitante en la Central European University de Budapest.

A PEGADA DOS AVÓS (L’empremta dels avis)

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Siete jóvenes del último curso de un instituto de bachillerato de Bellas Artes de Galicia protagonizan el documental de más de una hora de Xosé Abad sobre la memoria histórica, La huella de los abuelos (ver trailer), que ha sido premiado en América Latina y es finalista en la próxima edición del Festival de Cine de Vigo. Los jovenes quieren saber la verdad sobre la Guerra Civil en una tierra como Galicia, donde no hubo guerra entendida como enfrentamiento militar, pero sí una represión terrible. El resultado es una cinta que conmueve e impresiona tanto como la verdad que todavía, 75 años después, la derecha y la cúpula de la Iglesia Católica insisten en ocultar. Abad acaba de regresar de la capilla ardiente de Gabriel Toimil, que aparece en el film mostrando a los estudiantes el muro ante el que fusilaron a su abuela Amanda García, y falleció el 2 de mayo. “La memoria de los que sufrieron permanecerá“, asegura el cieneasta.

Su película documental A pegada dos avós en galego o La huella de los abuelos acaba de recibir el premio del VIII Encuentro Hispanoamericano de Cine Documental, que se celebró en México, y se proyectará el 21 de mayo en la Sala Goya de Madrid, en el marco del I Congreso de Jurisdicción Universal que organiza la Fundación Internacional Baltasar Garzón (FIBGAR). ¿Cómo explica el éxito de la memoria?

–Cuando hablamos de memoria histórica en realidad estamos hablando de derechos humanos y esto es algo que se entiende muy bien en America Latina. Lo que no se explica es la resistencia evidenciada en el estado español. Hablamos de dos cuestiones muy simples, del derecho de las víctimas a conocer la verdad, y del derecho a recuperar los restos de los familiares asesinados una vez terminada la guerra civil. Tal vez el éxito de una pelicula que habla de memoria está en la empatía que logran sus protagonistas con el espectador y el poso de esperanza que nos deja.

–¿Qué bullía en su cabeza cuando se le ocurrió esta historia, cuyo guión comparte con Sandra García Rey?

–Cuando la Comisión para la Recuperación de la Memoria Histórica de A Coruña nos propuso hacer una nueva película sobre este tema, la pregunta era cómo proponer un punto de vista diferente. Desde hacía mucho tiempo le dábamos vueltas a la idea de saber qué grado de conocimiento tienen los más jóvenes sobre la historia reciente, sobre el golpe del 36, la guerra civil y la dictadura. Qué respuesta pueden dar a preguntas retóricas que flotan en el aire: si hay que pasar esta página de la historia , si se reabren heridas por conocer la verdad, si tiene sentido que las familias reclamen los cuerpos de sus familiares diseminados por toda la geografía española…

–Siete estudiantes del último curso de Bachillerato de Artes emprenden un viaje para averiguar lo que ocurrió hace 75 años, lo que ocurrió en aquella Guerra Civil de la que algunos han oído hablar y otros no, y se encuentran la huella de los abuelos. ¿Está cundiendo el ejemplo? ¿En cuántos institutos y centros escolares se ha proyectado la película y por qué cree que interesa tanto?

–De momento, con la película recien terminada, son ya más de 900 los alumnos que han visto el documental y el grado de atención y participación está siendo revelador. Según sus propias palabras: “Resulta impactante que una se entere de historias increíbles que acontecieron y marcaron a su familia a raíz de ver un documental.” Tamara Silva, alumna de I.E.S. “Consiguieron acercarnos más al tema y hacernos reflexionar sobre él, o por lo menos a mí, pues no pude remediar llegar a mi casa y preguntarle a mi madre acerca de mis abuelos en la guerra civil.” Mónica Barral, alumna de I.E.S… Una de las claves para conseguir el interés de los alumnos es que los protagonistas son como ellos, hablan su lenguaje, utilizan las mismas tecnologías de comunicación y se emocionan como ellos. No es un discurso de adultos, estereotipado y lejano.

