Carmen Polo, la musa del tirano. Por Antoni-Guillem

Carmen Polo fue el nombre que todos los libros de historia olvidaron, el nombre del que nunca se habló ni tampoco se recordó. Quizás será porqué se mantuvo a la sombra del dictador, pero era tal la influencia de Polo, que llegó a doblegar la voluntad de Franco a la hora de tomar decisiones cruciales.

Persuasiva, provocadora y ambiciosa. La primera dama de Meirás, la esposa del Generalísimo, supo mover sus fichas, sabía pugnar al juego del poder. Era una jugadora nata. Carmen Polo hizo planes para convertir a su nieta, Carmen Martínez Bordiú, en princesa y futura reina de España, influenció en las decisiones políticas de su marido y se colocó a la vanguardia de un clan familiar parecido al de la Casa Real.

En el momento de nombrar al presidente del gobierno, Polo se encargó de persuadir a Franco para que Arias Navarro fuera el elegido. Cuando su nieta Carmen Martínez Bordiú volvió de su luna de miel, Carmen Polo la recibió en el aeropuerto con un “alteza”.

La figura de Polo destilaba poderío, pero no siempre fue así. El ascenso de Franco al poder hizo que Carmen pasara de ser una joven, sociable y abierta, asustada y siempre preocupada por su marido a una primera dama altiva, calculadora y fría. Cuando la pobreza y el hambre se extendió como la peste negra por España, la señora de Franco se creó su propia burbuja en El Prado con su propia gente que la admiraba y halagaba, dónde se hacían fiestas y meriendas de alta clase.

Con la muerte de su marido y la caída de un imperio dictatorial, la dama de Meirás aceptó con resignación y amargura la caída del régimen.

Si hay algo que, tanto los detractores de Carmen como sus defensores, están de acuerdo es en su afición a la joyería hasta el punto de convertirse en algo enfermizo. Su obsesión se intensificó, sobretodo, tras la muerte de su marido. No sólo las coleccionaba sino que lo adornaba todo con ellas, se emperifollaba hasta llegar a un punto barroco y recargado. Además de esta afición, otra cosa que la caracterizó fue su afición a ir a misa, era una beata del cristianismo.

Sin embargo, la estirpe de la que fue una de las familias más influyentes de la España de segunda mitad de siglo XX se ha consumado, se ha reducido a cenizas y escombros. Todo al ahínco y esfuerzo que depositó Carmen, su devoción por su familia, ha dado como resultado unos frutos podridos. Sus nietos han hecho todo lo contrario a lo que el franquismo promulgaba, uno de ellos ha reconocido su adicción a las drogas, otros se han divorciado y, lo peor de todo, ninguno de ellos ha admitido, siquiera indirectamente, el carácter dictatorial del régimen de su abuelo, Francisco Franco.

El 6 de febrero de 1988, la dama de Meirás falleció de una bronconeumonía. Enterrada en un panteón ubicado en el Cementerio de Mingorrubio (El Prado), el declive del imperio llegaba a su último estadio: la desintegración de la gran estirpe.

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