LO QUE USTED DIGA SEÑOR

[El señor Amstrong, dueño de una gran cadena de joyerías, decide visitar a sus amigos y trabajadores para conocerlos mejor y por tanto viaja de ciudad en ciudad para visitar cada establecimiento. En primer lugar  decide visitar el local de Liverpool.]

—Bienvenido Mr. Amstrong –le respondió el dependiente-, es un placer tenerle aquí de nuevo.

Él, encantado por el recibimiento, se sentó con el dependiente y charlaron…

—Lo que usted diga señor presidente –le contestó- lo que usted diga señor, tiene razón.

—Puedes tutearme- le contesta Mr. Amstrong- hay confianza, ya que todos formamos una gran familia en  joyerías Aguirel.

[El empresario, pasó un día allí, y se marcho luego muy contento por el trato recibido.]

—Vaya, Vaya, si que me tienen en estima mis “compañeros”, je, je –se dijo para sus adentros.

[Al día siguiente llegó temprano a París, donde también fue atendido por el

representante de sus establecimientos en esa zona.]

—¡Qué alegría tan grande presidente!- le dijo el representante- ¡Cuánto tiempo sin verle!,  Creíamos que se había olvidado de nosotros, ¿eh?.

—Pero Jean-Paul cuanto exageras, si no es para tanto-le replica él- Si no me merezco tantos halagos.

—Sí, sí que los merece señor-le responde el trabajador- que menos que esto, si no tiene importancia.

[Así le recibieron todas las veces, tanto en el establecimiento de París, como en el de Nueva York, tanto en el Ritz como en el Palace de Madrid. Así podríamos continuar horas describiendo estas circunstancias. Hasta que al final mientras se paseaba por uno de sus establecimientos de Berlín escuchó algo que se decían los encargados del local, en la trastienda.]

—¡Dios mío!-exclama el dependiente a su compañero- una vez más tenemos que sonreír y callar delante del hipócrita del dueño.

—Ya ves-le contesta el otro- ¿Qué vamos a hacer sino? Él es quién manda y también el que paga, por tanto tenemos que bailarle el agua.

—Sí, vaya, que remedio.-le responde al compañero- Porque ya se sabe:“la pela, es la pela”, que si no fuera por eso, vamos, es que no le daba ni los buenos días.

[Mientras sucede esto, el señor Amstrong se queda plasmado, paralizado de impotencia y vergüenza…]

—¿Así es como en realidad piensa la gente sobre mí?-se pegunta el opulento presidente-¿En serio la gente me seguía la corriente y se mostraba tan diligente conmigo por que les pagaba?

[En efecto, así era. Pero tardó bastante tiempo en darse cuanta de cómo era en realidad y de cómo le quería la gente. Ya que hacía mucho tiempo que el señor Amstrong  no se miraba en un espejo detenidamente, cara a cara, a solas con su <<yo>> interior. Desde ese momento, el protagonista intentó tratar a los demás como le gustaría que le tratasen a él.]

Aunque señor lector, estará usted de acuerdo con migo, que en algunas ocasiones nos convendría más guardar silencio que decir sin tapujos lo que verdaderamente pensamos. Eso nos toca decidirlo a nosotros mismos.

Pero seguramente se hará lo que usted prefiera señor.

           Nici

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