Manuel Rivas y Xosé Abad con los jóvenes que investigan los fusilamientos franquistas en Galicia
Manuel Rivas y Xosé Abad con los jóvenes que investigan los fusilamientos franquistas en Galicia. / apegadadosavos.com
–La película refleja muy bien la rabia que sienten algunos jóvenes ante la injusticia, el drama y la desolación de la guerra. Pero también su desazón porque les han ocultado una parte fundamental del pasado. ¿Acepta el aserto de que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla?

–Desde luego que sí, pero mejor que lo digan ellos. Estas son las palabras de otro alumno, Javier Cal: “Una de las cosas mas sorprendentes de esta experiencia es que mucha gente no conoce la historia del Estado y que la comienza a conocer a partir del propio documental”. Una sociedad no puede evolucionar sin tener en cuenta el pasado. Debemos evitar que este sea ocultado.

–¿Le han acusado de sectarismo?

–De momento hemos tenido pocos ataques, alguno sí, pero lo importante son las respuestas mayoritarias del público, especialmente de los más jóvenes, que son el futuro y los que deberán dar sus propias respuestas. Tenemos muchas cartas que nos envían los alumnos después de ver el documental, que se pueden ver en el facebook de la película, así que de nuevo me remito sus palabras. Estefanía Lázaro, alumna de I.E.S.: “Hay personas que prefieren no abrir heridas, pero ya bastaron los 40 anos que tuvo el franquismo para perseguir, ocultar, asediar, torturar o difamar a los perdedores, como para seguir aun hoy sin darle a las victimas el lugar que se merecen.”

–Los jóvenes protagonistas consiguen entrevistar al escritor Manuel Rivas y que les cuente lo que pasó. ¿Le conmovió su relato El lápiz del carpintero e influyó de algún modo en su decisión de abordar este documental?

–Manuel Rivas siempre es un referente de compromiso y lucidez ante la historia y la verdad, y esa fue la razón por la que nuestros protagonistas pidieron su participación como experto en el documental. Precisamente el estudio en clase de la obra de Manuel El lapiz del carpintero fue lo que influyó en su decisión. Manuel describe hechos y paisajes muy próximos y reconocibles para los alumnos y alumnas del Instituto Adormideras del que proceden Carlos, Santi, Aitana, Clara, Julia, Luis y Carlos, los protagonistas jóvenes de esta historia.

–También consiguen hablar con el único juez que aceptó las demandas de las víctimas del franquismo, Baltasar Garzón. Ya sabemos que acabó siendo juzgado por el Supremo. ¿No es paradójico? ¿Confía en que los jóvenes no transijan la injusticia y consigan la verdad que les negaron y la justicia y reparación que todavía siguen negando a las familias de las víctimas?

–El intento por acultar la historia no es casualidad. Uno de los aspectos más contundentes del documental es ver cómo el conocimiento de primera mano de los hechos históricos y de la verdad provoca en los protagonistas una reacción de rabia y de compromiso como no habían imaginado. Sin duda el caso Baltasar Garzón es un claro exponente del miedo a la verdad. Su presencia en el documental es muy importante por lo que representa. Desde luego la experiencia de La Huella de los abuelos cambió la percepción de sus protagonistas y está cambiando la de muchos espectadores que tiene ocasión de verla. En palabras de Aitana, una de las protagonistas: “A medida que avanzaba el proyecto mis sentimientos cambiaron radicalmente, pasando de la ignorancia a la rabia, a medida que avanzaba el documental, rabia, por darme cuenta de la injusticia y miedo, eso tambien aumentó, pero sobre todo la rabia, por darme cuenta de en qué pais vivo”

–¿Ha contado con alguna ayuda o patrocinio oficial para rodar el documental? ¿Cómo lo han financiado y qué apoyos ha tenido?

