Plaza Mayor

Flanqueada por nueve puertas,
la más famosa de ellas,
la de cuchilleros,
rodean el lugar de una hilera,
de esbeltas y robustas herraduras pétreas,
resguardando así,
su colorido encanto,
de las miradas de curiosos caballeros.
 
El lugar más destacable,
del Madrid de los Austrias es,
muchos nombres ha tenido,
del Arrabal, de la Républica,
o de la constitución después.
 
Sus nombres,
todos ellos han cambiado,
a la par vea se pues,
que los muchos,
hidalgos y hombres ilustres,
que deambulado han por allí.
 
Entre arco, y arco,
columna y columna,
En el centro exacto de la plaza erguido está,
con su férreo caballo alzado,
su majestad el rey Felipe,
al que llámenle el Tercero,
con su mano siempre presta,
a empuñar el frío acero.
 
Grandes años para España,
no se avecinaron con su Majestad el monarca,
llamado por esa causa fue,
de los Austria menores,
aunque al menos,
dicho sea de paso,
firmada estaba la paz,
con su majestad de la Gran Bretaña,
que ya es mucho pedir,
tan esperada alianza.
 
Cerca de tan noble plaza,
cruzando la calle Mayor,
queda en un mero instante,
la parroquia de San Ginés,
que tuvo como feligreses,
a Lope de Vega,
y  Francisco de Quevedo después,
dónde encuéntrese un cuadro,
del famoso El Greco,
en el que Cristo expulsa a los mercaderes,
del templo de Jerusalén.
 
A continuación,
cerca de la Casa de la Panadería,
y de la carnicería,
pueden oírse aún hoy deslizar,
silbar, chocar y borbotear,
los sonetos de don Francisco,
diciéndole a su más entrañable amigo,
aquestos versos que aquí transcribo:
 
“Esta cima del vicio y del insulto;
Éste en quién hoy los pedos son sirenas.
Éste es el culo, en Góngora y en culto,
Que un bujarrón le conociera apenas.”
 
Mientras el otro,
amenizaba le,
con un sinfín,
de halagos y cultismos,
de la misma índole,
dónde  reprochaba le en su cara,
sus peripecias y correrías.
 
Así era entonces,
nuestra capital, Madrid,
toda ella revuelta,
en melodía,
repleta ella,
de los más grandes,
escritores y poetas españoles,
que incluso,
hoy, por doquier se admira.
 
Aquello era entonces,
las antiguas carreteras,
de adoquines de piedra,
carros a caballo transeúntes,
talleres de artesanos,
establos y mesones;
emboscadas en los callejones.
 
Hace tanto, ya de lo que aquí queda esbozado,
que hoy en día,
cumplirse podrían,
las aventuras y fantasías,
de aquel Don Quijote ensoñador;
mirando, sin pestañear siquiera,
tan sólo una inerte pantalla negra,
que al acariciarla,
con un Ábrete Sésamo,
llenaría se de vida y colorido,
apareciendo en ella,
los molinos, los campos y el vino de esa Castilla-La Mancha.
 
Hoy, sentados en cuadradas mesas de madera, saboreando un amargo café,
mientras se informan de lo que en el mundo sucede,
la mañana pasan los turistas,
venidos de más allá de nuestras fronteras,
contemplando, el divino colorido,
de tan señorial plaza,
capturan imágenes, en tan solo un segundo,
reemplazando a las antiguas litografías,
revelando las fotografías en cuestión tan solo de sesenta minutos o incluso menos.
 
 
                    Nici

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