R.I.P.

La tentación y la curiosidad por conocer el mundo del Hades llevaron al joven y prometedor Freddy Hauser a introducir sus esmirriados dedillos en el diminuto enchufe de la casa de campo de su tío Simon. Los ciento veinte voltios que atravesaron su cuerpo lo enviaron directamente a Deadtown, la tierra de los muertos, un lugar completamente desconocido para nosotros.

Las oscuras y estrechas calles de Deadtown estaban a rebosar de bares. Eran amplios locales donde todos los muertos bebían cerveza eternamente, en silencio y escuchando el Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart. Esa era la eterna rutina de un muerto del siglo veintiuno.

Desde que llegó, el joven Freddy Hauser decidió adoptar una postura rebelde. Tenía la esperanza de encontrarse con un mundo divertido y salvaje como tantas veces había visto reflejado en las películas del gran Tim Burton. No había felicidad en aquellas calles y la idea de quedarse eternamente bebiendo cerveza en un bar le parecía totalmente absurda. No pensaba hacerlo.

Fygelmonder era un cadáver de lo más peculiar y se encargaba de vigilar que todos los recién llegados se adaptasen a las leyes del inframundo. Cuando detectó la postura rebelde de Freddy, Fygelmonder decidió llamar al ejército de esqueletos de Deadtown. No podían permitirse revolucionarios.

De la nada surgió un esquelético ejercito de huesos que avanzó violentamente hacía el joven Freddy Hauser, quien hecho a correr hacía la cumbre del lúgubre y siniestro monte Montaing en busca de refugio. El tenebroso ejército del inframundo corrió tras él asustándolo y llenándolo de temor. 

Pocos minutos después de que Freddy consiguiera ocultarse entre los matorrales del monte Montaing apareció una figura imponente. Era la muerte, un vigoroso esqueleto embutido en una oscura capa y con una guadaña en la mano izquierda. Escapar de la muerte es algo imposible. Eso mismo pensó el joven Freddy Hauser cuando las frías cuchillas de aquella guadaña rasgaron todos sus huesos.

Freddy despertó de aquella pesadilla. Volvió al mundo real. Estaba sentado en un bar, tomando una cerveza, lentamente, escuchando el Réquiem de Wolfgang Amadeus Mozart…

                                      Pseudònim: Ratón Callejero


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