–Con la política actual de destrucción de lo público y de todo lo que represente cultura y conocimiento es dificil encontrar apoyo oficial, ni que decir tiene que especialmente para un documental sobre este tema. Para financiar la película hicimos una pequeña campaña de crowfunding con la que pudimos pagar en parte los honorarios de los magníficos profesionales que trabajaron en el rodaje, y el resto lo financiamos capitalizando nuestros salarios no cobrados. También contamos con el apoyo inicial y logístico de la CRMHA d´C y de otras entidades que aún hoy nos apoyan con la difusión como la Fundación Internacional Baltasar Garzón ( FIBGAR), la Fundación 10 de Marzo, La Fundación 1º de Mayo, la Asociación Memoria Histórica Democrática y la A.C. Fuco Buxán.

–Los protagonistas también reciben información del historiador Emilio Grandío y del presidente de la Comisión por la Recuperación de la Memoria Histórica, Fernando Souto. ¿Cree que la historia y la memoria siguen teniendo enemigos hoy en día? ¿A quién molesta el conocimiento?

–En mi opinión la guerra civil y la dictadura todavía no están superadas. Eso se debe fundamentalmente a la obstinación por no querer resolver algo tan sencillo como abrir los archivos, dejar salir toda la verdad sobre ese dramático período y entregar a las familias los restos de sus seres queridos. En los bajos fondos del partido en el poder, el PP, conviven y por lo que se ve mandan mucho, viejos residuos de una ideología fascista que no permite avanzar en la normalización de una sociedad democrática. En mi opinión la otra pata de esta lamentable mesa es la jerarquía de la iglesia católica española, que tuvo mucho que ver con el golpe del 36 y con la supervivencia de la dictadura. Unos y otros no quieren que se sepa la verdad. Algo tendrán que ocultar. En el documental, Emilio Grandío y Fernando Souto, aportan a los chicos algunas claves de la investigación histórica y el compromiso de las Comisiones por la recuperción de la Memoria Histórica.

El director del filme con Gabriel Toimil, quien falleció el 2 de mayo y aporta su testimonio en la película sobre el fusilamiento de su abuela, Amada García
Xosé Abad con Gabriel Toimil, quien falleció el 2 de mayo y aporta su testimonio. /apegadadosavos.com
–Por cierto, ¿qué opinión le merece que la llamada Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) haya suprimido el Bachillerato de Arte?

–Una decisión que conseguirá que el genio creativo de muchos alumnos y alumnas se vea frustrado o al menos perjudicado. Es una pena que la cerrazón y la avaricia por los privilegios no permitan un pacto de estado que impida los vaivenes en la estructura educativa. Pero de momento lo importante es defender la enseñanza pública de calidad.

–La cinta impresiona por varios motivos, uno, su calidad fotográfica. ¿Se siente más satisfecho de este segundo trabajo –en el primero, O segredo da Frouxeira, narra la historia de cuatro personas fusiladas por los franquistas, cuyos restos no han aparecido–sobre la memoria secuestrada? ¿Cuánto tiempo han empleado en realizarlo?

–O segredo da Frouxeira (El secreto de A Frouxeira) nos sigue sorprendiendo cada día, es un documental que funciona solo a pesar del poquito tiempo que podemos dedicarle. Son piezas muy distintas, en O segredo da Frouxeira se cuenta la historia de la guerra civil desde el interior de una familia y de tres amigos que les ayudan. Esta película sirve para entender muy bien las causas del golpe del 36, la guerra civil y el tremendo sufriento de las víctimas tras la represión posterior. Es una especie de thriler de investigación que nos va desvelando los acontecimientos tal como sucedieron en realidad. A pegada dos avós (La huella de los abuelos) plantea un punto de vista muy diferente y, aunque el viaje de los jovenes está acompañado de dos testigos directos de aquel drama, Mariquiña Villaverde y Gabriel Toimil, el hilo conductor de la historia son los jóvenes, que con su mirada fresca, ponen de actualidad la necesidad de la verdad y la reparación. Por desgracia la memoria se pierde cada vez que desaparece un testigo, como es el caso de Gabriel, que nos dejó el pasado viernes. Pero esta vez su memoria y su huella están salvadas y serán útiles para muchas generaciones. Aprovecho para enviar a su familia, en nombre de todo el equipo nuestra gratitud y agradecimieto por su valentía y testimonio. A pegada dos avós representa casi dos años de trabajo, pero ese largo período de tiempo le aporta perspectiva y madurez al trabajo de los portagonistas.

