Muchos cristianos de la Edad Media elegían servir a Dios convirtiéndose en frailes y monjas. Vivían aislados del resto del mundo en monasterios (los hombres) y en conventos (las mujeres), donde rezaban varias veces al día, seguían unas reglas muy estrictas y desempeñaban labores específicas. Según las normas escritas por San Benito en el siglo VI, debían rezar, estudiar y trabajar duramente la tierra. Su comida y sus ropas (los hábitos) debían ser sencillas. Además tenían que cuidar de los enfermos, gracias al cultivo de hierbas en el huerto del monasterio, y los pobres.
Los monjes tenían que renunciar a todas sus posesiones, obedecer a su abad (monje superior del monasterio) y no casarse nunca. Antes de realizar estas promesas, los votos, tenían que entrar en el monasterio como vicios, aprender las reglas y acostumbrarse a su modo de vida.
Al contrario que la mayoría de la gente en la Edad Media, que era analfabeta, muchos monjes sabían leer y escribir. Escribían volúmenes a mano, llamados manuscritos, que decoraban con dibujos muy elaborados.
Los ricos donaban dinero y tierras a los monjes, y muchos monasterios acumularon grandes riquezas. Algunos monjes dejaron de vivir con sencillez y, en lugar de rezar y trabajar, se pasaron la vida administrando sus tierras y viviendo rodeados de lujos.