Se llevaron la cama de hierro forjado, la que en la casa de verde presenció durante tantas noches el tranquilo reposo de sus habitantes. Ya nadie recoge los frutos caídos del patio del limonero, pudriéndose sobre las mismas baldosas en las que dormimos un día tratando en vano de combatir el calor sofocante del verano.
¿Dónde está ahora el del rostro surcado por la experiencia, tostado al sol de los campos? Ahí estás, gastado por los años, reposando tu pequeña figura en la mecedora de mimbre desde donde te balanceas en el lento transcurrir de las horas. Sombra de un pasado mejor, esperas el futuro irremediable mientras miras sin ver, con los ojos cristalinos perdidos en la inmensidad del infinito, en el desesperado intento de aferrarte al recuerdo. ¿O también él escapó de entre tus nudosas manos? A veces pienso que sí, que el implacable Cronos se llevó todo lo que quedaba de ti antes de que el hilo tejido por Las Moiras se rompiera, dejando tan sólo una burda imitación, una máscara del hombre que fuiste.
Sin embargo es cuando sonríes que me parece adivinar un débil destello de lucidez imperceptible que asoma -casi inexplicablemente- entre las nieblas de tu mirada, trayéndome con la brisa de la esperanza tu ronca voz a través de los años:
“En medio del cielo estoy
sin ser luna ni estrella
sin ser lucero ni sol
adivina quién soy…”
Para entonces te me apareces con la misma figura fuerte y firme de mi infancia, ante la puerta de la cochera: un hueso duro de roer plantado imperturbablemente con las manos en los bolsillos, exhibiendo orgullosamente las arrugas que cruzaban su semblante. Tu pelo entrecano -por alguna extraña razón el blanco nunca pudo apoderarse por completo de tus más altas cimas- no conseguía disimular las memorables orejas, que destacaban a ambos lados de unos diminutos ojos castaños, concediéndote una cierta expresión cómica ante los ojos de todos. Preferiría recordarte así, siendo aún el mismo viejo que llenaba mis viajes al colegio de canciones, acertijos y juegos de palabras, aprovechando para llenarme la cabeza con historias inventadas que en mi credulidad acostumbraba a tomar como ciertas.
Y es ahora, en el umbral de la vida, en el límite de tu tiempo, cuando la distancia abre un abismo difícil de abordar y los temores salen a flote entre el mar de emociones. Me sobreviene el miedo a tu olvido, a que la frágil memoria decida extraviase en tus caminos antes de que tu aliento se apague, a verte vagar a la deriva por el mundo con la mente en blanco, sin objetivo ni rumbo en la vida. Quisiera verte una vez más caminando taciturno hacia la casa de la esquina, que me guíes a través del luminoso corredor de color esmeralda, para grabar en mis retinas tu imagen ante el desgastado retrato de familia que cuelga en la habitación de los baúles.
Quizás una última vez, en la casa de verde, junto al patio del limonero… quizás.
Pseudònim: Alma