75è aniversari dels bombardejos de Barcelona

Las bombas no se pueden olvidar. Quizá no se registra el día y la hora exacta, pero su recuerdo es imborrable. “Fue el mismo día que otra bomba cayó en la plaza Nova, frente a la catedral… Yo estaba sola en casa, en la calle de la Rosa, porque mi madre había ido al lavadero…”. Mercè Romero tenía 8 años y estaba sola en casa cuando sonó la alarma. “Unos vecinos me llevaron al sótano de un bar que servía de refugio; cuando salimos, la casa frente a la nuestra se había derrumbado, era una montaña de ruinas que había que escalar para salir… Nuestro piso, en el número 6, quedó muy tocado, tuvimos que irnos…”. Era el 30 de enero de 1938 y el bombardeo sobre el casco viejo de Barcelona fue especialmente cruel y mortífero, con unos 600 muertos. En la plaza Sant Felip Neri murieron 42 personas, la mayoría escolares. Era el peor bombardeo sobre Barcelona desde que había empezado la guerra, y la ciudad llevaba unos cuantos. Pero lo peor estaba por llegar. El 16, 17 y 18 de marzo. Hace 75 años.
Esos tres días de marzo, los bombarderos italianos Saboya, en 13 raids ejecutados en intervalos aproximados de tres horas, descargaron más de 40 toneladas de bombas que mataron a unas mil personas y causaron muchos más heridos. Varias de esas bombas cayeron sobre la Gran Via, entre la plaza Universitat y el paseo de Gràcia, donde destruyeron edificios y dejaron más de cien muertos. Una de ellas fue especialmente mortífera, la que cayó en Gran Via/Balmes, cerca del cine Coliseum: alcanzó un camión militar cargado de explosivos que multiplicó la masacre.
Ese marzo, una Barcelona de un millón de habitantes –con decenas de miles de refugiados llegados del resto de España– era la sede del gobierno republicano de Juan Negrín. También lo era del gobierno vasco. El ejército franquista había iniciado pocas semanas antes la gran ofensiva de Aragón, preludio de la decisiva batalla del Ebro. La ciudad estaba a tiro de la Aviación Legionaria italiana con base en Baleares. El Duce Benito Mussolini dio la orden por telegrama el día 16 al general Vincenzo Velardi, jefe de la Aviación Legionaria: “Iniciar desde esta noche acción violenta sobre Barcelona con martilleo espaciado en el tiempo”. La orden era machacar la ciudad.
Los historiadores han apuntado diversas circunstancias que podían haber decidido al caudillo fascista a dar esa orden, sin consultar siquiera a Francisco Franco: una intención de acelerar el final de una guerra que Franco quería larga, conseguir un éxito sonado cuando Adolf Hitler ya presumía del Anschluss (la anexión de Austria a Alemania ), vengarse de la derrota italiana en Guadalajara hacía un año, probar una nueva táctica de bombardeo sobre una gran ciudad, como la aviación de la Legión Cóndor había experimentado otra en Gernika… En todo caso, se quería atacar a la población civil en la retaguardia y, de paso, hundir la moral republicana. No se buscaban objetivos militares, industriales o estratégicos. Barcelona fue objetivo principal de los bombardeos en la guerra, pero ni mucho menos el único. En Catalunya la lista de ciudades bombardeadas por franquistas, italianos y alemanes es larga: Lleida, Granollers, Tarragona, Reus, Figueres, Badalona, Manresa, Les Borges Blanques…, hasta 140 poblaciones.
Mercè Romero ya no estaba en la calle de la Rosa esos tres días de “martilleo espaciado”. Con su familia, se había trasladado a vivir al edificio donde trabajaba su padre, la agencia de aduanas J. Marly, en la Rambla. Allí también se oía “el vuelo de los cazas y los silbidos de las bombas cuando caían, y las explosiones”. Y las sirenas de alarma, que esos tres días no cesarían; la que anunciaba que cesaba un bombardeo era seguida de la llegada de más aviones… “Durante años me duró esa sensación, pensando que oía ruidos del cielo…” explica. Pero no volvió a un refugio. “Mi padre no quiso ir nunca; decía que si nos tenía que pasar algo, que nos pasase. Nos quedábamos en una habitación pequeña, junto a una pared maestra, y mi padre me hacía tener un lápiz en la boca, para evitar que una onda expansiva me reventase los tímpanos”.
Tampoco fue a refugios Pilar Llopart, que había nacido el día que murió Francesc Macià (Navidad de 1933) y vivía en el hotel Inglés, que su padre regentaba en la calle Boqueria. “A veces, mi padre nos llevaba a mi hermana y a mí al terrado y desde allí veíamos los aviones, las explosiones sobre la Barceloneta… Quería que lo viviéramos de la manera menos traumática posible… Yo era muy pequeña, pero recuerdo perfectamente que vi la cara de los aviadores cuando volaban bajo…”.
