(p. 64)
Rilke dijo de Cézanne que no pintaba “me gusta”, pintaba “ahí está”. Esto no es fácil, y requiere, en el arte o en la moral, disciplina. Podría decirse aquí que el arte es una analogía excelente de la moral o que, en este contexto, es en realidad un caso de la moral. Dejamos de ser, con el fin de atender a la existencia de algo más, un objeto natural, una persona necesitada. Podemos ver en el arte mediocre, donde quizás se ve incluso más claramente que en la conducta mediocre, la intrusión de la fantasía, la afirmación del yo, el oscurecimiento de toda reflexión sobre el mundo real.
[…]
Lo que es verdaderamente bello es “inaccesible” y no puede ser poseído o destruido. La estatua se rompe, la flor se marchita, la experiencia se acaba, pero algo no ha sufrido el decaimiento o la mortalidad. […].
(p. 65)
Es cierto, y esto conecta con consideraciones ya expuestas bajo el rótulo de la “atención”,
que existe un poder psicológico que deriva de la mera idea de un objeto transcendente, y aún se podría decir más, de un objeto transcendente que es en cierto sentido misterioso. Pero parece que aquí un análisis reduccionista en, por ejemplo, términos freudianos o marxistas, sólo es apropiado y válido para la forma degenerada de una idea acerca de la cual uno está seguro debe existir una forma más elevada e invulnerable. […]
(p. 66)
Un entendimiento profundo de cualquier área de la actividad humana (el pintar, por ejemplo) lleva consigo una progresiva revelación de grados de excelencia y a menudo una revelación de que en realidad hay allí poco que sea muy bueno y nada que sea perfecto. El progresivo entendimiento de la conducta humana opera de un modo similar.
La idea de perfección nos mueve, y posiblemente nos cambia (como artista, trabajador, agente), porque inspira amor en la parte más preciada de nosotros. Uno no puede sentir por un estándar moral mediocre un amor más puro que el que puede sentir por el trabajo de un artista mediocre. La idea de perfección es también un productor natural de orden. Bajo su luz llegamos a ver que A, que superficialmente se parece a B, es realmente mejor que B. Y esto puede ocurrir, en realidad debe ocurrir, sin que en modo alguno hayamos
“aprehendido” la soberana idea. De hecho, en su naturaleza está el que no podamos encontrarle la medida. Este es el verdadero sentido de la “indefinibilidad” del bien, al que Moore y sus seguidores dieron un sentido vulgar. (p. 67) Siempre se encuentra más allá, y es desde este más allá desde el que ejerce su autoridad. De nuevo aquí la palabra parece apropiada, y es en el trabajo de los artistas donde vemos esta operación más claramente. El verdadero artista obedece a una concepción de la perfección con la que su trabajo se vincula y revincula constantemente de un modo que parece obvio.