VICTORIA Y ALBERTO

VICTORIA Y ALBERTO
por Laia Marco

Si os interesan las series históricas y os apasionan los romances, no podéis perderos Victoria.  Esta serie muestra una historia real basada en su vida. Una joven que tuvo que aprender a ser reina bajo el juicio de toda la opinión pública británica mientras se zambullía de lleno en un amor que pasaría a ser reconocido como uno de los más grandes de la historia. Es muy curioso porque parece el argumento de una apasionante novela, pero no, así fue realmente y podéis descubrirlo a través de esta superproducción.

Hasta 2015, cuando su tataranieta Isabel II superó los 63 años que la reina Victoria se mantuvo en el trono, su reinado era el más largo de todos los habidos en 1.000 años de monarquía británica. En esas seis décadas el imperio vivió su mayor expansión. Los historiadores destacan el papel de la reina que dio nombre a la época victoriana. Ella usó la corona para influir políticamente en lo que creía que era bueno para su país pero eso no le impidió atender una agitada vida privada en la que hizo lo que quiso, sin importarle en absoluto la opinión de los demás.

La joven Victoria y su guapo e inteligente primo hermano Alberto se casaron perdidamente enamorados. En diecisiete años de feliz matrimonio nacieron nueve hijos (cuatro niños y cinco niñas). Múltiples pinturas y fotografías proyectaban a una entregada pareja, rodeada de obedientes niños rubios. Pero con el tiempo Alberto empezó a encargarse cada vez más de las responsabilidades de Victoria, a quien sus embarazos y ocupaciones como madre la obligaron a hacerse a un lado (según sus diarios personales, ella odiaba estar embarazada, decía que cada vez que estaba en cinta se sentía “como un conejo”).

La habilidad política del príncipe y su respeto hacia los mecanismos parlamentarios, contribuyeron en gran medida a restaurar el prestigio de la corona. De hecho, en 1851, cuando la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, el poder de Inglaterra se encontraba en su máximo esplendor. Pero cabe señalar que Alberto era el organizador del evento y sin lugar a dudas había pasado a ser el verdadero rey en la sombra.

La reina por aquel entonces tenía sentimientos encontrados: admiraba a su “ángel” por su talento y habilidad, pero a la vez lo resentía por haberla despojado de sus poderes. Las discusiones se volvieron cada vez más constantes y a Alberto le aterrorizaban las rabietas de Victoria (en el fondo siempre existía el temor de que la reina hubiera heredado la locura de Jorge III…).

Aun así, los 20 años de matrimonio que vivió junto al príncipe Alberto fueron los mejores de su vida (según sus palabras). Cuando una fiebre tifoidea acabó con la vida de su marido a los 42 años, la reina quedó desolada. A partir de aquel día y hasta su muerte vistió de luto, llevando siempre consigo una fotografía del príncipe. Cada mañana, ordenaba al servicio disponer la ropa limpia de Alberto sobre la cama para sentirlo cerca.

Me llamó la atención, además, descubrir que la reina no disfrutó especialmente de su rol de madre: “no hallo ninguna compensación en la compañía de mis hijos”, decía. “Es más, pocas veces me encuentro a gusto con ellos. Me pregunto por qué ha tenido que dejarme Alberto y ellos continúan a mi lado”. Según sus biógrafos, el amor por su marido era tal que le parecía que sus hijos le quitaban tiempo para él.

Como todos sabemos, el amor no ha sido nunca un factor común entre los matrimonios de la realeza, quizás por eso la unión entre la reina Victoria de Inglaterra y el príncipe Alberto de Alemania me ha parecido tan fascinante.

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