Manuel Cardeña, nacido en 1930, sí fue alguna vez al refugio de la calle Ali Bey (hoy Tànger, en el Poblenou) a la que se habían mudado desde el Clot al inicio de la guerra. Pero era “un refugio lleno de fango, justo sobre la capa freática…, no se podía estar allí y mi padre decidió que no volveríamos. Nos quedábamos en casa, junto a la pared maestra, rodeados de colchones”.
No se ha precisado cuántos refugios se construyeron en Barcelona, pero fueron cientos. Desde julio de 1937 existía la Junta de Defensa Pasiva de Catalunya. El Ayuntamiento (Hilari Salvadó era el alcalde) también creó una junta de defensa pasiva local. Estas juntas coordinaron brigadas constructoras de refugios antiaéreos en fábricas, bajo plazas y otros solares. La junta local llegó a planificar casi 1.300 refugios públicos y privados, pero no se hicieron todos, y no se ha podido documentar una lista completa. Además, se usaron como refugio las estaciones del metro. Muchos preferían no refugiarse en el subsuelo. Y si se estaba algo alejado del barrio en que caían las bombas de turno, aún se podía contemplar el ataque. Como hizo más de una vez Cardeña: “El edificio donde vivíamos era alto, de siete pisos, y en el terrado había un nido de ametralladoras antiaéreas que no recuerdo que se utilizaran nunca, pero mis hermanas subían a charlar con los soldados. Desde nuestra galería veíamos los bombardeos sobre la Barceloneta, y cómo saltaban por lo aires, maderas, hierros…”. Y tenía otro mirador, a ras de suelo: “Me tumbaba en el patio de la fábrica de toldos de Can Rigalt, donde trabajaba mi padre, y veía cómo los aviones combatían en el aire”.
Pilar Llopart veía “por un lado, el potente reflector de la iglesia del Pi, y por otro, la punta del monumento a Colón y cómo caían las bombas sobre el puerto” desde la terraza del hotel Inglés. Hasta que un día “una bomba entró en el hotel, por la parte de atrás, en oblicuo desde el tercer piso hasta la planta baja, y destruyó toda la parte trasera, pero no murió nadie, porque todos estábamos en la parte delantera”. Tuvieron que dejar el hotel.
Algunos de aquellos niños de entonces no tenían miedo. Cardeña no recuerda la sensación de miedo. En su calle cayó una vez una bomba que no explotó “y los críos estuvimos allí, mirando cómo los artificieros la desmontaban; era una imprudencia, claro, pero nos quedamos allá hasta que nos echaron”. Llopart habla de “tensión”, cuando quedaba un ratito a solas y a oscuras esperando a que su padre fuera a buscarla para llevarla en brazos a su habitación en una noche de bombas. Recuerda perfectamente cómo preguntaba: “¿Mamá, por qué no paran las sirenas?”. Romero confiesa llanamente que sí pasó miedo. Como lo pasaron centenares de miles de personas. Este tipo de miedo es de gente adulta. Muchísimas familias huyeron de Barcelona, sobre todo después de las bombas de marzo. Las crónicas periodísticas hablan de un éxodo de miles y miles de personas.
Galeazzo Ciano, ministro de asuntos exteriores del gobierno italiano y yerno de Benito Mussolini, explicó en sus diarios: “He recibido y he entregado al Duce el relato de un testigo ocular. Nunca había leído un documento de un realismo tan aterrador”. Un terror que evidentemente no le hizo dimitir. Acabada la guerra, en julio del 39, un Ciano triunfador visitó la ciudad que su ejército había bombardeado, Barcelona. Mercè Romero aún residía con sus padres en el edificio de la empresa aduanera en la Rambla. “Mi padre se resistió a dejar entrar allí a gente para que participara en el recibimiento a Ciano. Nos echaron de allí y mi padre estuvo detenido cinco o seis meses”.
Hace pocas semanas, la Audiencia de Barcelona ordenó investigar los bombardeos italianos sobre Barcelona, lo que dio curso a una querella presentada por la asociación Altra Italia y dos supervivientes de entonces, Anna Raya y Alfons Cànovas. Se quiere incluso determinar si sigue vivo algún mando militar italiano responsable de las matanzas en Barcelona a lo largo de la guerra española, en la que oficialmente Italia no era parte beligerante (Alemania tampoco). Cardeña, el niño que miraba batallas aéreas tumbado en el patio, cree que “lo negativo de esta iniciativa es que remueve cosas…, odios de entonces; lo positivo es que las injusticias se han de reparar. No estaría mal que el Estado italiano expresase sus condolencias por aquello”
Vista aèria de Barcelona, 17 de març de 1938
PROCEDÈNCIA: Archivio Militare dell’Areonautica Italiana, Roma.

