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La Guerra Inducida; El monopolio de Hearst. Parte II. Por Antoni-Guillem

Esta guerra fue una demostración de poderío por parte de la prensa; un golpe de estado por provocado por Hearst, dónde su diario tomó las riendas de la política y sociedad para convertirlas en instrumentos de ventas. Pues era capaz de todo por tal de vender ejemplares: la manipulación, la invención de escándalos, el sensacionalismo en ámbito criminal y sádico, la falsa exclusiva y la provocación eran sus gallinas de los huevos de oro. Y todos a las órdenes de Hearst y a su ideología y ambiciones políticas.

Con aquella guerra, Hearst demostró por primera vez el poder de la prensa, capaz de influir en el destino de la política y de los negocios. Era un personaje controvertido, capaz de dejar a un lado los escrúpulos con tal de vender más diarios; de alterar hechos, maquillarlos para que resultaran más escandalosos y truculentos, e incluso de provocarlos para que su diario fuera el primero en publicarlos. Imprimía a las noticias un estilo sensacionalista acusado y apostaba por temas que tenían que ver con crímenes, sucesos e historias pseudocientíficas, que a menudo acompañaba de periodismo de investigación al total servicio de su ideología y ambiciones políticas.

Por ejemplo, Hearst publicó un reportaje sobre un desvalido civil americano, encarcelado sin juicio alguno y afirmaba que ningún ciudadano de los EEUU estaba seguro en Cuba bajo mandato español. Con aquella historia, Hearst obtuvo una venta récord del Journal.

El 15 de febrero de 1989 a las 21.40 una explosión iluminó el puerto de La Habana e hizo saltar por los aires al buque Maine. De los 335 tripulantes, murieron 256. El desconcierto e inquietud por los sucesos era total, y mientras el resto de periódicos prefirió abordar el tema con extrema cautela, Hearst tenía otra cosa en mente:

Al día siguiente el New York Journal tenía en portada el siguiente titular: «El barco de guerra Maine partido por la mitad por un artefacto infernal secreto del enemigo». Y dos días después, “¿Guerra? ¡Seguro!”. La llama se fue avivando y presentó aquella tragedia como un ataque español contra una misión carente de intenciones bélicas por parte de EEUU.

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Pero la prensa estadounidense no era un juego para un jugador. Hearst fue un personaje polémico y criticado por sus artículos, acusado de xenofobia y de apoyar, posteriormente, al gobierno nazi. Pero la opinión de unos pocos no detuvo el curso de su aptitud ante la manipulación. Era imparable, movió los hilos de tres décadas de historia convirtiendo a su periódico en el mayor monopolio de la comunicación de la historia, capaz de inventar una guerra para satisfacer la sed de dólar de unos pocos.