En marzo de 1938, la gente de Barcelona -y la de otras ciudades catalanas- sabía lo que era un bombardeo aéreo. La ciudad ya había sido atacada varias veces por la Aviación Legionaria italiana con base en Mallorca, aunque el primer bombardeo de gran intensidad se efectuó desde el mar, el 13 de febrero del año 1937, ocho meses después de iniciarse la Guerra Civil, cuando el crucero italiano Eugenio di Savoia descargó sus baterías sobre el distrito central. Entre el 16 y el 18 de marzo del 38, el aire, sin embargo, vibró de otra manera. El bombardeo, lento, espaciado en el tiempo, no cesaba. Cuando las sirenas callaban y parecía que el peligro había desaparecido, las alarmas volvían a sonar. Trece ataques en 41 horas. Pánico general al tenerse noticia de una enorme explosión en el centro de la ciudad. Una increíble y trágica casualidad: una bomba cayó sobre un camión militar que transportaba dinamita por el centro de la ciudad y provocó una matanza. Comenzó a circular el rumor de que los italianos estaban ensayando un nuevo tipo de explosivo y miles de personas comenzaron a huir hacia las afueras. Al cabo de tres días, cuando la pesadilla terminó, la aviación italiana había matado a más de novecientas personas y había colapsado los hospitales con 1.500 heridos. Había provocado el pánico y, sobre todo, había desmoralizado a la población. Los barceloneses sabían que la República y la Generalitat (la autonomía catalana) tenían perdida la guerra.
Barcelona fue bombardeada de esa manera para impresionar a Hitler. El día 12 de marzo de 1938, el régimen nacional-socialista alemán había ejecutado la Anschluss, la anexión de Austria al III Reich. No era una buena noticia para Benito Mussolini, que había intentado mantener en pie el gobierno autoritario del canciller Dollfuss, padre de un austro-fascismo opuesto a la pérdida de la soberanía nacional. Mussolini quedó preocupado. Había que enviar una “señal” a Hitler; un mensaje que recordase a los alemanes, y a Europa entera, la robustez del régimen fascista. Aún estaba
fresco, demasiado fresco, el recuerdo de la derrota italiana en la batalla de Guadalajara (8-23 de marzo de 1937), cuyo primer aniversario estaba a punto de ser celebrado en París por diversas asociaciones antifascistas. Era necesaria una demostración de fuerza. Mussolini dio la orden.
En marzo de 1938 estaba a punto de cumplirse un año del brutal bombardeo de Gernika por parte de la Legión Cóndor alemana. Esta pequeña ciudad vasca de cinco mil habitantes sufrió el 26 de abril de 1937 un devastador ataque en el que se utilizaron bombas incendiarias. Gernika, lugar muy simbólico para la nación vasca, fue totalmente arrasada. Las crónicas del periodista británico George Steer para The Times, presente al cabo de unos días en el lugar de los hechos, contribuyeron a difundir la noticia y convertir aquel acontecimiento en el signo más trágico de la guerra de España. El Gobierno de la República quiso que el drama de Gernika estuviese presente en la Exposición Internacional de París de julio de 1937 y encargó un gran cuadro al pintor Pablo Picasso. Un cuadro que se convertiría en un símbolo universal.
Los bombardeos de Barcelona no fueron pintados por ningún gran artista, pero merecieron la atención de la prensa europea y norteamericana. Una de las reacciones más significativas fue la del L’Osservatore Romano, diario de la Santa Sede, que los condenó en su edición del 24 de marzo. Pío XI encargó al nuncio Ildebrando Antoniutti que hiciera llegar su malestar al general Franco. También protestaron el primer ministro francés Leon Blum y el premier británico Chamberlain. Años después, al iniciarse los bombardeos de la aviación nazi sobre Londres, Winston Churchill dijo lo siguiente: “Confío en que nuestros conciudadanos sabrán resistir como supo hacerlo el valiente pueblo de Barcelona”.
Franco en realidad no sabía nada. Esta vez, no. Al cabo de tres días, preocupado por el eco internacional, el cuartel general de Burgos pidió a los italianos que parasen el ataque. La Aviación Legionaria italiana actuaba sobre objetivos previamente señalados por el mando franquista, pero gozaba de autonomía. Mussolini apoyaba a los militares rebeldes y a la vez llevaba a cabo su propia guerra en
el interior de la guerra española. La base de Mallorca, organizada en 1936 por el jefe fascista Arconavaldo Bonacorssi, conde Rossi, simbolizaba la ambición de un imperio mediterráneo.
Mussolini movía pieza en función de los inestables equilibrios europeos y de sus complejas relaciones con el Vaticano. En agosto de 1937, tras la caída de la ciudad de Bilbao, ofreció una honrosa rendición a los nacionalistas católicos vascos, para agradar a la Santa Sede. Con el beneplácito de Pío XII, los oficiales vascos se rendían a las tropas italianas y podían abandonar España en barco. Cuando Franco se enteró, montó en cólera y rompió el acuerdo. Los oficiales vascos fueron encarcelados, juzgados y muchos de ellos fusilados. Puede afirmarse que el nacimiento de ETA en 1959 -veintidós años después del pacto de Santoña- fue, en parte, fruto de esa humillación. Después de aquel gesto de moderación con los vascos, el dictador italiano ordenó bombardear brutalmente Barcelona para impresionar a Hitler y borrar cualquier sospecha de debilidad.
Se cumplen hoy 75 años. La República italiana, surgida de la victoria sobre el fascismo, no es responsable de aquel cruel ataque. El dictador Mussolini murió ejecutado. Y no puede pasar por alto que en 1946, el nuevo Gobierno de Italia, a propuesta del líder comunista Palmiro Togliatti, decretó una amnistía general. Barcelona y las demás ciudades catalanas bombardeadas esperan, sin embargo, un gesto de la Italia democrática.